Espacio público y Chapultepec
La ciudad no debe mantener el abandono de avenida Chapultepec cuando a pocos metros de ella se vive un boom [...]
9 junio, 2015
por Roberto Remes Tello de Meneses | Twitter: goberremes
Fotografía: Mónica Parra
Las ciudades mexicanas están llenas de señales de tránsito invisibles. ¿Qué significa un rombo amarillo con un peatón al centro? ¿Qué significa una casita amarilla con dos peatones escolares al centro? ¿Qué significan los límites de velocidad, particularmente cuando establecen velocidades muy bajas como 10 km/h en estacionamientos o 20 km/h en zonas escolares?
Hace unos años crucé a Texas por Colombia, Nuevo León, y acabé en una carretera secundaria, en la que me tocó un retén. Había una señal de alto y una autoridad que no recuerdo si era policía o militar. Bajé mi velocidad, miré a la autoridad, y cuando no me indicó nada continué la marcha. Me detuvo y regañó. “You didn’t ask me to stop”, dije para justificarme. Me señaló el octágono rojo con la leyenda “STOP”. Recordé que en México ALTO no siempre significa alto.
En Europa, la gente aprende a manejar en una academia con instructores autorizados y tarda meses en obtener una licencia. En México, uno aprende a manejar con amigos, familiares o con la pareja; las licencias son fáciles de sacar. Cuando el proceso es repetido a lo largo de una generación, nadie sabe manejar, el conocimiento teórico se pierde. Es lo que está pasando en las ciudades mexicanas.
Mantener los 10 km/h en un estacionamiento es relativamente fácil. Generalmente hay poco tráfico aunque nunca falta el neurótico que insiste en rebasar en un espacio estrecho y con baja visibilidad. ¿Puedo detenerme completamente para ceder el paso al peatón en un rombo que le indica la prioridad al peatón? ¿Y si lo logro hacer, el peatón cruzará?
Fotografía: Roberto Remes
Hemos logrado una amplia red de señales fantasmas: carriles de autobús que no se respetan, señales de no estacionarse que funcionan aleatoriamente, límites de velocidad que nadie mira. Ante la presencia de un peatón en el arroyo, tocamos el claxon, jamás bajamos la velocidad. Ante un rombo amarillo con un animal al centro mantenemos la velocidad y no nos ponemos en alerta. Ante señales naranjas por una obra pública seguimos la marcha sin variar la velocidad. Lograr que se cumplan será un proceso largo de cambio de cultura.
¿Ahora bien? ¿Qué pasa si hackeamos las señales de tránsito? En las últimas semanas se realizaron dos “cebratones” en Puebla, uno en el municipio capital, y el otro en San Pedro Cholula. Estuve presente en este último, el 31 de mayo. Cuando la gente decora un paso peatonal se genera mucho entusiasmo. ¿Los automovilistas frenan mejor?
Lo que he podido ver desde la campaña del Rey Peatón en la Delegación Miguel Hidalgo, de mi autoría, es que el peor escenario para el peatón es la ausencia de señalización. Sin embargo, ante la presencia de una señalización técnica (la cebra o la doble raya) mejora el comportamiento, pero cuando hay una señalización “hackeada” hay adicionalmente un acto comunicativo: se está empoderando a los usuarios más vulnerables de la vía.
En paralelo al cebratón de Cholula estuve colocando coronas de 7 centímetros de ancho sobre la señalética amarilla de los pasos peatonales. Aproximadamente 20 rombos fueron intervenidos. Si las señales son fantasmales, al menos que sirvan como acto comunicativo; este sutil “hackeo” tiene un objetivo, empoderar a los peatones. Adicionalmente, en unas 10 rampas para personas con discapacidad, coronamos la figura con una simple plantilla. Son actos simbólicos con los que me encantaría llegar a todos los rincones del país, más que para comunicarme con los conductores, para hacerlo con los peatones.
Sí, las señales son invisibles cuando hasta los policías dejan de saber para qué sirven, pero no cuando una discreta modificación comunica un concepto, el empoderamiento de los peatones, incluidas las personas con discapacidad.
Fotografía: Roberto Remes
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