Gobierno situado: habitar
Un gobierno situado, un gobierno en el que quienes gobiernan se sitúan, que abierta y explícitamente declaran su posición y [...]
8 noviembre, 2014
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog
1929. Año de elecciones extraordinarias en México. Un año antes, el 17 de julio de 1928, José de León Toral había asesinado a Álvaro Obregón, candidato electo para volver a ocupar la presidencia tras aquella revolución que tuvo como una de sus consignas sufragio efectivo, no reelección. En las elecciones, el 17 de noviembre, se cometió “el mayor fraude político de la historia mexicana” —según dice Wikipedia, aunque en este país que colecciona tanto fraude la disputa por el primer lugar no ha de ser menor y no se si el juego sea limpio—, ganó Pascual Ortiz Rubio y perdió José Vasconcelos —y alguno habrá quien diga que ahí empezamos a perder todos. Unas semanas antes, el 24 de octubre, había sido el Jueves Negro: la caída de la Bolsa de Nueva York que dio inicio a la Gran Depresión.
Ese mismo jueves, cerca de 130 arquitectos se encontraban en Frankfurt para inaugura el segundo Congreso Internacional de Arquitectura Moderna. Estaban Ernst May, por supuesto: el anfitrión, y Mart Stam y Max Cetto, parte de su equipo quienes entre 1925 y 1930 construyeron más de doce mil viviendas en esa ciudad. También estaban Gropius, Rietveld, Häring y Giedion, y fueron por primera vez Josep Lluis Sert y Alvar Aalto. No estuvieron ni Oud ni Lissitzky, aunque la ausencia más notoria y notable fue la de Le Corbusier, que estaba en su gira de conferencias sudamericanas. Si estuvo Hans Schmidt, que ese mismo año había construido junto con Paul Artaria la casa doble Behn-Zollinger en la esquina de Gabriel Mancera y San Borja, en la ciudad de México y que, aunque demolida, puede disputar el título de primera casa moderna en el país.
Siendo Frankfurt la sede y May el anfitrión, el tema del CIAM II no podía ser otro que la vivienda mínima. Una vivienda económica y saludable: la ventilación, la iluminación y la circulación fueron los aspectos que se señalaron como fundamentales. En su participación Schmidt dijo:
Al usuario le corresponde dilucidar los problemas de la vivienda con la ayuda de las organizaciones cooperativas o gremiales. El usuario estará entonces en situación de reconocer qué puede razonablemente pretender de una vivienda racional de bajo costo y, eventualmente, hacer de estas premisas una norma de actuación. Al productor de las viviendas se le debe responsabilizar sistemáticamente de todos los problemas relacionados con la construcción de los alojamientos más modestos. Los arquitectos, en lugar de confiar únicamente en las ordenanzas, deberán ser capaces —con ayudas de las diferentes ramas de la ciencia y de la industria, así como con la colaboración de los usuarios— de formular y tomar las decisiones que hasta ahora han recibido del Estado. De esta forma, los arquitectos podrán entrar en escena como competidores dela construcción especulativa de viviendas y, al mismo tiempo, podrán liberar a la construcción de viviendas de las trabas de una reglamentación asocial.”
Aunque Le Corbusier no hubiera asistido al congreso, era evidente que tenía algo que decir al respecto. En las primeras líneas de su Análisis de los elementos fundamentales del problema de la vivienda mínima Le Corbusier dice: “el lugar para habitar es un fenómeno biológico específico. Sin embargo, los contenedores, los cuartos y los espacios que implica están confinados en una envolvente de materiales sólidos que pertenecen a un sistema estático. Un hecho biológico, otro estático; son dos órdenes distintos, dos funciones independientes.” La respuesta física al hecho biológico de habitar era, para Le Corbusier, lo que se resume en sus cinco puntos de la arquitectura: los edificios elevados en columnas, con planta y fachada libre, amplias ventanas horizontales y terrazas en los techos.
Después del 29 vendrían muchos otros intentos para definir la vivienda mínima. En México, un par de años después, en 1931, Carlos Obregón Santacilia convoca como director del Muestrario de la Construcción Moderna —su propia empresa— y en asociación con el Departamento del Distrito Federal al concurso para la casa obrera mínima que ganarán, en el 32, Juan Legarreta y Justino Fernández. Vendrán los multifamiliares de Pani, el Infonavit, la Casa que crece de Ramírez Vázquez. Y vendría después el abandono total de parte del Estado del tema de la vivienda social o mínima y su entrega a la rapacería mercantil, a los vendedores de créditos disfrazados de casas —como explica Arturo Ortiz— y más desastres que ya conocemos: nuevas crisis económicas, políticas y sociales. El regreso del PRI a Los Pinos marcó, entre otras cosas, una supuesto interés por el tema de la vivienda social —respuesta obviamente necesaria a una crisis que supongo les preocupaba más por sus efectos económicos a gran escala: la quiebra de las vivienderas, que por los efectos sociales y urbanos evidentes.
Entre los tanteos del INFONAVIT para recuperar la guía de lo que se hace en cuestiones de vivienda social, el más reciente es la serie de prototipos presentados como “Vivienda Unifamiliar Regional: 32 entidades, 32 arquitectos, 32 propuestas.” No me detendré ahora aquí a cuestionar la manera como este organismo público plantea el problema y luego selecciona a los arquitectos que invita a participar —a estas alturas, tras concursos como el del aeropuerto de la ciudad de México o el del Museo de Tecnología es evidente que la transparencia no es lo que más interesa al Gobierno Federal. Me llama la atención la respuesta de los arquitectos a la misma pregunta de hace casi cien años: el problema de la vivienda mínima.
Hoy tal vez pensaríamos que el habitar humano no es sólo un hecho biológico, como afirmó Le Corbusier, sino ante todo biopolítico. Tras cien años de experimentos con vivienda social en todo el mundo, supondríamos que los efectos de cierto tipo de organizaciones urbanas y arquitectónicas van más allá de los muros de una casa. Y tal vez supondríamos que el hecho estático, como le llamó Le Corbusier, debe entender y responder al hecho biopolítico.
Probablemente la pregunta lanzada por el INFONAVIT haya sido muy limitada, pero la respuesta parece también reducirse a un tema de mera composición, de cumplir con un programa, con un presupuesto y con condiciones geográficas y climáticas específicas. Muy bien todo eso. Pero, aunque sigamos enfrentando crisis económicas y gobiernos dudosos, cabría haberse preguntado ¿qué ha cambiado desde 1929 o 1932? Si no ha cambiado tanto y las respuestas son similares, ¿no habría que ponerse entonces a implementarlas sin presumir como gran logro o como grandes ideas algo que, finalmente, no dista mucho de los ejercicios que cada semestre se repiten en muchas escuelas de arquitectura incluso, creo, con logros no menores a los mostrados?
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