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Pina

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28 febrero, 2012
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog

Pina cargando

Decía una frase, con esa suficiencia de verdad revelada que acostumbra la publicidad, que el cine se ve mejor en el cine. La danza, a veces, también se ve mejor en el cine. Hay una vieja historia de amor –con sus desencuentros, como todas– entre la imagen en movimiento y el movimiento puro que es la danza. El reciente documental dirigido por Wim Wenders sobre el trabajo de Pina Bausch (1940-2009) debe ser uno de los momentos cumbres de esa historia.

Filmada en 3D, ese artilugio que generalmente no hace sino regresar al cine a su origen de espectáculo de feria – a excepción de casos recientes como La invención de Hugo, de Scorsese o La cueva de los sueños olvidados, de Herzog–, Wenders deja que sean las coreografías de Pina Bausch las que dibujen los espacios por donde su cámara puede pasearse. No sólo es el engaño óptico que simula la tercera dimensión sino la danza y los escenarios en que se da –a veces un teatro con la escenografía original, otras las calles y edificios de la ciudad de Wuppertal, Alemania, incluyendo también el edificio de la escuela Zollverein de Sejima y Nishizawa.

Se entiende así, en la imagen, la relación de la danza –como la manera de reflexionar con el cuerpo y el movimiento, nuestra presencia física y carnal en el espacio– con la arquitectura –el marco que define, que determina y abre esos espacios–. Sumemos al espacio de la arquitectura el sonido de la música y tenemos las dos artes que Eugenio Trías define como matriciales y arqueológicas, “arcaicas en sentido lógico”, artes del ambiente y de los hábitos. Y envuelto en esa atmósfera sonora y espacial, el cuerpo consciente de sí. Una consciencia que aún no es palabra, logos –aunque la palabra pueda ser también elemento de las coreografías de Pina Bausch– sino gesto. Y eso, el gesto, no puede más que hacernos pensar en aquella frase de Ludwig Wittgenstein: “la arquitectura es un gesto. No todo movimiento humano adecuado es un gesto. No toda construcción adecuada es arquitectura”.

El arquitecto francés Jean-Pierre Le Dantec cuenta en su libro Dédalo, el héroe, que para construir su famoso laberinto, éste convocó a una danza ritual en una explanada. Siete doncellas danzaron y las huellas de sus movimientos en la tierra describieron los vacíos que Dédalo, el arquitecto, envolvió con muros de piedra. El indescifrable interior del laberinto lo es a causa de que ignoramos la coreografía que le dio origen, el hilo de Ariadna es tan sólo una estratagema. Con su película, Wenders muestra lo que con sus coreografías mostró Pina Bausch: que la coreografía está en el origen de toda corografía, de toda descripción del espacio o lugar: choros.

 

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