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Por ejemplo esta banca

Por ejemplo esta banca

15 agosto, 2015
por Juan Palomar Verea

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Este ejemplo de mobiliario urbano (y campirano) se encuentra en un paraje campestre cercano a Cotija, Michoacán. Va a durar muchas décadas. Está hecho a partir de sólidas vigas de madera recicladas. Costó muy poco dinero, pero eso sí, está muy bien fabricado. Es una banca amplia, cómoda y sólida para, por lo menos, seis personas. Además, olvidando los complejos clasemedieros –tan lejanos a lo verdaderamente popular, como esta banca- es muy bonita.

Pregunte el lector interesado cuánto cuesta una banca de las que normalmente se ponen en los espacios públicos: un dineral. Y luego se descomponen y se rompen. Y son con frecuencia feas e incómodas. La banca michoacana costó muy poco dinero pero, se insiste, está elaborada con esmero, macicez, cariño. Reutilizó materiales que nada costaron (la madera de desecho abunda: ver cualquier obra). Para su fabricación se utilizó mano de obra local: algún carpintero inteligente, o un ducho albañil. O sea, le dio trabajo a quien lo necesita y no se importó el mueble de España u otro lejano lado.

Dos ejemplos de mobiliario urbano tapatío y ejemplar. Primero, las bancas del Parque de la Revolución. Fueron diseñadas por Luis Barragán y su hermano Juan José. Parten de antecedentes ilustres como las bancas de la Plaza de don Vasco en Patzcuáro pero con una idea moderna y original: son como cómodos sofás domésticos, pero de ladrillo y enjarre. Su ergonomía es muy buena. Y han durado desde 1935, con diversas manos de módica pintura. Fueron luego copiadas abundantemente. Segundo: las bancas de la Plaza del Dos de Copas (apelativo popular e insuperable) o Plaza de la Liberación. Fueron diseñadas, con simples soleras metálicas, por Ignacio Díaz Morales con la colaboración de Gonzalo Villa Chávez. Gonzalo contaba, con su habitual buen humor, toda la serie de pruebas efectuadas entonces para encontrar la comodidad óptima, el peso visual adecuado (tienen la gran ventaja de ser muy transparentes), su económica fabricación. Como las del Parque de la Revolución, se derivan de otro ilustre antecedente, los “miguelitos” tradicionales mexicanos. También fueron copiadas con abundancia, pero muchas veces sin respetar la exacta ergonomía de las originales. Cualquier buen herrero, a bajo costo, las fabrica.

A la luz de las anteriores consideraciones: ¿cuál es el caso de estar comprando, para los espacios públicos, bancas “de línea” y “de marca” carísimas, incómodas, poco duraderas y más feas? Y que además no fomentan las economías locales.

Guadalajara tuvo por siglos una fuerte personalidad, propia y sin complejos. Una falsa modernidad ha llevado a adoptar, como en el caso del mobiliario urbano, patrones estandarizados, ajenos, insulsos – a menudo dañinos. Esto, por supuesto, se aplica también a la arquitectura en general. Con tantos buenos diseñadores industriales locales, con tantos buenos artesanos ¿cuál es la fuerza –aparte de jugosos contratos- de seguir servilmente lo que desde afuera se impone?

La banca michoacana, las del Parque de la Revolución, las del Dos de Copas representan arquetipos de cosas públicas útiles, interesantes, resistentes, bonitas. ¿Qué espera el talento tapatío para interpretar estos precedentes en la adecuada clave contemporánea? ¿Qué esperan las autoridades para buscar el beneficio de la comunidad en estas inversiones? ¿Qué esperamos para que la ciudad sea más bonita, propia, agradable?

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