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14 septiembre, 2020
por Oscar Aceves Álvarez
Por Oscar Aceves, Leonardo Rivera y Javiera Barrientos
La convocatoria a un concurso internacional por parte del Ministerio de Obras Públicas (MOP) del Gobierno de Chile, el 11 de junio de 2007, fue la instancia que no sólo dio inicio al proyecto Museo de la Memoria y los Derechos Humanos (MMDH), sino que también condicionó tanto su diseño, gestión y posterior funcionamiento.
Una vez realizado el concurso, el jurado designó como ganador al proyecto presentado por Estudio America, oficina con sede en Sao Paulo, Brasil, conformada en ese momento por los arquitectos Mario Figueroa —de nacionalidad chilena—, Lucas Fehr y Carlos Dias —de nacionalidad angoleña-—, en asociación con el chileno Roberto lbieta. El veredicto destacó cómo el proyecto abordaba y resolvía de manera certera el conjunto de requerimientos en torno al espacio público y su relación armónica con el barrio colindante, además de revelar simbólicamente el tema de los Derechos Humanos.
Es pertinente realizar este sucinto resumen tanto de los principales objetivos y requerimientos del concurso como de los valores reconocidos en la propuesta ganadora ya que el MMDH supuso una instancia poco común para los arquitectos en la cual, a partir del proyecto, se podía discutir sobre la capacidad que tiene la arquitectura de influir en el olvido, recuerdo o incluso sustitución de la memoria de hechos coyunturales para una sociedad, en este caso las torturas, desapariciones y asesinatos ocurridos en Chile entre 1973 y 1989. Esta reflexión sobre la relación entre espacio, política y memoria desde el punto de vista del arquitecto, no como el profesional que diseña un monumento, sino como alguien que juega un papel inconsciente —y sin embargo clave— en el modo en que la historia es escrita, es una discusión que por lo general no es de interés para la disciplina.
Para el sociólogo Mauro Basaure, a lo largo de sus casi diez años de existencia el museo ha reflejado una controversia entre distintas formas abstractas de memorias, pasando de una connotación negativa de la memoria a partir de la apropiación crítica de la historia —por parte de los convocantes del proyecto— y de una advertencia contextualizada al futuro, hacia una connotación positiva que supone la construcción de una cultura general de derechos humanos y valores democráticos. Si bien el interior del MMDH provocaría en el visitante una serie de emociones —mezcla de angustia, dolor y revuelta—, valdría la pena preguntarse si el museo como edificación —y no como muestra— ha propiciado la conformación de estas sensaciones y formas abstractas de memoria, condición que parece inherente a este tipo de edificio.
Tomando la descripción de los propios arquitectos, el museo se organiza conceptualmente a partir de dos momentos: la barra y la base. La primera consiste en un prisma elevado de 18 metros de ancho por 80 de largo y con tres pisos de altura que cruza transversalmente al terreno. Representativo del estilo “paulista”,[1] según los autores esta barra representa “la memoria evidenciada, emergente, flotante, suavemente elevada, un arca donde se puede depositar todas las reminiscencias de la historia chilena”. En contraposición, la base está generada a partir de una operación de excavación que conforma una plaza inclinada, excavada y confinada por un volumen que alberga el resto del programa que completa las actividades del museo: salas de proyecciones, salas de usos múltiples, oficinas administrativas y estacionamientos. El principal discurso utilizado para justificar la obra fue, como era de esperarse, el formalista, en el cual se valora el juego volumétrico y la yuxtaposición de elementos que definen el museo.
Sin embargo, para este caso Estudio América prestó especial interés en relacionar la materialidad del proyecto con el tema de la memoria y los derechos humanos, suponiendo que la utilización de materiales propios y autóctonos del territorio chileno podría asegurar su relación con el contexto. A partir de esta postura, el revestimiento externo de la barra está realizado en láminas de cobre envejecido y carbón, materiales que “marcan toda la historia de la minería chilena como una de las memorias del trabajador, de hacer y de vivir”.
Por otro lado, el piso de la barra es “un mosaico de tierras chilenas, cubierto con vidrio, memoria de los lugares, tonalidades multicoloridas. Pedazos de cobre y acero, sobre éste, por efectos magnéticos marcan el recorrido de los visitantes, guardando una efímera memoria de los deseos, de ir y venir, en las direcciones de las miradas”. Pero a pesar de esta retórica aplicada a la obra construida, reflexiones como la de Basaure se enfocan más bien en el papel de la institución y de la muestra como catalizadores de la variación en las formas de memoria, pareciendo irrelevante para este debate el discurso presentado por los arquitectos sobre la materialidad.
