José Agustín: caminatas, fiestas y subversión
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¡Felices fiestas!
6 julio, 2017
por Christian Mendoza | Instagram: christianmendozaclumsy
Este año aparece en la editorial Malpaso Otra modernidad es posible, el pensamiento de Iván Ilich, de Humberto Beck, historiador de las ideas. El título se inscribe en las recientes novedades editoriales enmarcadas en el pensamiento y la investigación. Otra modernidad es posible funciona como una revisión crítica al filósofo Iván Illich, al tiempo que propone una lectura sistemática de la modernidad, problemática constante en las humanidades. “Lo que intento hacer en el libro es, por un lado, un ensayo de lectura sobre la obra de Iván Ilich, pero también crear un intento de fijar o de proponer algunas categorías críticas para pensar la crítica de la modernidad y, por lo tanto, de la modernidad en su totalidad”, comentó en entrevista con Arquine. “Siento que la crítica de la modernidad es un tópico de la reflexión, un punto de partida básico para las humanidades y las ciencias sociales. Mucho del corpus de ambas disciplinas trata de eso, pero, a veces, no está tan claro cuáles son los parámetros para pensarlo. Entonces, tomo en cuenta algunas de las propuestas de Ilich para pensar los malestares de lo moderno que serían, por un lado, el principio de autonomía (la autodeterminación de los individuos, una independencia de lo humano frente a Dios, frente al pasado, frente a la religión) y luego, por otro lado, el principio de instrumentalidad (la búsqueda más eficiente en todos los ámbitos, la optimización, la efectivización en cualquier tipo de productividad). Creo que estos dos frentes definen mucho lo que sucede cuando hablamos de la modernidad o podrían definirla si se entienden cuáles son los vínculos entre ambos. En un principio, uno pareciera derivarse del otro, pero en el camino sucede que entran en conflicto, y es ahí donde surgen muchas de las críticas de la modernidad: la Escuela de Frankfurt, Heidegger, Levi Strauss, los Situacionistas… Muchos de los discursos de la modernidad suceden por este conflicto entre la autonomía y la instrumentalidad, así como otros discursos de lo moderno no conflictivos como, digamos, el liberalismo que, en contraste con los otros que siempre encuentran algún desajuste, es el que diría que hay una razón sin fisuras entre la autonomía y la instrumentalidad. Ésta es la propuesta que quiero hacer para leer la modernidad”.
De llich suele decirse que es un pensador más bien aislado de las enunciaciones occidentales, aunque Beck señala que “de alguna manera sí pertenece a la tradición filosófica porque reivindica la noción de autonomía, o sea, la noción kantiana de autonomía: un sujeto racional que se da sus propias leyes y actúa en consecuencia. Creo que el Illich que yo estudio, el de la etapa de los setenta, sí establece una continuidad con esta tradición”. Pero, ¿cómo responde Illich a las ideas hegemónicas? “Está en discontinuidad con otras tradiciones, como el liberalismo u otros discursos optimistas sobre lo moderno, sean liberales o socialistas. Por ende, cree que hay un cortocircuito con el principio de la instrumentalidad. No cree que se derive el uno del otro, sino que hay un punto en el que se subvierte la relación entre los dos y esto lo señala en lo que concierne a la técnica y a la economía, ya que adquieren una primacía que no deberían obtener. Ahí hay afinidades con otros discursos críticos, sobre todo con la Escuela de Frankfurt, a la vez que Illich tiene otra perspectiva. Illich viene del anarquismo. Aún cuando tenga un diálogo con el socialismo y el anarquismo, no es ni uno de los dos. Él es, en esencia, un anarquista, y su anarquismo y su crítica de la modernidad se deriva de que, a pesar de tener este vínculo con definiciones kantianas, él se origina de otro lado, del lado de la teología, de la historia de la iglesia. Este punto de vista completamente exterior a la modernidad, es uno de los puntos de vista que le permiten criticarla”. Beck prosigue: “Aún cuando proviene de la teología, Illich utiliza el lenguaje de lo secular pero con nociones teológicas, como cuando se da cuenta de las ideas sacras de lo moderno. En esa tensión entre lo teológico y lo secular, Illich se permite hacer una crítica a los fundamentos religiosos de la modernidad. Aunque, simbólicamente, quiere reafirmar la autonomía del humano frente a lo divino, él se da cuenta que lo moderno no hace más que reproducir muchas categorías de lo religioso. Lo que hace de una manera es una especie de psicoanálisis de la modernidad que quiere ser una cosa pero que está llena de actos fallidos. El capitalismo o la tecnología se vuelven formas de lo sagrado, ya que se conforman como principios que organizan la productividad social y que son incuestionables. Se vuelve inaceptable decir que no forzozamente necesitamos más tecnología, y eso provocó un rechazo muy profundo, y se le tachó de reaccionario. Pero Ilich se da cuenta que el nombre de la razón, el progreso, se ha vuelto una forma de lo sagrado y que de hecho al manifestarse en el desarrollo económico, en el crecimiento institucional y en la expansión capitalista, el progreso, a la vez que iguala, crea nuevas jerarquías, incluso más insidiosas que las que propusieron las sociedades no seculares. En el capitalismo, claramente, se divide entre los que tienen más y menos, además de los que quedan fuera del proceso económico, porque no pueden ni siquiera participar. Se crean también muy intensas jerarquías burocráticas, como esta divisón entre expertos y legos”.
