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Columnas

Porosidades: cine, ciudad y arquitectura

Porosidades: cine, ciudad y arquitectura

15 octubre, 2025
por Manuel Cervantes

Entre Benjamin, Sorrentino y la vida latinoamericana

Walter Benjamin observaba la ciudad como un organismo poroso. Para él, el umbral no era frontera, sino respiración. La casa y la calle se tocaban, se reconocían. Los interiores no se cerraban del todo, sino que se abrían al mundo que los rodeaba. La vida se filtraba, se cruzaba, se multiplicaba en los bordes.

Nápoles, tal como la filma Paolo Sorrentino en Parthenope y È stata la mano di Dio, respira esa misma porosidad. Balcones que miran al mar. Cocinas que se asoman a la calle. Patios donde la ciudad entra y sale sin permiso. La cámara acompaña la ciudad como un habitante más, captando lo íntimo y lo colectivo como un solo tejido, el caos y la celebración coexistiendo sin jerarquía.

En América Latina, esta porosidad se percibe de manera distinta, a veces rota, a veces contenida. Alfonso Cuarón, en Roma, muestra la vida doméstica atravesada por lo urbano: la calle como escenario, la familia expuesta, los límites de la intimidad permeables y frágiles. Alejandro González Iñárritu, en Amores perros, retrata la fragmentación de la ciudad y de sus habitantes, la improvisación de la vida cotidiana.

De estas imágenes se desprende una lección para la arquitectura y el diseño: la porosidad no es solo urbana. Existe un segundo nivel, doméstico, que va del interior de la casa al exterior. En gran parte de la arquitectura latinoamericana, el patio, el jardín y los umbrales son una sola continuidad.

La casa no termina en la pared. El patio es extensión del interior, el jardín se convierte en sala y refugio, y los umbrales representan la máxima expresión de apertura y relación. El miedo, la inseguridad y la expansión desordenada han transformado muchas viviendas urbanas en fortalezas: bardas, rejas, filtros. El umbral se vuelve barrera defensiva, la domesticidad se encierra, la continuidad con la ciudad se interrumpe.

Y, aun así, persisten gestos mínimos de resistencia. La banqueta puede convertirse en punto de reunión, el puesto ambulante en lugar de encuentro, la reja en frontera habitada. La vida ocurre en los bordes, entre la seguridad y la exposición, entre la intimidad y lo colectivo. La arquitectura contemporánea enfrenta un doble desafío: proteger y abrir, contener y convocar. Pensar la casa no solo como refugio, sino como espacio de relación. Pensar la calle no solo como tránsito, sino como extensión de la vida doméstica. La porosidad debe ser consciente, medida, poética.

Porque, a pesar de los muros y las barreras, seguimos barriendo la banqueta, conversando desde la ventana, compartiendo el umbral. Y dentro de la casa, patios y jardines continúan siendo lugares donde la vida se expande hacia afuera. Seguimos habitando los bordes.