Gobierno situado: habitar
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15 octubre, 2018
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog
El lunes 8 de octubre en la cuenta de Instagram de Dominique Perrault se subió una fotografía de la inauguración de la exposición de Tadao Ando en el Centro Pompidou. En la foto aparecían, junto a Perrault y Ando, Christian de Portzamparc, Renzo Piano, Jean Nouvel y Paul Andreu. Tres días después, el 11 de octubre, se dió la noticia de que este último había muerto.
Andreu nació en 1938 en Caudéran, en la Gironda. En 1963 se recibió como ingeniero en la Escuela Nacional de Puentes y Caminos y, seis años después, obtuvo su título de arquitecto en la Escuela Nacional Superior de Bellas Artes. Desde 1968 empezó a trabajar en la sociedad Aeropuertos de París. Entre 1967 y 1974 estuvo a cargo del proyecto del aeropuerto Roissy-Charles de Gaulle y a lo largo de su carrera proyectó más de 20 aeropuertos en todo el mundo. Tras la muerte de Johann Otto von Spreckelsen, en 1987, quien había resultado ganador del concurso para el Arco de la Defensa, Andreu se hizo cargo de concluir el proyecto.
El 23 de mayo del 2004, se derrumbó parte del techo de la terminal 2E de Roissy, que él también había diseñado y entregado en junio del año anterior. Cinco personas murieron. Más allá de las investigaciones judiciales, para Andreu aquel accidente marcó un momento de pausa y reflexión en su carrera, que se materializó en un libro —“con una importancia igual para mi que la de mis grandes proyectos”, dijo—, publicado en el 2009 y que fue nominado al premio Goncourt para primera novela. La maison —La casa—, título del libro, es una memoria de su infancia y su adolescencia, contada desde el lugar donde creció, su casa.
“Cada vez que vuelvo a pensar en ella, nuestra casa me parece inmensa. Sin duda no era mas que grande. Yo era pequeño”, escribe Andreu. Pero pensando que hoy las habitaciones no son más que un muro que se ajusta a la talla de las camas, se pregunta “qué nos queda de las geometrías conjugadas del espacio y la emoción”. Al recordar su casa, “el lugar donde nacieron y crecieron sus emociones”, nos dice que ahí “el tiempo y el espacio se deformaron en conjunto”. “En el fondo —escribe más adelante— no sabemos realmente nada de nuestra infancia sino, si acaso, con el espesor del olvido, la forma de los lugares que la contuvieron”. Cuenta cómo su primera pasión fueron los motores y dibujaba en un cuaderno, con un bolígrafo de color y ayudado por regla y compás, algunos que soñaba construir. En un cuarto al fondo del jardín empezó a fabricar pólvora para probar pequeños cohetes que, dice, volaban menos que una piedra que lanzara sin tanto esfuerzo. “El fracaso está ya dibujado en la esperanza y el sueño. Siempre”, escribió el arquitecto que unos años antes había visto colapsar parte de una obra suya. También escribió, al recordar que el nombre del arquitecto de su casa de infancia —Lemonnier— estaba grabado al sur de la fachada, arriba a la izquierda de la puerta: “Un nombre no es nunca sólo un nombre, sobre un muro es una anécdota”.
En el 2007 se inauguró el Centro Nacional de Artes Escénicas, en Pekín, marcando su regreso al diseño, principalmente fuera de Francia. En el 2009, el mismo año que publicó la novela sobre su casa de infancia, diseñó la escenografía para Répliques, una coreografía de Nicolas Paul. En una entrevista sobre ese trabajo, Andreu dijo: “Cada vez que pienso en un proyecto, no creo una caja para organizar con ella el movimiento, sino que concibo los muros en función del movimiento que la gente hará al interior. Mis arquitecturas están en los pasajes más que en el habitar.”
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