Gobierno situado: habitar
Un gobierno situado, un gobierno en el que quienes gobiernan se sitúan, que abierta y explícitamente declaran su posición y [...]
15 junio, 2020
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog
Al inicio de su libro Colored Property. State Policy and White Racial Politics in Suburban America, David M. P. Freund cuenta dos historias. Primero, la de Ossian y Gladys Sweet, una pareja que se mudó en septiembre de 1925 a su nueva casa en el lado este de Detroit. Ossian era médico. Había estudiado en la Universidad Howard de Washington D.C. y, ya casado con Gladys, viajaron a Viena y a París, donde prosiguió con sus estudios. En París nació su hija, pero no en el Hospital Americano, pues no fueron admitidos a causa de su color: eran negros. En Detroit, al día siguiente de que se mudaron, varios vecinos se agruparon afuera de su casa para echarlos del barrio, hasta entonces sólo de blancos. Los Sweet sabían que serían rechazados, incluso con violencia. Esa noche estaban acompañados por amigos y parientes, algunos armados. La multitud lanzaba piedras contra la casa. Desde adentro salió un disparo. Afuera murió un hombre blanco. Los Sweet y sus acompañantes fueron acusados de homicidio, encarcelados, juzgados y absueltos un año después.
La segunda historia que cuenta Freund ocurrió cuarenta años más tarde, en 1963, en Dearborn, pequeña ciudad cercana a Detroit, donde Giuseppe Stanzione, inmigrante italiano que había llegado a los Estados Unidos en 1958, tenía una propiedad en renta. Un día llegaron tres afroamericanos al lugar y al poco tiempo un grupo de personas rodeó la casa, lanzándole piedras. Apareció la policía pero no hizo nada por dispersar a la multitud, que siguió fuera de la casa por más de 29 horas. Los tres afroamericanos no eran los arrendatarios, sino quienes cargaban los muebles de los verdaderos inquilinos, blancos. Las semanas que siguieron, dice Freund, Orville Hubbard, alcalde de Dearborn, recibió el apoyo de su comunidad por sus acciones —es decir, por no hacer nada— y dejar claro que era y seguiría siendo una zona exclusivamente para blancos. Pero hay quienes suponen que ese tipo de segregación ya no existe. Al final de su libro Freund explica:
“Las políticas de vivienda y desarrollo durante la posguerra en los Estados Unidos hicieron algo más que segregar sus regiones metropolitanas en rápido crecimiento. Ayudaron al surgimiento de un nuevo tipo de política racial, en la que los blancos del norte aprendieron a ver la desigualdad —y la desigualdad racial en particular— como un producto sólo de las fuerzas del libre mercado, no afectado por restricciones legales, intervenciones políticas o acción coercitiva de ningún tipo.”
La idea —falsa— de que son sólo las fuerzas del libre mercado las que determinan la exclusión de ciertas personas en una ciudad, por ejemplo, sirve como excusa para evitar afrontar de lleno el problema de la segregación racial en el espacio urbano. Y eso pasa también en México, donde se puede argumentar que no son las condiciones económicas las que generan segregación sino exactamente al revés: que fue la segregación la que condicionó la economía.
Hace algunos días, Guillermo Woo Mora publicó en su cuenta de tuiter un hilo en el que comentó cómo la segregación entre españoles e indios desde la fundación de Guadalajara y la diversidad étnica durante la colonia explican la desigualdad actual en esa ciudad. Guadalajara se fundó —por cuarta vez— en febrero de 1542. En el Libro segundo de la Crónica miscelánea, en que se trata de la conquista espiritual y temporal de la Santa provincia de Xalisco en el Nuevo reino de la Galicia y Nueva Vizcaya y descubrimiento del Nuevo México, Fray Antonio Tello escribe que a los diez días de agosto de 1542 se pregonó en la plaza de la villa de Guadalajara su nombramiento como ciudad y que, al mismo tiempo, “de los más mansos y amigables con los españoles que tenían estas provincias, y de la otra parte del río algo apartados en frente de la ciudad, poblaron algunos indios mexicanos en unas fuentes u ojos de agua, y pusieron por nombre al pueblo Mexicaltzingo.” Woo Mora hace referencia al libro Infrastructures of Race. Concentration and Biopolitics in Colonial Mexico, de Daniel Nemser, quien explica que los conquistadores españoles del siglo XVI “traían consigo una concepción renacentista del mundo que veía al orden social íntimamente ligado al orden espacial.” Por supuesto se puede argumentar que esa relación entre orden social y orden espacial no es ni exclusiva de conquistadores ni del Renacimiento, pero una de sus particularidades, como también apunta Nemser, fue que la concentración de cuerpos estaba también ligada a una política racial. Nemser usa como epígrafe una frase tomada del libro de Joshua Lund El estado mestizo. Literatura y raza en México:
“La raza se piensa tradicionalmente en términos de personas pero finalmente (y originalmente) su política sólo se entiende cuando se contempla en términos territoriales: la raza siempre es, de manera más o menos explícita, la racialización del espacio, la naturalización de la segregación.”
