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‘¿Por qué no le hacen caso a su Luis Barragán?’

‘¿Por qué no le hacen caso a su Luis Barragán?’

18 diciembre, 2017
por Juan Palomar Verea

Durante una conversación en alguno de los recientes días, una distinguida y muy viajada visitante a Guadalajara proveniente de Indonesia se lamentaba educadamente de los en general desastrosos resultados de la arquitectura moderna y contemporánea en nuestra ciudad. Le sorprendía el mal gusto, la ausencia de sentido del lugar, la carencia de cuidados climatológicos, y sobre todo la fealdad de muchos contextos.

La pregunta fue demoledora: “¿Por qué, si tienen un extraordinario referente local y universal como Luis Barragán no lo toman en cuenta?” Tratemos de establecer algunas hipótesis ante este cuestionamiento. Probablemente la principal razón de tanto extravío en la arquitectura tapatía resida en los complejos de inferioridad. ¿Ante qué? Ante lo que se considera “de moda”, “más moderno”, prestigioso, capaz de salir en revistas de pacotilla, de apantallar a los desprevenidos. Complejo de no atreverse a enfrentar los antecedentes regionales valiosos, a asumirlos. No para una tonta imitación extralógica, sino para aprender los valores intemporales que existen en la arquitectura local, de Barragán y de varios otros.

Durante los ochenta, sobre todo, a raíz de la obtención de Barragán del Premio Pritzker (una suerte de “Nobel” de la arquitectura), se desató una, en general, muy fallida imitación de las obras del arquitecto. Proliferaron los remedos meramente formales, los coloretes, los muros repellados de cualquier manera, las fuentes amaneradas y etcétera. Con razón, los arquitectos más lúcidos tomaron inmediatamente distancia de esas manifestaciones oportunistas. Pero parece que al mismo tiempo muchos arquitectos tiraron el agua sucia de la tina con todo y niño.

Los arquitectos, en particular, tienen tantos un grave complejo: el de ser los descubridores del hilo negro. Pero tantos lo “descubren” a través de un ingenuo remedo a las producciones de los arquitectos internacionales vistas en viajes, revistas y pantallas. Y a sus obras así planteadas invariablemente se les ven las costuras (con hilo negro).

El arquitecto Andrés Casillas es el único discípulo real y directo de Luis Barragán. Veamos cómo ha tratado Guadalajara a su obra: la casa de Circuito Madrigal gravemente desfigurada, la suya propia también (ambas obras maestras). El Banamex de López Mateos y Justo Sierra gravemente alterado. La “Condoplaza” de López Mateos y Avenida del Sol es ya casi irreconocible. Los dos edificios de Américas a la altura de Providencia seriamente agredidos. Y en fin. Andrés Casillas, contra lo que muchos ojos bobos o despistados creen, no es un imitador de Barragán, es un continuador de sus principios y alguien que ha logrado desarrollar una genuina expresión propia.

Otros valiosos ejemplos que han seguido, con su muy particular talante, las enseñanzas barraganescas son, por citar sólo dos, Fernando González Gortázar y Alberto Kalach. ¿Y cuáles serían esas enseñanzas? La cordura climática, la adecuación audaz y a la vez mesurada a sus contextos, el uso de los recursos constructivos contemporáneos, la búsqueda de la intimidad y la serenidad, de la magia y la sorpresa, y sobre todo la implacable procuración de una belleza vigente y perdurable. Todo lo contrario, tristemente, a lo que ve con ojo certero la señora de Indonesia en la Guadalajara actual. Pero nunca es tarde para reflexionar, entender, corregir el rumbo. Si es que el gremio, los constructores y los clientes están interesados en la arquitectura de calidad, en la mejoría de la ciudad.

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