4 enero, 2013
por Alfredo Ramírez
El uso del paisaje como aproximación al diseño se ha incrementado considerablemente en las últimas décadas entre arquitectos y profesionales afines. El paisaje como concepto trae a colación formas de entender el diseño radicalmente opuestas a posiciones modernas, donde los objetos arquitectónicos y/o urbanos tienen una relevancia individual independiente de una construcción territorial más amplia. En contraste, el paisaje conlleva el entendimiento de estos objetos y la manera en que estos se comportan, como parte intrínseca de una ecología sin la cual es imposible reconocerlos. Landscape Urbanism como disciplina emergente ha contribuido a la discusión y consolidación del paisaje como referente para la arquitectura y el urbanismo. El libro Landscape Urbanism Reader explora su genealogía y la importancia de los aspectos del paisaje que publicaciones como Recovering Landscapede James Corner, o el ensayo seminal “The Emergence of Landscape Urbanism” de Graham Shane habían comenzado a desgranar en años previos. En ellos se antepone el paisaje y se subraya la importancia de sus cualidades intrínsecas a través del diseño como proceso, su desempeño sistémico en el territorio y su interacción a través de diferentes escalas a lo largo del tiempo.
Una consecuencia a este creciente interés en el paisaje, es la necesidad de crear herramientas que permitan leer, articular e implementar el paisaje de una manera tectónica en el territorio y no solo desde un punto de vista metafórico y/o conceptual. El suelo, entendido como herramienta de proyecto, tiene la capacidad de explorar ese potencial del paisaje, especialmente en la escala de la ciudad, a través de su manipulación y construcción. Proyectar con el suelo implica su entendimiento como una construcción artificial que se deriva en primer lugar de soluciones pragmáticas y demandas técnicas. En segundo lugar y no menos importante, su capacidad intrínseca de expansión, desde un estadio primario y utilitario a uno con capacidad concreta y tectónica, estructura la ciudad espacialmente con connotaciones sociales, culturales y políticas desde su incepción. Proyectar con el suelo reivindica la arquitectura/urbanismo como una práctica material primordialmente, tal y como lo plantea Stan Allen en su ensayo “Infrastructural Urbanism” a finales de los noventa. Es decir, una disciplina con un impacto espacial, concreto y específico en el territorio y con la capacidad de diseño y manipulación de ensambles de gran escala a lo largo del tiempo, en el que el significado, desde un punto de vista semiótico, o el resultado como un producto finalizado pasan a segundo plano.
Terminal Marítima de Yokohama | FOA
Históricamente, la manipulación del suelo, y en particular a escalas territoriales, ha pertenecido a otras disciplinas como la ingeniería civil. Sistemas de acceso y movilidad, redes de abastecimiento de agua y drenaje forman parte de infraestructuras que configuran desde sus entrañas la construcción del suelo, en un estado puramente racional y utilitario. El entendimiento y utilización de estas técnicas de manipulación del suelo, proveniente de otras disciplinas y su uso de manera ‘oportunista’ en el diseño arquitectónico/urbano, tiene un potencial extraordinario en la articulación de los modelos paisajísticos y su aplicación específica en el diseño del territorio. Desde este punto de vista, el trabajo con el suelo implica su redefinición geológica desde un punto de vista infraestructural. A partir de su uso redundante en el diseño de la ciudad, su solidez implícita y comportamiento monolítico, se convierte una multiplicidad espacial y tectónica que sirve como punto de partida a exploraciones alternativas de configuraciones urbanas existentes.
Proyectar con el suelo supone un compromiso morfológico con él y, por lo tanto, la importancia de posicionarse como diseñadores en relación a la ciudad, generando respuestas tangibles al tejido urbano existente, interactuando físicamente con él, estableciendo ligas estratégicas y creando nuevas afiliaciones con distintas disciplinas en su devenir. El uso oportunista de técnicas infraestructurales de construcción del suelo permite experimentar con operaciones geométricas y materiales cuyos requerimientos tectónicos y específicos así como su relevancia provienen de las condiciones locales de cada lugar/suelo. A este respecto, Andreas e Ilka Ruby en su libro Groundscapes exploran una clasificación taxonómica de las operaciones que los arquitectos en la última década han utilizado en lo que denominan su rencuentro con el suelo, y las posibilidades espaciales que esta interacción les ofrece. Estrategias como elevar el suelo, engrosarlo, bifurcarlo, duplicarlo, apilarlo… desarrollan una síntesis entre el paisaje/arquitectura e infraestructura beneficioso para la ciudad: parques públicos/plantas de tratamiento de aguas, puentes/edificios, ríos/redes de abastecimiento, autopistas/ parques lineales, distribuidores viales/ plazas, invernaderos/ jardines, terminales/ terrazas urbanas… promoviendo nuevas configuraciones híbridas del espacio urbano.
Intensificando su interacción, estas operaciones crean nuevos alineamientos entre programas y funciones, confrontando así nociones existentes y tendencias del espacio público, privado y semi-público en arquitectura y urbanismo y su relevancia en el diseño de las ciudades. Parte medular de este interés es el reconocimiento del suelo como entidad clave en el territorio y como último bastión del espacio público, cuestión que se discute más recientemente y en términos mas políticos en la introducción del libro Critical Territories. Es decir, el territorio dentro de la ciudad que necesita con más urgencia su revisión y actualización ya que tiene la capacidad política de afectar profundamente sus alrededores y cuyo modus-operandi sirve como un catalizador a la práctica arquitectónica y urbana para asumir los retos que las condiciones contemporáneas presentan al diseño de las ciudades.
Olympic Sculpture Park Seatlle | Weiss Manfredi