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Ornamento, delito y muros para escalar

Ornamento, delito y muros para escalar

7 agosto, 2015
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog

Una vez leí esta frase: «Para quien trepa por la fachada de un edificio, no hay ornamento que no le parezca utilísimo.» Tal vez fuera Kraus, pero no pondría las manos en el fuego. En cualquier caso: es una imagen que puede ayudarnos a comprender: lo que la civilización está habituada a considerar ornamento prescindible, para el bárbaro, que escala fachadas y que no habita edificios, se ha convertido en esencia.

Eso dice Alessandro Baricco en su libro Los bárbaros, ensayo sobre la mutación. Escrito como colaboraciones semanales en La Repubbilica, el libro de Baricco quiere dar cuenta de las formas culturales más recientes, las de quienes, como cantó alguna vez Devo, podríamos llamar post-post-modernos (o multiplicar el post cuantas veces sea necesario). El escalador que le encuentra uso a los ornamentos de una fachada en el aforismo que probablemente escribiera Karl Kraus, puede hacernos pensar en Alain Robert, el Spiderman francés. Robert nació el 7 da agosto de 1962. De escalar muros de roca pasó, en 1994, a escalar edificios y monumentos en la ciudad. Le parecía más atractivo por varias razones. Primero, aunque sufrió una fuerte caída que lo dejó en coma por seis días al caer escalando una roca en 1982, piensa que ese deporte se ha vuelto demasiado seguro. A los patrocinadores no les conviene, dice, que quienes lo practican se accidenten o se maten. La escalada urbana le parece más riesgosa. Aunque, por otro lado, mejor pagada. En una entrevista del 2006, Robert dijo que le llegaban a pagar 50 mil dólares por escalar un edificio. Sólo en esos casos usa algún tipo de protección, por exigencia de sus patrocinadores. Normalmente asciende libremente. Desde la caída de 1982, tiene problemas con las rodillas y ha llegado a tener ataques epilépticos. Eso lo acredita para tener una pensión que no ha reclamado —excepto por la tarjeta que le permite usar los lugares especiales para estacionarse. Asume que sería extraño cobrar una pensión como discapacitado y cobrar 50 mil dólares por escalar un edificio de cincuenta o sesenta niveles. Entre muchos edificios, en París ha escalado la Torre Eiffel y la Torre Montparnasse, el Arco de la Defensa y la Pirámide del Louvre. En Nueva York lo ha hecho con el Puente de Brooklyn y el Empire State. También ha subido por las fachadas de las Petronas en Kuala Lumpur y del Burj Khalifa, en Dubai. Su más reciente escalada fue la torre Cayan, también en Dubai, en abril de este año.

La idea de que alguien encuentre utilidad en el ornamento de una fachada para escalarla, resulta sugerente si realmente fuera un aforismo de Kraus, amigo de Adolf Loos y quien, ya se sabe, encontraba superfluo cualquier ornamento. El escalador —que para Baricco sirve como imagen para el bárbaro, el que viene desde afuera hacia nuestra cultura— encuentra una manera de subvertir el orden simbólico del ornamento superfluo como el puritanismo moderno que propone evitarlo y lo clasifica —no sólo por razones estéticas, es cierto— como un delito. Estos barbaros de Baricco algo le deben —como el mismo explica en sus ensayos— al concepto de barbarie que elaboró Benjamin: una nueva barbarie:

¿Barbarie? Lo decimos para introducir un concepto nuevo, positivo de barbarie. ¿A dónde le lleva al bárbaro la pobreza de experiencia? Le lleva a comenzar desde el principio; a empezar de nuevo; a pasárselas con poco; a construir desde poquísimo y sin mirar ni a diestra ni a siniestra.

Lo lleva, pues, a usar —abusar, incluso— de aquél ornamento que el moderno, cultivado al fin de cuentas, quería borrar por saberlo inútil en sus propios términos. Por supuesto, el aforismo atribuido por Baricco a Krauss y las hazañas de Robert no disculpan cualquier absurdo. Mientras uno no esté colgado, sin cuerdas ni arneses, de la fachada del piso 50 de un edificio, cualquier ornamento sigue siendo delito.

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