Espacio político: rave y cuerpo
Música y política convergen en las antípodas, y quizás han creado, no un movimiento, pero sí una cultura en la [...]
🎄📚Las compras realizadas a partir del 19 de diciembre serán enviadas a despues de la segunda semana de enero de 2025. 🎅📖
¡Felices fiestas!
30 enero, 2017
por Carlos Lanuza | Twitter: carlos_lanuza_
Stefano Colli (Milán, 1966) es arquitecto y diseñador especialista en proyectos de arquitectura e interiorismo corporativo. Ganó el premio FAD (Fomento de las Artes Decorativas) de la Opinión en 2002 con el proyecto para la “Sala de Catas de BPA” en Andorra y es autor, junto a Raffaella Perrone, del libro Espacio-Identidad-Empresa, editado en 2003 por Gustavo Gili. Imparte clases de proyecto y coordina workshops desde el 1991 en la escuela ELISAVA.
Carlos Lanuza: Cuéntame un poco de ti, ¿cómo llegaste a ser arquitecto y por qué?
Stefano Colli: Decidí estudiar arquitectura cuando tenía 15 años, después de leer un libro que me regaló mi padre un verano –Arte como mestiere, de Bruno Munari -, entendí que había espacio para explotar la creatividad en otros ámbitos que no fueran estrictamente artísticos. Estudié en la facultad de Arquitectura del Politécnico de Milán a finales de los años 80. En aquella época se enseñaba en la misma facultad Arquitectura y Diseño: el interiorismo, la comunicación y el diseño de producto eran clases optativas dentro de la misma carrera de arquitectura. Tuve la oportunidad de asistir a clases magníficas con Achille Castiglioni, Vico Magistretti, Enzo Mari, entre otros.
CL: ¿Cómo era Milán en esos años? Ahora la facultad de Arquitectura no es como la has descrito, se han separado ambas escuelas.
SC: En esa época Milán ya era la capital mundial del diseño y de la moda. La carrera de arquitectura de entonces era interdisciplinar, se tocaban registros muy distintos, además era muy humanista. Fallaba a nivel técnico y en el desarrollo de los proyectos. Nos enseñaban a trabajar desde el concepto, eran proyectos basados siempre en el discurso, la reflexión. Para mí fue una ventaja ya que me permitió empezar muy pronto a dar clases, no solamente de interiorismo, sino de diseño industrial, de análisis, de crítica. A través del Salone del Mobile entré en contacto con el diseño español y el SIDI (Salón Internacional de Diseño del Equipamiento para el Hábitat); se empezaba a notar una gran efervescencia, un momento muy vivo e interesante, sobretodo en Barcelona.
CL: ¿Por qué decidiste venir a Barcelona?
SC: En 1984 conocí en Nueva York a la que ahora es mi mujer, mantuvimos una larga relación a distancia, ella en Madrid y yo en Milán; al cabo de unos años decidimos venir a vivir a Barcelona. Me interesaba mucho a nivel profesional lo que se hacía aquí. En aquel momento todo el mundo ponía los ojos sobre Barcelona, eran los años previos a las olimpiadas y después del franquismo Barcelona era la punta visible de la nueva España. Nos interesaban mucho casos como el de las “plazas duras”, de la época de Bohigas. El interiorismo empezaba a ser un referente importante, integraba otras disciplinas, como el diseño de producto y el diseño gráfico. Visto desde fuera, el caso de los bares de diseño era algo importante y muy espectacular, por cantidad, por calidad y porque tenía sus raíces muy metidas en la sociedad. Siempre he pensado que aquí la vida en la calle, las relaciones que se generan en el espacio público, el comer y el beber en compañía, definen de una manera única el hecho de socializar. Por esta razón decidí estudiar los bares de diseño de los años 80/90 en Barcelona como tesis final de mi licenciatura.
En este trabajo estudié la historia de aquí con un enfoque antropológico y sociológico. También estudié las influencias de los árabes, que era una civilización nómada y tenía una relación con el espacio público y la itinerancia muy particular. Me preguntaba porqué en el resto de Europa es mucho más normal tener una casa de diseño, no un bar de diseño o una plaza de diseño. Aquí preferimos encontrarnos fuera, no en casa; el clima acompaña y forma parte del carácter. Además estudié precedentes magníficos que acompañaron el caso, como las bodegas, las tascas, los bares anónimos de toda la vida. De repente a todo aquello, con la arquitectura, el diseño y la gráfica, se le dio una forma nueva, que no era nada gratuita, tenía justificaciones muy profundas y arraigadas en la historia y en la sociedad. Se daba algo aquí que no pasaba ni en Nueva York, ni en París, ni en Londres; los primeros bares de diseño de Phillippe Starck, sus magníficos hoteles, el Teatríz de Madrid, vinieron después del fenómeno de Barcelona. Fue un proceso ejemplar.
CL: ¿Notas alguna diferencia entre esa manera de hacer interiorismo y cómo se hace ahora?
