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27 octubre, 2017
por Pedro Hernández Martínez | Twitter: laperiferia | Instagram: laperiferia
El arquitecto español Alberto Campo Baeza, catedrático de la Escuela de Arquitectura de Madrid y famoso por trabajos como el Museo de la Memoria de Andalucía o la sede Central de la Caja de Ahorros de Granada, recibió hoy la Medalla Antonio Attolini Lack que, desde 2006, concede la Universidad Anáhuac a reconocidos arquitectos de todo el mundo.
En la ceremonia de premiación, tras los diversos agradecimientos a los presentes y a la institución, Campo Baeza realizó una breve presentación de su trabajo dirigida en especial a los alumnos asistentes a los que animó, desde el comienzo, a ver la suerte que supone la carrera que están realizando —(los arquitectos) tenemos la fortuna de tener el trabajo más bonito del mundo”— y a nunca abandonar la idea de seguir aprendiendo: “Tenemos que ser sabios. Estar siempre estudiando”. Abogó, en definitiva, por entender la arquitectura como una investigación.
Así, siguiendo los títulos de sus libros, La idea construida y Pensar con las manos, estableció a la arquitectura como un proceso mental y racional —“la razón es el primer instrumento del arquitecto”— que luego debe puede ser construido gracias tanto a la herramienta del dibujo —“los arquitectos investigan cuando dibujan”, dijo—. Esto es: la arquitectura pasa de la cabeza a las manos, en un proceso continuo de trabajo alejado de las ocurrencias: “El arquitecto no es un artista. Ni debe pensar que, con un trazo simple, ya tiene algo que luego deben hacer otros”.
Campo Baeza también recordó a Alvaro Siza, antiguo premiado de la Medalla Antonio Attolini Lack y al que reconoció como de sus maestros, del que extrajo tres ideas principales para articular su presentación: el arquitecto como poeta —“hay que proyectar como el poeta, que pone la palabra en el sitio preciso; un poema es un tema de precisión”—, el arquitecto como creador —“en la creación artística, la persona se va, pero la obra permanece”— y el arquitecto como investigador —“debemos alejarnos de la idea de que la investigación sólo se da en un laboratorio, en arquitectura, en el proceso de creación, también se da, proyectar arquitectura es un gozo intelectual”.
Tales ideas fueron posteriormente ilustradas a través de cuatro proyectos: unas oficinas en Zamora, una caja abierta al cielo en cuyo interior aparece un ligero edificio con una doble piel de vidrio; el Polideportivo de la Universidad Francisco de Vitoria, una precisa caja de luz; la Casa Cala, un proyecto que bebe directamente del Raumplan de Loos, y la Casa del infinito, una enorme plataforma sobre el paisaje con vistas al océano, que daban a su vez diferentes lecciones sobre aspectos tan variados como el cómo incorporar una obra de arquitectura contemporánea en un ligar histórico, cómo crear un espacio donde la luz defina el lugar, cómo poner ojos al paisaje o cómo incorporar al horizonte en el diseño.
De la charla se destacan, además, algunas ideas aparecidas en su proceso de trabajo: la precisión de la medida —durante la charla fue recurrente la alusión a saber cuánto miden las cosas—; el cuidado uso de los planos constructivos, llenos de descripciones “que cualquiera pueda entender”, o la maqueta como instrumento indispensable. Para Campo Baeza, es una herramienta que permite investigar tanto sobre el espacio —apuntó, por ejemplo, que uno de los ejercicios más sencillos que hace es el de realizar una maqueta del tamaño de la palma de la mano porque “permite ver qué es lo esencial de un proyecto”— como sobre el detalle constructivo —a partir de la construcciones de maquetas a 1:1 que, en conjunto con el herrero, el albañil o el maestro de obra, permiten tener claro qué se puede hacer o no.
Con tales descripciones, Campo Baeza da muestra de un trabajo en constante pensamiento, que con claridad de ideas, puede ser finalmente materializado.
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