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“Pueblo bicicletero,” contra la insensatez irresponsable

“Pueblo bicicletero,” contra la insensatez irresponsable

22 octubre, 2018
por Juan Palomar Verea

El apelativo de “pueblo bicicletero” fue, y es, una designación pretendidamente infamante, que a lo largo del tiempo, casi desde la aparición del coche en estas tierras, se ha querido endilgar a Guadalajara. A ver, los pueblos pueden ser altamente satisfactorios: basta viajar un poco por el país. Y “bicicleteras” son muchas de las mejores ciudades del mundo. ¿Entonces? ¿Complejos de inferioridad y mera pretensión? ¿Ignorancia o mala leche? ¿Insensatez o abyecta irresponsabilidad? ¿O todo junto?

Puede ser que una fracción más o menos importante de quienes compran un coche ha creído “comprar” también la ciudad para ellos. Toda la ciudad. Llegar a todas partes como llegan a su cochera, contra la pura fachada de sus casas. Hacerlo así en catedral si se puede, en los museos, en todos los edificios públicos, en las tiendas y restaurantes, en las plazas, en las banquetas. (Llegó a tal extremo este atropello en Guadalajara que los ayuntamientos tuvieron que recurrir al método “banquetas libres” con multas carísimas para los transgresores.) Total, el pequeño trono que es el asiento del conductor dictó, durante décadas, y a tontas o a locas, lo que ha sido buena parte de la ciudad. Las calles, el espacio público, eran los súbditos del coche, y su trofeo de conquista toda la urbe.

Pero, venturosamente, algo pasó. Grupos aguerridos y lúcidos de jóvenes de la sociedad civil decidieron, desde la pasada década, romper con esa servidumbre. Y nació un renovado impuso bicicletero. Los miopes dan en pensar que es una mera ocurrencia, es una pura diversión. Y es mucho más: es tomar simbólica y físicamente la ciudad para decirnos a todos que la quieren de otro modo, que hay nuevas generaciones que no se subyugan ante el sistema que otorga la plena ciudanía solamente a cambio de burbujas hechas de llantas, láminas, fierros y vidrios. Muchas otras demandas vienen aparejadas: igualdad, respeto, equidad, tolerancia. El compendio de lo que un ciclista requiere para andar con seguridad y gusto en bicicleta por las calles de todos. Y, por supuesto, también un compendio político.

Las reacciones de muchos automovilistas no se hicieron esperar: las bicicletas para ellos son un estorbo, les quitan carriles que creen ser exclusivamente de su propiedad, se exasperan porque, tras muchos años de peligrosa marginación, no haya aún ríos de ciclistas en algunas ciclovías; como si no se requiriera un paulatino cambio de modelo de movilidad para que la gente vaya animándose y acostumbrándose a escoger la opción de la bicicleta.

Mal que les pese a tantos, el uso indiscriminado del auto en las ciudades va de salida. Nada más hay que asomarse a ver lo que está pasando en decenas y decenas de ciudades en el mundo. Esto conlleva una visión más sostenible y humana de la vida en las urbes, una existencia más plena y justa. Es el principio de un cambio que llegó, tímidamente, en bicicleta. Y que ahora se afirma rumbo a un mejor futuro.

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