James Turrel: Pasajes de luz
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27 febrero, 2017
por Daniela Jay
Pasajeros No.2 Esther McCoy, instalada en una de las salas del Museo Jumex, revela la importancia de este personaje singular que, a través de su pluma, logró forjar las características de la arquitectura en Los Ángeles y la Ciudad de México de los años 1950.
McCoy llegó a México en 1951. A su arribo, se enfrentó con una ciudad que se transformaba a un paso acelerado, cambios que fueron perfilándose en una nueva metrópoli bajo el lenguaje de la arquitectura moderna pero, a su vez, arraigados a las tradiciones mexicanas; fue lo que cautivó McCoy, y en lo que encontró una cualidad digna de explorar.
La breve pero concisa instalación en el Museo Jumex, pone en evidencia los intereses específicos de “Una cronista de la arquitectura en California”[1], como la etiquetó en algún momento The New York Times. Por un lado, las fotografías singulares de Cuernavaca –donde residió 9 meses–, retratos de la ciudad tradicionalista, de obras modernas y de mobiliario con una gran virtud artesanal, se vuelven tan sólo pequeños testigos de la fusión entre tradición, artesanía y arquitectura moderna, que caracterizó a México y que McCoy supo percibir. Por otro, los trabajos de distintos artistas como Leonor Antunes, Terence Gower y Jill Magid, además de unos cuantos escritos de Esther McCoy, refuerzan el carácter literario de esta gran crítica de arquitectura, la cual, a través de su estilo emocional y biográfico, logró destacarse dentro de un ámbito dominado por hombres.
El jardín fluía hacia la sala a través de las puertas corredizas de vidrio. El nivel del resto de la casa descendía siguiendo los contornos del paisaje.
“¿Quién más habría tenido este respeto por la tierra, sus estados de ánimo y su dignidad? ¿Quién más la habría escuchado? ¿Quién más hubiera permitido que el terreno dictara la disposición de la vivienda, en lugar de imponer la casa sobre el paisaje? [2]
Durante su estancia en México, McCoy entabló relaciones con diversos arquitectos mexicanos, entre ellos Luis Barragán, Max Cetto, Juan O’Gorman y Francisco Artigas, así como con las artistas Helen O’Gorman y Clara Porset. Escribió sobre el proyecto “El Castillo” proyectado por Francisco Artigas y sobre las obras de Luis Barrgán. Pronto, los arquitectos se acercaron a ella para que escribiera de sus trabajos. Con Clara Porset se interesó por la producción en serie de su silla butaque, cuyo diseño se fundamenta en la cultura prehispánica.
McCoy supo observar, interpretar y, sobre todo, escribir sobre la escena moderna. Su interés se centro en gran medida en el estilo californiano. Sus escritos y relaciones personales, la llevaron a construir inconscientemente un puente entre Los Ángeles y la Ciudad de México. En ambos sitios, el desarrollo de las ciudades se daba rápidamente y la arquitectura iba tomando su posición con características y disyuntivas similares.
Esther McCoy situó con su crítica literaria la escena nacional. Su crítica fue importante dentro del ámbito arquitectónico, una voz que buscaba preservar la memoria nacional en obras de Luis Barragán o en los diseños de Clara Porset. Así es como este personaje, contribuyó a su manera, en el desarrollo y crítica del discurso de arte nacional.
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