Las revistas digitales
La sobrevivencia de los formatos físicos a los digitales van desde la imagen, la percepción y satisfacción que genera tener [...]
3 enero, 2013
por Rodrigo Solé
Tanto la música como la arquitectura son lenguajes que guardan similitudes convergentes entre sí; tanto el músico como el arquitecto se dan a la tarea de estudiar y experimentar con todas las posibilidades que permitan los elementos básicos de cada disciplina, para adaptarlos y así lograr la armónica -o disonante- composición de canciones o edificios. En una escala mucho mayor y alejándonos de corrientes o estilos, la ciudad contemporánea puede ser recorrida o leída a través de una banda sonora, sea cual sea la elección del viajero. Las ciudades producen paisajes y sensaciones que bien podrían ser traducidos al lenguaje musical, en la mayoría de los casos, tal facultad reside en los ojos y oídos de quien la vive y circula diariamente.
Si la música es la combinación coherente de sonidos y silencios, la arquitectura sería la inserción de sólidos y vacíos; pero trasladándolo a la escala urbana, esta inserción tan arbitraria da pie a composiciones radicalmente distintas y en muchos casos, disonantes. La arbitrariedad y la apertura de posibilidades y combinaciones tanto de lenguajes como de variables encontradas en la urbe ayudan a producir una especie de identidad sonora en cada resquicio de la mancha urbana.
De una manera interactiva y muy lúdica, el diseñador Jonathan Mak y el artista electrónico Shaw-Han Liem, se dieron a la tarea de generar un ambiente en el que se pudiera expresar esa profunda conexión entre el paisaje y lo armónico o desafinado que puede llegar a ser en su desarrollo y transitar. En colaboración con Beck, compositor, cantante y productor originario de Los Ángeles, se realizó una propuesta sonora titulada Sound Shapes.
El resultado es un videojuego cuyo objetivo principal es recolectar todos los sonidos esparcidos en el paisaje con el simple objetivo de que la música y las visuales se conviertan en el protagonista gracias a las similitudes de su composición. Las posibilidades de un proyecto así son infinitas y se transforman en plataformas para la experimentación tanto de lo formal como de lo musical y sus nexos. Al final sólo queda la disyuntiva entre la concepción de la ciudad como una canción o de la composición musical como una gran urbe.
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