Esta parte de la crítica de Illich a la modernidad toca las consideraciones sobre construir ciudad que permanecen desde que Illich las enunciara, y que Beck desarrolla en dos capítulos dedicados a la convivencialidad y a las decisiones políticas: “Illich centró su crítica a la modernidad en tres servicios: la escuela, la medicina y los transportes. En todos sus análisis, pero en particular en el análisis de los transportes, se hace evidente que una de las principales víctimas de este cortocircuito entre medios y fines, entre la autonomía y la instrumentalidad, es el espacio urbano y el espacio de la habitación. Él ve que una de las formas más insidiosas en que se manifiesta esta expropiación de las capacidades autónomas de la gente, de que las comunidades puedan hacer sus cosas en sus propios términos, es en lo que respecta a crear una morada (habitar un espacio doméstico) y de habitar el espacio urbano”. Según Beck, las ideas que Illich planteó sobre el espacio urbano tienen resonancias en las nuevas maneras en que, teóricamente, se imaginan las ciudades: “Cuando habla de los transportes, plantea un concepto que se llama el monopolio radical. A diferencia de un monopolio normal, que es cuando cierto producto o cierta marca se vuelve dominante en el mercado, el monopolio radical es cuando un cierto tipo de producto se vuelve la única forma de satisfacer una necesidad. Es como si en un país Coca Cola no fuera el único refresco, sino que Coca Cola se volviera la única forma de satisfacer la sed. Illich dice que eso mismo pasa con los transportes motorizados. En la medida en que las ciudades se planean en función de definir espacios públicos y privados para privilegiar el transporte motorizado, por ende ese espacio queda completamente alienado y una capacidad que está igualmente repartida entre todos, que es la de caminar, es expropiada y anulada. Esa crítica es, curiosamente, la única que ha tenido cierta repercusión en términos prácticos. Existe esta tendencia mundial a reconocer que es un absurdo que el espacio esté privilegiando a los transportes motorizados. Creo que Illich es un antecedente muy importante, probablemente una inspiración directa, que otorga el leguaje teórico para encontrar un nuevo sentido al espacio urbano”.
¿Cuáles fueron las repercusiones, o bien, los diálogos indirectos que el pensamiento de Illich tuvo en la práctica arquitectónica y en el diseño de la vivienda en una época en la que autores canónicos de la arquitectura proponían su industrialización?: “Illich nunca escribió un libro sobre vivienda, pero la construcción de la vivienda es un ejemplo constante en sus libros de los setenta, y después dedicó varios textos en los ochenta al concepto de habitar. Tiene un texto sobre la choza de Gandhi cuando fue a visitarla a la India y tiene reflexiones muy interesantes sobre la Ciudad de México y sobre cómo es un ejemplo catastrófico de expropiación de las capacidades autónomas. Su principal propuesta como alternativa son los ámbitos de comunidad. Creo que lo que Illich pretende es tratar de reafirmar nociones sobre el habitar para reafirmar los ámbitos de comunidad, los cuales pueden oponer los valores vernáculos a los modernos (industriales, desenraizados). Él busca ofrecer los elementos para rehabilitar lo vernáculo, la forma más adecuada para que se haga una cierta cosa en un cierto contexto. La visión industrial de vivienda expropia cualquier capacidad autónoma de un individuo para qué pueda escoger cómo vivir”. El filósofo emparentó ciertas ideas de la autoconstrucción con organizaciones políticas de resistencia: “Illich plantea, como una expresión de su anarquismo, que la gente sabe qué es lo que necesita y que la gente misma podría resolver los problemas que acarrea la vivienda moderna, como la inseguridad. Hay sin duda una visión optimista de lo que la gente puede hacer por sí misma, que no sé si pueda ser generalizable. No sé si se pueda hacer una razón anarquista hegemónica, pero creo que hay intuiciones que se deban tomar en cuenta para que así puedan tener repercusiones en el debate público sobre vivienda”. Como ejemplo, Beck menciona el contraste de las ideas de Illich frente a propuestas como las de Le Corbusier: “Illich está en las antípodas de Le Corbusier, de la máquina de vivir, de la planeación absoluta del espacio urbano. Digamos que la Unidad Habitacional de Marsella sería la pesadilla illichiana. Está diseñada tomando en cuenta los centímetros que deben tener ciertas estancias para que se adapten a ciertos cuerpos. Esa planeación tan detallada sería para Illich un delirio de algo que llama hubris, palabra griega que señala cómo se quiere robar las capacidades de los dioses, asunto que termina saliendo peor, como con Prometeo. La Unidad de Marsella sería un caso de hubris, algo que termina siendo inhabitable y contraproductivo. No hay un diálogo explícito en Illich, pero creo que él tiene en mente a autores como Le Corbusier. Y sí tuvo un diálogo muy importante de influencias mutuas con un arquitecto que se llama John Turner, uno de los teóricos de la autoconstrucción. En las antípodas de las unidades habitacionales modernistas, están las barriadas de Turner, donde él ve como un ejemplo de arte de habitar las barriadas en Lima, donde la gente, utilizando deshechos, construye casas de manera completamente autónoma, casas que probablemente no cumplan con regulaciones legales pero que son mucho más habitables”.
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