Casa manifiesto
El primer manifiesto en México se escribió en 1921. Anuncios, carteles y publicaciones como Irradiador e Urbe consumaron la vanguardia [...]
5 julio, 2017
por Juan José Kochen | Twitter: kochenjj
La Castañeda se convirtió en mito y leyenda del Porfiriato. Si bien se forjarían las bases de la estructura burocrática y la planeación urbana como instrumento de poder, el discurso sanitario e higienista fue un estandarte político fundamental. Porfirio Díaz orquestaría el impulso urbanista moderno aliado con empresarios, urbanistas, ingenieros y arquitectos modernos.
De principios de siglo 20 resultaron las colonias Escandón e Hipódromo, el Bosque de Chapultepec o el conjunto de viviendas de El Buen Tono, así como los primeros antecedentes de una planificación urbana utilizada para impulsar las agendas políticas de los gobernantes en turno. Si bien la consigna fue planificar para organizar el futuro, la estética urbana bajo ideales franceses construyó edificios palaciegos embelleciendo las ciudades mexicanas.
En 1910 se inauguró el Hospital Psiquiátrico de La Castañeda. Una primera reconversión, de una hacienda pulquera que llevaba el mismo nombre en el antiguo pueblo de Mixcoac a sanatorio. Durante los primeros años sólo se recibían pacientes con enfermedades mentales complejas, y posteriormente reos, indígenas e “inadaptados sociales”. Si bien el edificio fue parte de los festejos por el centenario de la Independencia Mexicana, perdió rumbo y especialización hasta su cierre en 1968, y posterior desplazamiento –pieza por pieza– a Amecameca. La tercera y cuarta vida del sitio serían los proyectos de vivienda colectiva: la Unidad Habitacional Lomas de Plateros y Torres de Mixcoac.
La construcción de La Castañeda robó reflectores por ser el “psiquiátrico de la capital”, y posteriormente por las fotografías que todos hemos visto de enfermos mentales; al mismo tiempo, el Hospital Psiquiátrico de Nuestra Señora de Guadalupe tendría un desenlace similar (o mejor). Construido en el mismo año, 1910, debajo de la Gran Pirámide de Cholula en Puebla, el edificio sobrevivió al desplazamiento.
Cholula no experimentó decadencia sino conquista permanente; arribaron los toltecas de Tula y fundaron “Cholollan”, “lugar de los que huyeron”. Los cholultecas recibieron a los toltecas como esclavos y al poco tiempo se apoderaron de la ciudad, volviéndose tolteca. Una más sería la llegada de los españoles demostrando “la colonia” con la Iglesia de Nuestra Señora de los Remedios construida en 1594. De Hernán Cortés a Porfirio Díaz. Y, tras 117 años, de hospital psiquiátrico a museo regional.
El sitio a cargo de la Orden de San Juan de Dios cerró en 2013 por problemas económicos y falta de mantenimiento. Desde entonces, el gobierno del estado y el municipio, el INAH y el INBA, debatieron el futuro del ahora espacio cultural. Si Puebla es el escaparte político de la obra derrochada: pasos superiores y puentes en encrucijada, rectas y vías de alta velocidad, parques y ciclopistas confinadas, centros de seguridad impolutos, ruedas de la fortuna sin fortuna y museos del barroco sin barroco, Cholula conserva escala y espíritu universitario aunque cada vez con más turismo.
El fervor político llegó en tren y una plaza pública para artesanos. El siguiente objetivo sería el hospital. En Rehabitar en nueve episodios, Xavier Monteys decía que al reconvertir la ciudad, más que rehabilitar se trataría de aprovechar; observar los edificios o los objetos como cosas que aún tienen vida útil y que pueden aprovecharse: “no tirar, no derribar indiscriminadamente. Incluso la extendida idea según la cual es más barato hacerlo de nuevo que arreglarlo es cada vez más indefendible. Rehabitar representa, sobre todo, la voluntad de volver a utilizar, de dar un nuevo uso; implica la curiosidad de probar otros usos en un edificio. Pensar cómo podría usarse de otro modo”.
El proyecto a cargo de Alejandro Sánchez es coherente con sus intervenciones previas en el Centro de las Artes de San Luis Potosí (antes penitenciaría) y la Ciudad de los Libros y la Imagen (antes polvorín y Ciudadela). Se trata de una propuesta que conserva los pabellones originales para convertirlos en espacios museográficos. Los patios abiertos, vegetación, mobiliario y pisos renovados entremezclan tiempos y usos. Es confusa la separación museo-parque, los accesos controlados y reja que parte el predio a la mitad. La museografía es regional y el discurso prehispánico, orográfico y contemporáneo dista mucho de una propuesta curatorial para concentrarse en un buen museo de sitio. No hay una sala destinada a la historia del lugar; como si las camas, pabellones y crujías quedasen borrados del nuevo recinto cultural.
La apertura del espacio público, la reactivación cultural, el restaurante, la cafetería y el parque son plausibles. Se notan “otras manos” en los interiores de exhibición y en la falta de sentido común para un parque abierto lleno de bancas y botes de basura sin árboles, pérgolas o cualquier estructura para desafiar el rayo del sol. Al final, habitar de nuevo, volver a habitar, volver a usar de la manera más simple, desinhibida y verdadera es más que someterse a reformas políticas. La reforma del espacio se dará con el uso. No sólo de un atajo a la pirámide sino de un destino cultural que evoque mitos, leyendas y locuras porfirianas.
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