SC: Sí, tantas. Muchos de los interioristas que trabajaban entonces eran muy hábiles, como Tonet Sunyer o Fernando Salas, que fueron mis maestros, o Alfredo Arribas, Eduard Samsó y Dani Freixes. Había una atención importante por el detalle constructivo y la utilización de los materiales. Era una época en la que hacían falta cosas bellas, bien hechas, de una cierta categoría; proyectos que manifestaran un cambio y duraran en el tiempo. Ahora el interiorismo es más comercial, cuenta más el mensaje que la solución. Hay menos detalle, es algo más frívolo; no quiero decir que sea malo ni mucho menos, pero creo que hemos perdido oficio y rigor.
CL: ¿Qué crees que es importante al proyectar un espacio interior?
SC: Creo en el interiorismo como un gran soporte para comunicar mensajes, de ahí quizá que trabajemos mucho para empresas. Intentamos no imponer un estilo propio. Creo que el papel del cliente es muy importante en un proyecto; el tiene unas necesidades y nosotros tenemos que responder a estas necesidades sin interponer las nuestras. A través del diseño de un espacio podemos comunicar mensajes corporativos, cada cliente tiene los suyos, y cada vez son distintos. Es un diseño estratégico que la mayoría de veces entra en un sistema corporativo que está ya definido.
También creo que es muy importante encontrar un equilibrio entre la razón y la emoción. Si un espacio no es eficiente, o no funciona, no sirve; si un proyecto no es atractivo, y no conecta con las emociones del publico, tampoco sirve.
Un interior tiene que apasionar, más que captar la atención por ser raro, diferente o vistoso; no creo en lo espectacular. Un buen proyecto debe llegar a conectar con el usuario, directo y al corazón. Cuando conoces a una persona pasa lo mismo, en seguida puedes establecer con ella una conexión que puede ser magnífica; lo mismo pasa con algunos espacios, con sillas o lámparas; me interesan las cosas que tienen la capacidad de llegar a la capa de las emociones.
CL: ¿Qué piensas del los interioristas que tienen un lenguaje propio capaz de generar marca? ¿pueden llegar a sustituir o interferir en la marca de la empresa?
SC: Son autores, trabajan su propio discurso, su proyecto personal. Les buscan las empresas porque quieren asociar su marca a ese discurso. Hay muy buenos autores y les funciona muy bien. Me interesa mucho cuando diseñadores como Philippe Stark, Javier Mariscal o Jaime Hayón son capaces de proponer un proyecto propio en continua evolución durante años, con coherencia y rigor. De forma muy distinta, hay algún autor reciente que no consigue esta coherencia. Últimamente, en Barcelona sobre todo en el ámbito de la hostelería y restauración, se está abusando del estilo vintage, vulgarizando gratuitamente unos recursos que podrían haber sido buenos. Son tendencias que se extienden de forma masiva, modas que se consumen rápidamente y de forma voraz. No es bueno, no aporta gran cosa a pesar de tener muchísimo éxito.
CL: Háblame un poco mas sobre la relación que buscas entre lo emotivo y lo racional.
SC: Creo que los proyectos tienen que tener un contenido más allá de su funcionalidad. Sin duda tienen que ser prácticos, viables, tienen que servir al cliente; pero además, tienen que tener un significado, tienen que decir cosas interesantes y tienen que conectar con la gente. En otros ámbitos, como la música o el arte contemporáneo, es muy común tratar la emoción como un elemento propio del discurso, o en la búsqueda del resultado. También es muy normal tratar el ámbito emocional en otros momentos de la vida, en las relaciones interpersonales, en un viaje o viendo una película. Esta capa emocional es la que puede dar mas interés a nuestra profesión, puede dar mucho valor a los proyectos. Persigo esta conexión en mis proyectos, me gustaría alcanzar este resultado, que en otros ámbitos es muy normal. Creo que es muy importante cuidar tus propias emociones, hay que alimentarlas. Me gusta mucho viajar, estar con amigos, mimar las relaciones con las personas que quieres. Es como alimentar tu propio ámbito emotivo para luego ser capaz de volcarlo en otro ámbito, el de los proyectos.
CL: ¿Cuáles son tus referencias?
SC: Todas y ninguna. Cuando me formaba en la escuela de Arquitectura, me gustaba todo, y me sigue gustando todo, siempre encuentro interesante un buen proyecto de un arquitecto o de un diseñador. Pero mas que el diseño y la arquitectura me influyen otros ámbitos, como el arte, la música, la gastronomía; me atraen mucho más y me empujan a pensar de una forma creativa, me invitan a la acción. Los espacios y las esculturas de Donald Judd son de una poesía que va mucho más allá del minimalismo en arquitectura, me interesan mucho más sus obras que las obras de John Pawson, que por cierto es uno de los arquitectos que más admiro. Me gustan mucho las esculturas de Dan Flavin de los años 70, me gusta Gordon Matta Clark, que corta edificios enteros y del roto hace algo magnífico. Me gustan muchísimos músicos, como Sufjan Stevens, Elliott Smith, Nick Cave o Daniel Johnston, un señor esquizofrénico que compuso música durante años en un garaje en solitario. Claro que, además, me interesan y admiro la obra de arquitectos como Peter Zumthor, Herzog & De Meuron o Kazuyo Sejima, pero intento que no se conviertan en referencias.
Música y política convergen en las antípodas, y quizás han creado, no un movimiento, pero sí una cultura en la [...]
Las superislas, el proyecto urbano que busca recuperar algo del espacio que a lo largo del siglo pasado fue tomado [...]