30 julio, 2021
por Ruben Segovia
Rubén Segovia es el Director de la Maestría en Arquitectura y Diseño Urbano. Escuela de Arquitectura, Arte y Diseño del Tecnológico de Monterrey.
A través del tiempo, el diseño de las ciudades ha recaído típicamente en las personas con preparación en áreas relacionadas a la arquitectura. Por ello, en repetidas ocasiones los asentamientos humanos han sido “víctimas” de las obsesiones formales, estilísticas y conceptuales propias del rigor formal del dibujo arquitectónico trasladado al dibujo urbano.
El dibujo, la herramienta esencial del diseñador, ha sido utilizado por los generadores de ciudades con la misma lógica interna con la que se proyecta un objeto arquitectónico. La línea que delimita un muro llega a tener el mismo peso y equivalencia a una calle, un parque y un barrio. Sin lugar a interpretaciones ni desvíos, el plano se convierte en el dictador absoluto del destino de sus habitantes.
En una época donde contamos con herramientas colaborativas digitales, simultaneidad, simulación de territorios y procesos como “machine learning”, podemos imaginar la transformación del dibujo de su agencia autoritaria y rígida, a un instrumento participativo, dinámico, flexible y mutable. Para tomar dichos pasos, podemos revisitar la historia de los proyectos urbanos y leer sus dibujos desde una óptica interpretativa y llena de posibilidades estratégicas, en lugar de interpretarlos como soluciones formales absolutas.
La retícula representa uno de los organizadores formales del espacio urbano más antiguos, cuyo sistema multidireccional absoluto permite una apropiación total del territorio. No es de extrañarse que, debido a su alta eficiencia, ha sido utilizada como un medio militar y en asentamientos de conquista, desde campañas romanas como la de Timgad en Algeria – fundada por Trajano en el 100 d.C.-, hasta ciudades enclave de protección como Neuf-Brisach, diseñada por Vauban en la región francesa de Alsacia en 1698. Esta última, ha combinado de manera paradójica los trazos envolventes barrocos para el diseño de sus muros y sistemas de defensa.
La retícula se ha destilado como el epítome de la ciudad moderna perfecta. Desde los deseos mercantilistas de ocupación del territorio, expresados por Thomas Jefferson en su homónima Jeffersonville de Indiana en 1802 (un trazado norte-sur que interseca con el flujo oblicuo del río Ohio y muestra las posibilidades de adaptabilidad de la retícula), hasta las aspiraciones maquinistas de Le Corbusier en su Plan Voisin de 1925. Sin embargo, podemos leer la retícula más allá de su expresión formal e impositiva y entenderla como un punto de partida o armadura para las posibilidades infinitas de programa, densidad y conectividad; una especie de interpretación urbana del juego de la vida de Conway.
La relación entre el dibujo urbano y el contexto siempre ha sido por demás áspera, nuestra condición antropocéntrica nos abre las posibilidades de manipular el territorio a placer. Para cuestionar lo anterior, existen ejercicios que trataron de transformar el roce entre el proyecto y el lugar en una oportunidad de simbiosis. Un buen ejemplo es la Ciudad Jardín que aparece en el libro “To-morrow: a Peaceful Path to Real Reform” de 1898, una serie de dibujos mal entendidos que desencadenaron, en gran medida, el fenómeno del suburbio gracias a la introducción de elementos urbanos policéntricos. Los diagramas que presenta Ebenezer Howard, a manera de círculos interconectados, incluso desencadenaron desarrollos inmobiliarios periféricos mono-funcionales con la misma expresión formal, ver Sun City en Phoenix. Podemos volver a leer dicho proyecto junto con la propuesta de Broadacre City de Frank Lloyd Wright en 1932 y encontrar visiones potenciales de la interconexión entre naturaleza y sociedad, ejercicios que intercambian el espacio abierto bucólico por el paisaje como infraestructura. Ambos trazos plantean estrategias integrales de usos mixtos, espacios abiertos productivos, gestión hídrica y sistemas de movilidad alternativa, conceptos que sin lugar a dudas son por demás relevantes y necesarios para nuestros asentamientos urbanos.
Uno de los retos históricos del dibujo urbano ha sido romper su rigidez. Al ser típicamente plasmado en una superficie de dos dimensiones, surge la necesidad de “terminar” y formalizar la propuesta de ciudad; esas barreras empiezan a difuminarse hoy en día debido a las herramientas digitales que permiten simulación, iteración y cooperación. Como antecedentes a los mencionados mecanismos, existen proyectos que de manera involuntaria, o como parte de su agenda, propusieron esquemas urbanos cambiantes y dinámicos; infraestructuras anfitrionas que aceptarían mutaciones, crecimientos y decrecimientos de acuerdo con las condiciones sociales, culturales, económicas y del contexto. Uno de los primeros ejercicios fue el concurso para la ciudad de Magnitogorsk de Ivan Leonidov, que estuvo basado en las ideas de Milutin; un proyecto que fue interpretado más adelante como la idea de ocupación absoluta del territorio a través ciudades lineales. Para reconocer su potencial, podríamos leer la propuesta como una reinterpretación de las posibilidades anteriormente mencionadas al utilizar la retícula como punto de partida del desarrollo, idea que los metabolistas explotaron de manera formal y conceptual.
Usando de nuevo la retícula como base en Agricultural City, hasta su evolución en interconexiones fluidas de la Ciudad Hélice -ambos de los 1960s-, Kisho Kurokawa destila las ideas de Leonidov y sienta las bases para la multiplicidad urbana, en este caso aún enraizada a los procesos del movimiento moderno. El movimiento metabolista es un gran ejemplo de cómo los conceptos y posibilidades urbanas trascienden y permean más allá del dibujo, dejando claro que lo que sobrevive no es la “forma” sino las “ideas” de flexibilidad, mutación e inclusión.
Algunos de los ejemplos mencionados son instigadores para revisitar otros tantos proyectos urbanos y desmenuzar el dibujo como un mecanismo de enseñanza que nos puede transportar hacia la acción de proyectar la ciudad como un elemento abierto, cambiante y colaborativo; revisar el dibujo urbano como un diagrama de posibilidades que permite catalizar el agonismo antagónico que menciona Saskia Sassen -donde diferentes visiones y estilos de vida coexisten en una confrontación positiva-, y corroborar que el dibujo urbano posee el potencial de actuar como un dispositivo que genera posibilidades urbanas fluidas, inesperadas, inclusivas y adaptables.