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Sobre la necesidad de construir

Sobre la necesidad de construir

10 diciembre, 2014
por Pedro Hernández Martínez | Twitter: laperiferia | Instagram: laperiferia

Hace poco leía dos noticias que, sin estar del todo relacionadas, ilustran muy bien ciertos desmanes que ha sufrido España en torno a la arquitectura.

La primera era el anuncio que se vendía un enorme agujero en Madrid. Ubicado a la sombra de las cuatro torres más altas de la ciudad, se trata de lo que iba a ser el Centro Internacional de Convenciones, el “gran” proyecto arquitectónico del anterior alcalde, un edificio destinado a convertirse en el enésimo ícono arquitectónico que necesita la ciudad desde hace años, construyendo una potente imagen que aúne “modernidad” y “progreso”. Un intento más que sumar a la larga lista y entre los que aparecen las Torres Kio de Philip Johnson y John Burgee, el Edificio Mirador de MVRDV, el obelisco de Calatrava o las ya mencionadas torres. Esfuerzos parciales por construir una ciudad que se sintetizan ahora en un enorme hoyo de lo que iba a ser un rascacielos de sección circular diseñado por los arquitectos Mansilla y Tuñón que se detuvo bruscamente en 2010 tras la llegada de la crisis. Cuatro años después los sucesores en el ayuntamiento comenzaron a cuestionar la necesidad de un edificio de esas características que han resuelto con la venta de lo que es tan solo una cimentación que obligará al posible comprador a levantar, como se hiciera en el pasado, su edificio sobre las ruinas del anterior.

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La segunda noticia es que también en Madrid se había aprobado un proyecto para construir cinco grandes torres en los terrenos que dejarían el viejo estadio Vicente Calderón –casa del Atlético de Madrid– tras su demolición. El problema no era tanto la decisión de su construcción como la que había tras la forma de su diseño. La memoria estaba extraída –según el periódico El Mundode una página web de tarot. Así podía leerse que «La cosmogonía dice que el número cinco representa la inteligencia. Es la péntada, el símbolo de lo sagrado, de la luz, de la salud, de la vitalidad y del intelecto. Representa lo superior y lo inferior, los cinco sentidos corporales, los cinco dedos de la mano y las cinco funciones intelectuales: razonamiento, inteligencia intuitiva, memoria, abstracción e inteligencia creadora o inspiración. También el quinto elemento, el éter, porque está libre de las perturbaciones de los cuatro elementos inferiores. Significa el balance en la división del 10, que es el número perfecto. La péntada es el arquetipo de la Naturaleza en el sentido de su capacidad generadora, es el eje de la vida». Razones que parecen suficientes para justificar la construcción y diseño de cinco torres –ni más ni menos.

Sin entrar en el debate de si este tipo de decisiones son razón suficiente para justificar la forma y geometría de los proyectos, hay que comprender que la ciudad no puede ser diseñada al gusto de unos pocos, sean políticos con ganas de crear una foto de consumo o constructoras y arquitectos creyentes en la astrología. Cuando nos encontramos a proyectos que afectan al tejido urbano, y por extensión a la vida de las personas, las decisiones son demasiado importantes como para ser tomadas a la ligera. Y España ha sido bastante prodiga en la realización de proyectos que parecen más fruto de “iluminaciones” que de necesidades reales. De hecho, los fanáticos del ruinporn hemos disfrutado gustosos en muchas ocasiones paseos por esos territorios como una experiencia estética; misma sensación que atrajo a ese país a universidades, investigadores y medios de comunicación que buscaban con ansia capturar un paisaje de los excesos.

Ejemplos no les faltan, y en cualquier ciudad pueden encontrarse casos; algunos más sonados, como el famoso Aeropuerto de Castellón, un proyecto inaugurado a las carreras en 2011, sin que haya aterrizado o despegado en él ni un solo avión. Su máximo impulsor, el entonces Presidente de la Diputación Provincial de Castellón, Carlos Fabra –que se reservo en el acceso al complejo una escultura en su honor– se defendía diciendo que ese era “un aeropuerto para las personas” para que cualquier ciudadano que quisiera pudiera “caminar por las pistas de aterrizaje, algo que evidentemente no podrían hacer si fueran a despegar o a aterrizar aviones”.

¿Por qué construir una vivienda, un centro de congresos, una autopista o un aeropuerto? Más allá de respuestas obvias –que van desde la noción del habitar, de la necesidad de desplazarse o de propiciar el comercio– no puede ser tomado con ligereza, sino decisiones importantes que afectan a los modos de vida de mucha gente y que, en la mayor parte de los casos, requieren importantes sumas de dinero para su ejecución. No se trata de negar ni condenar la construcción de grandes obras e infraestructuras. Al contrario, se trata de entenderlas fuera de aspectos especulativos que cubran la gloria de unos pocos.

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