Entendiendo que el diseño museográfico formó parte de un concurso independiente —posterior al de la edificación—, en el llamado a concurso del edificio se solicitaba que más allá de su condición de museo y la correspondiente presencia de infraestructura para exposiciones permanentes y temporales, el MMDH debería entenderse como un espacio Monumento-Memorial, lugar de vínculo con la historia de Chile, espacio para el debate y la conmemoración. En este sentido, vale la pena preguntarse si la propuesta de Estudio América además de funcionar como soporte de una exposición permanente sobre los Derechos Humanos es capaz de generar, por medio de su forma, materialidad y espacialidad, esta instancia conmemorativa y memorial que se solicitaba. Aquí entra en juego la condición de experiencia, referida a la capacidad humana de percibir significados a través de la condición corpórea, aproximación que le daría relevancia al arquitecto como diseñador de los espacios donde se pueden llevar a cabo dichas percepciones. Si esto es así, sólo se valoraría los aspectos formales de una obra en la medida en que son capaces de conformar, como menciona Zumthor, una “atmósfera” dentro de éstas.[2]
Esta capacidad de la arquitectura ha sido debatida varias veces, siendo casos paradigmáticos el Memorial del Holocausto de Peter Eisenmann o el Museo Judío de Daniel Libeskind, ambos ubicados en Berlín, Alemania. En los dos casos a pesar de que cuentan con una muestra museográfica, la arquitectura se hace cargo de conformar ciertas espacialidades ajenas al recorrido de la muestra con la intención de generar en el visitante una experiencia universal que pueda asociarse al tema de la memoria o de la violación de los derechos humanos. A pesar de que no intentamos dilucidar si a partir de estas intervenciones se logra conformar alguna sensación en los visitantes que haga alusión a la memoria, lo que se quiere destacar es que tanto Eisenmann como Libeskind han aprovechado la oportunidad poco usual de diseñar un edificio en el cual plantear el discurso de la experiencia en arquitectura y poner a prueba la capacidad de los edificios de conformar experiencias asociadas a la memoria en los visitantes.
Por el contrario, en un contexto como el chileno en donde el discurso de la experiencia es ampliamente aplicado por buena parte de arquitectos locales contemporáneos,[3] la propuesta de Estudio América parece desestimar esta oportunidad expresamente solicitada en las bases; en el caso del MMDH el tema de la memoria es atenido tangencialmente haciendo alusión explícita al territorio chileno, y no al periodo entre 1973 y 1989 en el cual los derechos humanos de cientos de chilenos fueron vulnerados por parte del gobierno militar de Augusto Pinochet.
Lo anterior no desestima los valores formales o espaciales del edificio, así como su armónica relación con el contexto. Sin embargo, es evidencia de que en este caso la arquitectura ha evadido participar de manera protagónica en la discusión que la sociedad chilena mantiene sobre la memoria. Ante la ausencia de la exposición permanente —tal como se representan los espacios ʽamaterialesʼ en los renders presentados en el concurso—, ¿sería la edificación el Museo de la Memoria y de los Derechos Humanos o sólo un museo? Parece que en este caso se ha apostado por lo segundo.
Notas:
1. Se identifica claramente una relación compositiva entre el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos y edificios paradigmáticos de Sao Paulo como el Museo de Arte de São Paulo (masp) de Lina Bo Bardi o el Museo Brasilero de Escultura (mube) de Paulo Mendes da Rocha, obras en las cuales destacan volúmenes o planos suspendidos y de grandes luces entre apoyos que conforman bajo ellos los puntos de acceso al interior del edificio.
2. Para Zumthor la realidad arquitectónica solo puede tratarse de que un edificio conmueva o no a quien se encuentre en él, instancia que se puede lograr cuando la espacialidad, materialidad o forma del edificio conformen una “atmósfera” que lo haga posible.
3. A partir de una investigación realizada por uno de los co-autores de este texto, se ha identificado el uso recurrente del discurso de la experiencia para justificar y/o valorar obras de arquitectura contemporáneas realizadas en Chile. Bajo este discurso se valorarían las cualidades formales, espaciales o materiales de los edificios a partir de su capacidad de conformar instancias que puedan generar sensaciones particulares en el individuo que se encuentra en ellas.
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