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30 mayo, 2024
por Sandra Loyola Guízar
Una mercancía parece ser, a primera vista, una cosa evidente y trivial. De su análisis resulta que es una cosa de lo más endiablada.
Karl Marx, El Capital
Durante la pandemia tuve más tiempo para ver televisión. Recuerdo que busqué en internet: “series de arquitectura” y me salió una opción que hoy, después de cuatro años, debo confesar que no pude parar de ver hasta el final: Selling Sunset, que trata de la vida de un grupo de agentes inmobiliarios en Los Ángeles, The Oppenheim Group, que vende mansiones millonarias en West Hollywood. El reality show trata dos temas, por un lado, muestra las inmensas casas con ágiles videos y, por otro lado, las relaciones tóxicas de la vida en la oficina. En este texto me centraré en entender este gusto culposo. Quiero entender por qué es uno de los contenidos más vistos de Netflix.
Selling Sunset hace un retrato sin complejos de la brutal cultura capitalista estadounidense. En la primera temporada, Christine Quinn, organiza un evento en una de las casas que intentará vender para dar a conocer “este producto que acaba de entrar al mercado”. La temática del evento es burgers and botox, “dos cosas que todo el mundo ama en L. A.”. Las invitadas (que son otras agentes inmobiliarias) llegan en gigantescas camionetas, trajes de diseñador con bolsas miniatura, maquillaje profesional y zapatillas de suela casi vertical que dificultan su trabajo, que consiste en recorrer la casa para tomar nota del precio, medidas y detalles que sus potenciales clientes querrán saber.
La estructura de los episodios es repetitiva y predecible. Las interpretaciones, sobreactuadas, y los dilemas y dramas se despliegan con comportamientos tóxicos codificados como femeninos, según los estereotipos. Por esto, con algo de culpa, me pregunto: ¿qué es lo que hizo que viera la serie hasta el final? Lo que me maravilló fue la representación de un mundo inalcanzable e incomprensible, que deja ver un lujo que no es precisamente bello. El despliegue cosmético de las protagonistas, la arquitectura, la decoración de interiores de las casas en venta son similares, en tanto que son entretenidas y despampanantes, pero aburridamente parecidas entre sí. Selling Sunset es la ventana a una aparente realidad en la que, si se llega a tener toda la fortuna del mundo, este es el estilo de vida y la estética que se puede y debe alcanzar en cierta esfera cultural de Estados Unidos; pero también es la ventana para ver una sociedad cuyos valores perpetúan la injusticia social y el cambio climático.
Hay episodios en los que las propiedades pierden protagonismo y la trama gira en torno a las peleas y dramas entre las trabajadoras de la inmobiliaria. Mientras la serie avanza, podemos ver que todo se incrementa: más alta costura, más maquillaje, más producción en la serie, clientes más estrafalarios, comisiones estrambóticas, más drama y, sobre todo, más bótox.
Las casas en la primera temporada cuestan entre 1 y 5 millones de dólares, pero conforme avanza el programa, los precios se incrementan hasta que el dinero deja de ser una referencia clara. El costo se define, aparentemente, en una conversación entre agentes y propietarios. Alguien dice: “Esto cuesta, yo creo, 22 millones”. Otro dice: “Yo la anunciaría en 12 o 15 millones. De acuerdo.” Pero ¿cuánto cuestan las cosas? ¿De dónde sale el valor de las mercancías y cómo es posible este tipo de conversaciones? Eso es algo que se puede entender en el primer libro de El Capital de Karl Marx. El “fetichismo de la mercancía” es un concepto creado por el filósofo alemán, que describe la percepción de las relaciones de producción e intercambio, no como relaciones entre personas, sino como relaciones sociales entre cosas. Marx describe que, en este fetichismo, se percibe el valor económico como algo que surge y reside dentro de la mercancía misma, y se llega a olvidar que el valor económico es fruto de la serie de relaciones interpersonales que producen la mercancía y evolucionan hacia su valor de cambio. El resultado es la apariencia de una relación directa entre las cosas, y no entre las personas; en tanto que las personas y sus relaciones se “cosifican” como mercancías. Mientras las agentes inmobiliarias se parecen más a sus casas, sus relaciones sociales se cosifican igual que las viviendas que venden. Si no me creen, vean la serie.
