4 noviembre, 2014
por Arquine
Ayer el Arquitecto Reinaldo Pérez Rayón recibió, a los 95 años, la Medalla Bellas Artes. Conocido por la realización de la Unidad Zacatenco del Instituto Politécnico Nacional y alumno distinguido de Juan O’Gorman, ha recibido distintos reconocimientos durante su trayectoria profesional entre los que sobresalen el Premio Nacional de Ciencias y Artes en la rama de tecnología y diseño, en 1976; el Diploma de la Unión Internacional de Arquitectos, por la realización de la sede de sus Jornadas Internacionales celebradas en la Ciudad de México, en 1963, y el Premio Fundidora Monterrey, por la mejor aplicación funcional y estética del acero en la arquitectura, en 1967. Sus obras se han presentado en exposiciones como Perfil de México (Ámsterdam, 1959); Arquitectura de vanguardia (México1962); 400 años de arquitectura mexicana, llevada a más de 50 ciudades del mundo (1960-1963); la Bienal de Arte de São Paulo (1961); México de ayer y hoy, que recorrió varias capitales europeas (1966); Arquitectura mexicana… hoy, en el Palacio de Bellas Artes, y el Salón Mexicano del Diseño (1971).
El premio de la Medalla Bellas Artes recoge así sus aportaciones a la arquitectura a lo largo de 70 años. La ceremonia contó con la presencia del arquitecto y una breve exposición de su obra por parte del Arquitecto Alejandro Gaytán Cervantes, que además de presentar sus conocidos trabajos para el Instituto Politécnico Nacional, mostró el papel activo que ha tenido Reinaldo Pérez Rayón en la investigación técnica y material. Alejandro Gaytán Cervantes apuntó como, pese a contar ya con más de 80 años, estudió soluciones flexibles y económicas de materiales para la construcción de vivienda social.
Un día el arquitecto encontró una silla de plástico de que costaba sólo 25 pesos. Compró seis de ellas y dejó dos en sus estancia, dos en el jardín y dos en la azotea. Pasado un tiempo las reunió de nuevo, las limpió bien y, según las palabras del Alejandro Gaytán Cervantes “no se distinguía cuál había estado en qué lugar”. Se dio cuenta de las posibilidades funcionales que ofrecía el material e invitó a una serie de amigos y profesionales a discutir las pertinencia de su uso en un proyecto arquitectónico. Tras algunas críticas, como que era un material demasiado caliente, inflamable o tóxico, anotó los distintos problemas y le buscó una solución, convirtiendo, para ello, el jardín de su casa en un gran laboratorio, donde cada una de sus partes fue construída y testada en su funcionamiento. La solución, como ya se ha apuntado, fue aplicada a la investigación en la vivienda social -realizando un prototipo en la ciudad de Aguascalientes- donde la solución conceptual era la de un huevo: una lámina delgada muy ligera y muy resistente que protege al interior y que busca la máxima eficiencia material. A nivel constructivo se plantea como un módulo prismático de plástico que se coloca en una estructura reticular de acero cuya función es la de resistir las cargas y la acción del viento. Para probar sus posibilidades el arquitecto se trasladaba a su prototipo en distintas épocas del año.