En los últimos cien años se han llevado a cabo soluciones significativas para vivienda colectiva que, progresivamente, han hecho más eficientes la densidad urbana y las opciones tipológicas. Sin embargo, lo que define la vivienda colectiva contemporánea quizá ya no sea la altura o la densidad, sino la noción de espacio compartido y la flexibilidad para lograr tipologías híbridas con el objetivo de privilegiar lo colectivo en la ciudad. Enrique Ciriani apuntó que “la buena arquitectura sólo es arquitectura, pero la buena vivienda colectiva es la que hace ciudades.” En Arquine 94 publicamos algunas propuestas que potencialmente pueden ser replicables y que alumbran estrategias para la conformación de mejores ciudades. Por un lado desde la densificación urbana, dada la mejor efectividad de las infrastructuras y la vialidad, las plusvalías de la propiedad y gestación de ciudadanía —a pesar de su efecto contraproducente por contagios en situaciones de pandemia, como la que hoy vivimos. Por otro, la diversidad tipológica con vocación de atender a una demanda cada vez más plural y de mejorar las condiciones de habitabilidad, desde la transformabilidad —viviendas extensibles— de los espacios domésticos.
A su vez, desde estrategias sustentables de reciclaje —de edificios y de barrios— para aprovechar el potencial de lo construido y reconocer su valor patrimonial. Con la crisis detonada por el Covid-19, la vivienda colectiva pasa a ser un tema central y requiere soluciones para reconvertir la vivienda dormitorio en espacios polivalentes donde vivir y trabajar. La extensión del espacio habitable hacia el exterior con los revaluados balcones, terrazas y azoteas verdes, los ambientes no especializados y multiusos, y las áreas mancomunadas, son algunas de las soluciones reclamadas por vecinos de muchas ciudades. El efecto de la pandemia ha estimulado la reflexión sobre el espacio habitable en la que cabe reformular los conceptos de lo propio, lo común, lo colectivo y lo público.