Casi en cada capítulo se hace referencia a lo difícil que es el oficio de estas agentes y cómo se desviven trabajando duro para tener éxito y sacar adelante a sus familias. Y, aunque no dudo que haya toda una labor de publicidad, negociación y burocracia detrás de las ventas, la serie no lo muestra. La serie celebra la movilidad financiera y tiende a enmascarar la injusticia estructural de la desigualdad económica en la que incluso las mismas protagonistas se visten y maquillan como si vivieran en las casas que venden, cuando en muchos casos su vida dista mucho de esa realidad. De hecho, Chrishell Stause, quien de alguna manera se convierte en la protagonista, y cuenta haber nacido en la pobreza, termina comprando una de las casas que representaba como agente y ese es, en realidad, el predecible hilo narrativo del show.
Las personas interesadas en temas de arquitectura e interiorismo pueden disfrutar moderadamente del show. Tan solo en una ocasión se hace referencia al arquitecto de una de las casas: Christine Quinn intenta vender una casa, construida en 1949 por Richard Neutra, para el guionista Millard Kaufman, y dice que “es una propiedad de relevancia arquitectónica”. Y aunque ha sido actualizada desde entonces, este es el único inmueble con un valor histórico que aparece en la serie. El posible comprador es Karamo, de Queer Eye, pero no la compra porque dice que le ve un problema a la casa: el techo del dormitorio es de 2 metros de altura y él mide 1.90 metros.
Las demás mansiones de lujo en venta son más o menos parecidas entre sí: formas cúbicas elevadas sobre colinas que albergan entre 5 y 6 dormitorios, cocinas abiertas, estacionamiento para 7 autos, salas de cine, canchas de tenis y, siempre, un cuarto de baño extra para fiestas. Hay muchas escenas que muestran las casas y terminan con una toma a vuelo de dron sobre las colinas de Los Ángeles, como para mostrarnos todas las otras casas que podrían vender, todas las comisiones que están ahí afuera, esperándolas, todo el éxito por venir; la ciudad como un inmenso centro comercial y las casas como boutiques cuyos ventanales y albercas infinitas sirven para contemplarse entre sí.
Conforme avanzan los capítulos, los perfiles de los clientes van cambiando porque, como ya mencioné, la agencia va adquiriendo mansiones más costosas. Las propiedades dejan de ser compradas y habitadas por una celebridad o un desarrollador de tecnología; las transacciones que se cierran en pantalla van dirigidas cada vez más a inversores; las casas se compran y venden varias veces y, en muchos casos, los muebles y las bañeras nunca serán usados. En otras ocasiones, las mansiones se alquilan por días, en otras son demolidas o se reforman y, en otros casos, se vuelven a vender a un precio mayor. De esa forma, se especula con el suelo y varias personas se benefician económicamente de esas transacciones. Así, aunque nadie las habite, algunos se benefician de ellas. Entonces, ¿para qué las amueblan y las decoran? Marx diría que mientras más pierde una mercancía su valor de uso, más se fetichiza.
Ver este reality show durante la pandemia me impactó porque se estrenó durante una de las crisis sanitarias y habitacionales más grandes por las que hemos pasado. Este tipo de programas normalizan el hecho de percibir o entender la vivienda como mercancía, ya despojada de su valor de uso. Poco a poco, la serie muestra una forma de entender “las casas” como objetos que aceleran y dinamizan el mercado, y que existen para enriquecerse y generar capital económico y cosmético. Saber que compartimos el mundo con formas de vida como estas fue tan innecesario como abrumador. Ahora, la inmobiliaria del reality ha abierto oficinas en Cabo San Lucas, y en su página hay una pestaña que dice: “Buying in Mexico”.
Referencias
Alba Correa (2 de junio de 2022), “Cosas que aprendí viendo ‘Selling Sunset’, el ‘reality’ más moralmente cuestionable de todo Netflix”, Vogue. Disponible en: https://www.vogue.es/living/articulos/la-milla-de-oro-selling-sunset-reality-netflix
Nicole-Ann Lobo (23 de octubre de 2020), “Netflix’s ‘Selling Sunset’ basks in opulence. You should feel guilty watching it., America. The Jesuit Review. Disponible en: https://www.americamagazine.org/arts-culture/2020/10/13/netflixs-selling-sunset-review-guilty-capitalism-catholic
César Ruiz Sanjuán (2019). “Clara Ramas San Miguel, Fetiche y mistificación capitalistas. La crítica de la economía política de Marx, Madrid, Siglo XXI, 2018, 304 pp.”. THÉMATA. Revista de Filosofía (Universidad Complutense de Madrid) (Nº 59): 135-144.
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