Espacio político: rave y cuerpo
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3 octubre, 2017
por Carlos Lanuza | Twitter: carlos_lanuza_
El Museo de Arte Romano de Mérida, obra del arquitecto español Rafael Moneo, fue proyectado y construido entre 1980 y 1986. Es un edificio que impresiona por su sencillez en cuanto a materiales e incluso por el austero aspecto exterior del edificio, pero al recorrerlo es fácil reconocer un complejo sistema de escalas, ordenado y estructurado, que adquiere todo el sentido ante la monumentalidad de lo ahí expuesto. Es un proyecto que, a pesar de su encaje en la ciudad -podría pasar desapercibido por su sobriedad-, aúna aquellos elementos realmente importantes del proyecto arquitectónico que paradójicamente se dejan de lado a favor de lo accesorio o anecdótico.
Se conforma por dos volúmenes conectados por un puente que vuela sobre una antigua calzada romana. Esta articulación permite separar no sólo las funciones del edificio, sino también las escalas y la manera de recorrer sus espacios y sirve como punto intermedio entre dos maneras de proyectar.
El primer volumen alberga el vestíbulo general -que también hace de mirador hacia la sala de exposiciones-, las taquillas, oficinas, tienda de souvenirs, auditorio y salas de exposición; “sirve” al otro volumen, contiene todo aquello necesario para el funcionamiento administrativo, liberándolo de esta servidumbre. Una rampa conduce al nivel -1, y conecta con el gran espacio de la sala de exposición, que incorpora diferentes escalas que tienen poca relación con las del primer volumen.
El segundo volumen contiene la colección permanente, es una gran nave atravesada por muros que generan salas abiertas que se abren a ambos lados de la nave. Por un lado estas salas se convierten en pequeñas “capillas” y por el otro se separan en diferentes niveles estructurados según un juego de dobles alturas y circulaciones. Toda la circulación de esta sala pone en valor las diferentes escalas, la gran nave seccionada por los arcos constituye una especie de calzada. Los niveles de las salas con escaleras en cada extremo recorren todo el espacio, comprimiendo y expandiendo las zonas de exposición.
La gran sala es iluminada de manera natural a través de aperturas que corren a lo largo de los muros que cortan la nave central. La iluminación artificial se resuelve a través de un sistema “abierto” de tubos expuestos por donde corre el cableado. Esto permite efectuar cambios en el sistema sin tener que abrir paredes, facilitando la instalación.
Todo el edificio fue construido sobre ruinas romanas, un sistema de arcadas -novedoso en su momento- logra conservar aquello que pretende poner en valor. Se utiliza el ladrillo, tanto por fuera como por dentro, para recubrir todas las paredes del edificio, excepto por algunas zonas donde se utiliza vidrio, hormigón o metal. El ladrillo le otorga unidad al conjunto, se utiliza para generar texturas, incorpora matices por los diferentes tonos del material generando a la vez un todo homogéneo.
El museo de arte Romano de Mérida es un proyecto capaz de generar complejidad espacial a partir de un sistema de circulación y exposición muy sencillo. Es un proyecto que emociona al recorrerlo, recuerda el valor de la arquitectura que resulta difícil describir porque radica justamente en la percepción del visitante.
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