8 julio, 2014
por Arquine
Tal vez una de las sentencias más famosas –y repetidas– de Octavio Paz, en lo que arquitectura se refiere, sea su “la arquitectura es el testigo menos insobornable de la historia”, en la medida que esta disciplina es una de las mejores manifestaciones y formalizaciones de las ideas de una sociedad, desde el uso de una técnica constructiva a la organización espacial del interior. Una frase que vale tanto para la arquitectura institucional como para la informal, que si bien no está diseñada por arquitectos, su existencia manifiesta determinadas estructuras sociales. Pero lo que no parece apuntar la cita –al menos de forma directa, aunque sí leyendo entre líneas– es que la arquitectura –si exceptuamos a los monumentos– evoluciona y cambia con el tiempo, con lo que las ideas que la sustentan muchas veces son apropiadas, modificadas y absorbidas por los cambios que experimenta la sociedad o son olvidadas y caen en ruinas hasta que se recuperan, especialmente en la arquitectura moderna, cuya materialidad nunca las hizo para durar.
¿Cómo poder analizar la obra entonces desde su testimonio original? En este caso, como ha apuntado Beatriz Colomina en varios de sus escritos, la propia arquitectura moderna puede darnos una respuesta, pues ésta se hizo realmente moderna cuando comenzó a publicarse. Las revistas y publicaciones sirvieron a los arquitectos modernos no sólo como un medio de difusión de sus ideas, también como una forma de exponer una determinada narrativa. Herederas de estas ideas son las investigaciones del arquitecto Andrés Jaque y su análisis de cómo se presenta la domesticidad en lugares (de papel o de pixeles) como la televisión o la publicidad. De esta manera, si la semana pasada se apuntaba que la maqueta era una forma de cuestionar la arquitectura, incluso antes que se hubiera realizado. Los documentos y publicaciones de una obra, permiten no sólo difundir un diseño, sino también una forma de construir y producir discursos. Quizás por ello, resulten siempre tan fascinantes a muchos artistas a la hora de investigar sobre la disciplina arquitectónica.
La exposición que se ofrece ahora en el Museo Tamayo, muestra algunos de esos artistas que trabajan desde el archivo. Por ejemplo Heidrun Holzfeind y Christoph Draeger –que ya fueron entrevistados en este blog– analizan la arquitectura mexicana desde las guías turísticas. Terence Gower –cuyo trabajo pudo verse recientemente en Labor y que ahora se presenta también en la exposición del Tamayo– se ha dedicado a investigar la arquitectura desde las publicaciones por y para arquitectos. Trabajos como Ciudad moderna o The Polytechnic analizan y reflexionan sobre los modos en los que la arquitectura mexicana es narrada en las revistas, la publicidad, el cine o los documentos institucionales. Son, en espacial, estos últimos los más sugerentes pues permiten ver la ideología que buscaba no sólo construir una determinada arquitectura (moderna) sino una determinada sociedad con unos valores precisos.
El tiempo y el uso posterior, tienden a absorber o superar las ideas detrás de la arquitectura –generalmente más simples que la propia realidad– con lo que compararlas con este tipo de textos ‘originales’ permite ver los aciertos y fracasos que un edificio o proyecto obtuvo. Así, si la arquitectura es el testigo de la historia, las publicaciones son una especie de elemento de comparación entre la realidad y las ideas y deseos que querían construirla.