Esa segregación es la que señala Woo Mora que, originada en la división por el río San Juan de Dios entre la ciudad de blancos, al poniente, y el pueblo de indios, al oriente, persiste hasta nuestros días en la división social y económica que marca la calzada Independencia, que corre sobre el río entubado. “Calles oscuras debido al alumbrado público que no funciona. Escasez de áreas verdes, de lugares de esparcimiento. Poco espacio público. Baches en todas las calles, calles que el gobierno no ha tomado en cuenta durante años Ese es el lado oriente de la ciudad de Guadalajara, en alto contraste con su parte hermana”, es como lo describen Máximo Jaramillo y Alejandra Saucedo en su ensayo “De la Calzada para allá”: fronteras materiales y simbólicas de desigualdad, segregación y estigmatización en la ciudad de Guadalajara.” Jaramillo y Saucedo coinciden al apuntar a “la raíz histórica de la segregación urbana en Guadalajara” en el establecimiento de la ciudad de los blancos de un lado del río, y del pueblo de indios al otro. Y eso, de nuevo, no es exclusivo de Guadalajara sino que puede verse en todas las ciudades que se fundaron segregando a los colonizadores de los habitantes originarios, racializados.
Además de a nivel urbano, la segregación por diseño llega a escala de la casa. Pensemos, por ejemplo, en la calidad y dimensión de los espacios destinados a las personas dedicadas al trabajo doméstico, donde no se trata sólo de un problema de desigualdad y clasismo, sino de evidente segregación racial —y de género.
Por otra parte, la definición misma dentro de la disciplina de lo que es buena y mala arquitectura, arquitectura regional o exótica o, simplemente, arquitectura, pasa por esas lógicas raciales, como argumenta Charles L. Davis II en su libro Building Character. The Racial Politics of Modern Architectural Style:
“Si nos detenemos a considerar los efectos hegemónicos de la blanquitud en los debates arquitectónicos de estilos, resulta razonable preguntarnos qué tanto la creación de un estilo de construir nacional autóctono refleja una interpretación nativista del caracter nacional.”
El famoso árbol de la arquitectura de los Fletcher, padre e hijo, que presenta a la arquitectura europea como fruto orgánico y cumbre de la evolución de varios estilos, es una demostración gráfica de la racialización de la arquitectura. Según explica Nasser Rabbat, director del programa Aga Kahn de arquitectura islámica en el MIT, en su ensayo “The Pedigreed Domain of Architecture: A View from the Cultural Margin”, la narrativa histórica de la disciplina arquitectónica se concibe como fundamental para la conformación misma de la disciplina —para determinar lo que es arquitectura— y esa narrativa “no es ni estática ni universal. Ni fue siempre la prevaleciente. Tiene una historia, por supuesto, y como otras historias normativas ha evolucionado para incluir ciertos episodios canonizados, e ignorar o suprimir otros que resultan poco familiares, problemáticos, exóticos o políticamente indeseables.”
Por último, la segregación racial —aquí sumada a la de género— influye hasta en la conformación demográfica del perfil de profesionistas que destacan en arquitectura, mayoritariamente hombres blancos. En un comunicado firmado por la presidenta del Instituto de los Estados Unidos de Estudiantes de Arquitectura (AIAS, por sus siglas en inglés), leemos que “entre 1960 y nuestros días, el porcentaje de arquitectos licenciados afroamericanos en los Estados Unidos no ha rebasado el 3% y entre todos los registros históricos y los más de 110 mil actuales, no pasan de 500 mujeres afroamericanas con licencia de arquitectas.” En México el domino mayoritario de hombres no racializados y de sectores socioeconómicos privilegiados en la profesión también resulta evidente.
Finalmente, hay que apuntar que no es sólo la arquitectura la que segrega como tal, sino que lo hacen sobre todo las ideas y las prácticas de los arquitectos. La reflexión crítica constante y las transformaciones a fondo de esas prácticas y de esas ideas desde las que diseñamos, construimos, enseñamos y publicamos arquitectura es más que necesaria en nuestros tiempos. Pues incluso para quienes piensen que se trata sólo de edificios —y no de prácticas culturales y dispositivos políticos más complejos—, habrá que recordar, como plantea WAI architecture think tank en Des-hacer la arquitectura, Manifiesto de arquitectura anti-racista, que los edificios nunca son sólo edificios:
“Los edificios responden a los fundamentos políticos de las instituciones que los financian, visualizan y desean. Los edificios son manifestaciones físicas de las ideologías a las que sirven. Aunque una posición ingenuamente desprendida o romántica puede hacer que los edificios sean artefactos semiautónomos capaces de albergar o envolver el espacio, esta actitud despolitizada pasa por alto su relación histórica y material con los regímenes de violencia y terror. Los edificios pueden proteger, pero también pueden confinar, infundir miedo, aplastar, oprimir. Los edificios pueden albergar y fomentar la hospitalidad, pero pueden encarcelar y torturar. Los edificios pueden ser herramientas para la segregación étnica, la destrucción cultural y el borrado histórico. Los edificios pueden reforzar el statu quo y ayudar en la implementación de los deseos colonizadores del expansionismo. Una democratización antirracista del acceso sólo es posible mediante la descolonización de edificios y espacios públicos. Los arquitectos deben conocer los programas de los edificios que diseñan y deben rendir cuentas por ello.”
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