José Agustín: caminatas, fiestas y subversión
La Ciudad de México, entendiéndola como una extensión territorial que abarca tanto al centro como la periferia, fue dura, sinónimo [...]
2 marzo, 2018
por Christian Mendoza | Instagram: christianmendozaclumsy
Una posible reflexión inicial para abordar el hecho de la protesta es la alteración que sucede en el relato temporal de la historia. La noción de los acontecimientos como bloques medibles comienza a resquebrajarse cuando irrumpe la imagen de los vidrios rotos después del encuentro entre disidencias y organismos armados. Cuando el luto, la ira y el cuerpo en su plano más escatológico —el cuerpo que grita o el cuerpo amagado— son también dispositivos que nos ayudan a representar las contradicciones de cierto momento convulso. La protesta misma altera el orden oficialista en que se representa el tiempo. El primer síntoma de la modernidad neoliberal en México, por ejemplo, fue la aparición de un pasado cuya imagen fue continuamente planteada en el discurso revolucionario, al tiempo que su anulación fue sistemática en los planes gubernamentales que vieron en la economía global y en el liberalismo de mercado una vía para el progreso nacional. Entre los indígenas que en los murales públicos sembraban la economía que dirigiría al país y el vértigo del Tratado de Libre Comercio de 1994 —documento que se postró como el único presente que podía vivirse en el país—, la imagen que marcó el discurso de las autoridades fue la caravana zapatista en el Zócalo, la cual ingresó en 2001, así como la fotografía de la Comandanta Esther hablando en la tribuna de la Cámara de Diputados. El relato de la alternancia democrática es, más bien, el de ese levantamiento que demandó una modernidad que no desplazara. El resquebrajamiento de la historia reciente en México —un fragmento de vidrio, si se quiere— se encuentra en Sublevaciones, exposición del Museo Universitario de Arte Contemporáneo.
La muestra, curada por el filósofo George Didi-Huberman, construye las diversas aristas que conforman al hecho de protestar. Según el planteamiento curatorial, el cual cruza imágenes históricas con piezas artísticas, la protesta comienza desde la palabra, los gestos corporales —como las manos que lanzan piedras o bombas molotov— y los deseos íntimos que son también los colectivos. Algunas de las imágenes que se encuentran en las esferas del periodismo abandonan el contexto de la inmediatez e ingresan al nivel reflexivo de algunas de las obras de arte que fueron reunidas para la muestra. Estos puentes entre la documentación y la estética arrojan nuevas funciones a la imagen. Los diversos momentos de protesta forman un relato sostenido sobre las respuestas que la sociedad ha dado a múltiples facetas de la historia. No sólo las imágenes, también el hecho de salir a las calles también se observa como una acción que se ha mantenido al margen del relato que define a los movimientos sociales como cuestiones efímeras y minoritarias. Igualmente, Subvlevaciones—tal vez de manera no premeditada— concluye que lo urbano es casi el sitio principal de operaciones de la protesta. Esto adquiere particular nitidez en los casos mexicanos.
La llegada de los indígenas a la entonces capital del país no fue tan comunicada como la presencia de la Comandanta Esther en la Cámara de Diputados. La fotografía es la evidencia de que esa enfermedad para el proyecto neoliberal logró intoxicar los mismos interiores de un territorio donde el poder mantiene su arquitectura. Por otro lado, se cita Vivienda para todos, una acción de Francis Alÿs en el Zócalo del Distrito Federal, en el que el artista propone como un posible techo los desperdicios de la propaganda que cada seis años intoxica a los entornos de la ciudad. Ante la aparente bonanza de México ingresando en el mercado global, Alÿs antepone la precariedad del cuerpo y anuncia, desde el plano estético, la crisis de vivienda que persistió después del terremoto de 1985. Aparece también mencionada la acción que el colectivo Tercerunquinto realizó el 2 de octubre de 2008, una de las protestas más eficientes que operó de manera contraria a la convocatoria multitudinaria. El mensaje de Tercerunquinto fue el del desmontaje y la invisibilidad: eliminar sin destruir el Escudo Nacional de la Secretaría de Relaciones Exteriores, negar la presencia de la parafernalia oficial, desaparecerlo como desaparecieron anónimamente muchos estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas. Una obra en Sublevaciones resulta particular. Se trata de una documentación de cómo la sociedad civil retiró escombros en una de las zonas más afectadas tras el sismo del 19 de septiembre de 2017. Se sabe de la ausencia de las autoridades en el durante y después del sismo. Ante esa ausencia, pareciera que la sociedad civil protestó moviendo los escombros.
La Ciudad de México, entendiéndola como una extensión territorial que abarca tanto al centro como la periferia, fue dura, sinónimo [...]
Como parte del contenido del número 105 de la revista Arquine, con el tema Mediaciones, conversamos con los fundadores de [...]