Amoxtli in tlaquetilistli. Un libro sobre dos piedras y dos volúmenes sobre arquitectura
La arquitectura, a pesar de lo que pudiera parecer desde afuera (y a veces en su propio interior), tiene una [...]
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¡Felices fiestas!
30 julio, 2020
por León Villegas
La ciudad depende de la arquitectura y la arquitectura depende de la ciudad y, ambas, a la vez, dependen de la sociedad que las instrumenta para hacerlas habitables. La ciudad, entendida como un dispositivo en continua (re)programación, requiere de la constante edición de su tejido para mejorar su funcionamiento. Es la construcción de un proyecto inacabable que lidia con las múltiples capas de su historia, por más reciente que sea, y que debe cuestionar tanto la conservación y el mejoramiento de su infraestructura existente como el diseño y la construcción de nuevas infraestructuras. Esta dicotomía es la base del dilema de la conservación que encuentra acción en las prácticas de restauración y/o rehabilitación.
La restauración y la rehabilitación en arquitectura son dos vertientes de la misma materia, la conservación del patrimonio edificado. Quisiera establecer las distinciones entre restauración y rehabilitación, aunque constantemente encuentren sus límites difuminados por sus intersecciones. La restauración arquitectónica puede ser entendida como las acciones de intervención tomadas para el restablecimiento de las condiciones materiales originales de una edificación que pueda mantener su uso y programa arquitectónico vigente o que la conservación de estas condiciones suponga la preservación de un bien cultural de beneficio e interés mayor para la comunidad, mientras que la rehabilitación arquitectónica puede ser entendida como las acciones de intervención tomadas para la formulación de un nuevo programa arquitectónico y por ende la modificación de las condiciones materiales (quepan acciones de construcción y demolición) de una edificación que haya alcanzado la obsolescencia y que conserva sus valores culturales más allá de su integridad material original. Ambas prácticas requieren del conocimiento y aplicación de técnicas especializadas para la intervención, así como de la investigación histórica y del entendimiento profundo de la práctica arquitectónica contemporánea. Es importante definir los conceptos para entender la práctica a fin de mejorar la cooperación y comunicación entre los especialistas sin olvidar que se trata, fundamentalmente, de arquitectura y, como tal, de una disciplina de vocación social.
El patrimonio edificado constituye un testimonio físico e inmediato. Es, materialmente, la memoria de la sociedad que la fabricó y por ende una fuente documental primaria, una evidencia de la inteligencia humana aplicada en términos tanto científicos y técnicos, como artísticos y filosóficos, parámetros desde los cuales toda arquitectura debiera valorarse. La arquitectura, tanto existente como proyectada, requiere probar su utilidad y relevancia en su contexto inmediato y sociedad. Desde esta perspectiva, la valoración de la arquitectura apreciada como objeto aislado y unívoco se presenta errónea. Esto no descarta su posible relevancia artística o simbólica individual, pero ninguna obra puede interpretarse desde sí misma y necesita de su habilitación en el espacio para permitir la interacción con los usuarios que la puedan interpretar. La arquitectura con valor patrimonial es un bien cultural no renovable, por lo que las acciones a tomar para su intervención deben ser calculadas cuidadosamente y proyectadas hacia el beneficio común. El entendimiento de nuestra identidad cultural depende de la síntesis de la mayor cantidad de fuentes existentes. Esto no significa la perpetuación obstinada de objetos estáticos sino la dinamización y activación de los elementos disponibles. La vulneración arbitraria del patrimonio es tan dañina como la falsificación de su temporalidad o la perpetuación de su conservación como bien ocioso.
La ciudad en sí misma constituye una bien material y por lo tanto un bien patrimonial. En términos genéricos, la ciudad es un conglomerado de elementos físicos habitables que permiten que una sociedad alcance desarrollo. Es el medio físico que habilita las interacciones humanas que construyen civilización y cultura. La fisonomía propia de las ciudades refleja el sentir y los valores de quienes las han habitado, conforma su legado. La ciudad está construida para reunir en densidad la mayor cantidad y diversidad de bienes y servicios a disposición de sus habitantes. Está punteada por equipamientos e hitos, que le permiten funcionar e identificarse, pero está conformada mayormente por “arquitectura de contexto”, aquella que da cuerpo al tejido urbano y que está alejada de la arquitectura grandilocuente que ocupa el lugar de privilegio en la escala de la conservación. Se trata de arquitectura constantemente interpretada como residual que, no obstante, hace posible la vida de la ciudad y de la que la vivienda representa la tipología prepronderante. Es la condicionante urbana que se formula a la menor escala pero que en realidad opera e impacta a la mayor. La vivienda es, presumiblemente, la tipología más relevante en el quehacer humano y debería ocupar el lugar de privilegio en la ciudad. El aprovechamiento de la infraestructura de vivienda es crucial para el aprovechamiento de la infraestructura total y los recursos de la ciudad, haciendo su funcionamiento eficiente y sostenible. Aprovechar la infraestructura de vivienda recuperando y mejorando sus condiciones, significa dar continuidad a la identidad de una ciudad y lejos de apostar por el estancamiento temporal de una localidad, romantizando un pasado idílico, apuesta por la inclusión de la memoria en el proyecto de ciudad.
Los centros históricos y sus periferias, que conforman barrios tradicionales, presentan a la vez un desafío y una oportunidad para proyectar una ciudad sustentable donde la vivienda sea el elemento ordenador. Se trata de barrios en los que población flotante ha sustituido a la población residente desplazando la vivienda a las periferias y convirtiendo las localidades en centros de tránsito sin vida urbana permanente, lo que promueve su deterioro material y social. La reversibilidad de este deterioro es posible si se plantean proyectos y se promueven políticas que prioricen la accesibilidad a las infraestructuras urbanas, el desarrollo económico de las comunidades y la sustentabilidad ambiental. Las ciudades ofrecen en su patrimonio oportunidades de sobra para generar proyectos que sean sensibles con su historia y que puedan atender con eficiencia las problemáticas contemporáneas del habitar humano. Proyectos que estén abiertos al mejoramiento de sus arquitecturas para el mejoramiento de la vida de sus usuarios; que preserven la memoria pero que también resignifiquen sus espacios, tanto privados como públicos, que materialicen una idea de ciudad.
La restauración y rehabilitación del patrimonio edificado debe apuntar hacia un modelo de ciudad sustentable e incluyente, alejado del modelo estratificado y alienante que impulsaron los sistemas políticos de la economía neoliberal. Se trata de ponderar un modelo de ciudad con ocupación en densidad que mantenga una vida en comunidad con sentido de apropiación e identidad sobre un modelo de ciudad con ocupación expansiva que promueva la segregación territorial y la economía de consumo. Reformulemos la pregunta obvia entre conservar o demoler y preguntémonos mejor: ¿Qué modelo de ciudad y sociedad queremos construir?
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