1 julio, 2020
por Davide Tommaso Ferrando
en colaboración con
Nuevos espacios para la crítica de arquitectura
“Las revoluciones siempre han estado vinculadas a los nuevos medios
y formatos de comunicación “.
Beatriz Colomina[1]
Lo que me convence de seguir haciendo lo que hago —que es explorar nuevas formas de crítica de arquitectura experimentando con las herramientas de comunicación que proveen las redes sociales— es que, dentro de veinte años, aparentemente, la mayoría de las publicaciones basadas en un pensamiento no crítico, de las noticias a la narrativa, serán escritas por robots.[2] Desde el punto de vista de la producción de contenido, eso no cambiará mucho en relación al panorama actual de comunicación de arquitectura, dominado como está por editores freelance que copian y pegan (o, en los mejores casos, reelaboran) comunicados de prensa enviados por futuros arquitectos famosos.[3] Pero en términos de ocupación, parafraseando a Thomas H. Davenport y Julia Kirby, ser “capaces de tener una imagen más amplia y un nivel de abstracción más alto que una computadora” probablemente será la única opción en un el trabajo de escribir de arquitectura, que es más o menos lo opuesto a lo que sucede hoy.
De hecho, desde la última década del siglo XX, el pensamiento crítico en el más amplio marco de la cultura arquitectónica ha sido marginado, un proceso que se puede rastrear a varias causas interconectadas. Entre ellas está el surgimiento de las llamadas “prácticas postcríticas”,[5] que se enfocan en el pragmatismo profesional en vez de en la especulación teórica; la aceleración de los procesos de urbanización en todo el mundo, que desalientan el disentimiento favoreciendo el elogio oportunista de los productos más notorios de starquitects; y la proliferación de blogs, webzines y plataformas de auto publicación, que han puesto al ecosistema editorial de cabeza al encoger dramáticamente el mercado de las revistas de arquitectura, donde tradicionalmente se ejerce la escritura crítica —y se paga.
Sin embargo, tras la crisis financiera del 2008, un sentimiento mezclado de culpa y enojo por la manera como la arquitectura se subyugó a las leyes del mercado inmobiliario —básicamente comportándose como un asociado acrítico en la producción de la burbuja— parece haber estimulado una nueva hola de cuestionamientos sobre la necesidad, el papel y la condición de la crítica de arquitectura en nuestros días. A su vez, esto llevó a la proliferación de artículos, revistas, libros, seminarios, cursos académicos y otro tipo de iniciativas que buscaban explorar ese asunto urgente desde una variedad de puntos de vista. Es en el contexto de esta renovada atención a la crítica de arquitectura como objeto de investigación que, desde 2010, he investigado de manera independiente las condiciones para su reproducción en plataformas sociales como Facebook, Tumblr e Instagram.
Hay varias razones por las que he seguido dicha línea de investigación. Primero, comparto un interés sincero por todas las manifestaciones de la contemporaneidad, lo que me permite aproximarme al fenómeno de las redes sociales, que Umberto Eco criticó por “darles a una legión de idiotas el mismo derecho de hablar que un premio Nobel”[6], de la misma manera como Robert Venturi y Denise Scott Brown se aproximaron a Las Vegas: suspendiendo el juicio para ser capaces de aprender de eso. Más aún, como usuario frecuente de estas plataformas, tengo experiencia directa de sus funciones, lo que me permite fundamentar mi investigación tanto en la especulación teórica como en la observación empírica.
Una segunda razón, más pragmática, tiene que ver con los números. De acuerdo al reporte Digital in 2016, [7] hay más de 2,300 millones de usuarios de redes sociales alrededor del mundo (319 millones tan solo en Europa), que pasan un promedio de dos horas al día en esas plataformas. No sólo hablamos de un número enorme —y en constante crecimiento— de lectores potenciales, sino que estas cifras también muestran cómo la comunicación en las redes sociales es un fenómeno importante globalmente, transformando nuestra rutina diaria y redefiniendo la manera como consumimos contenido digital. En ese contexto, tiene sentido considerar la posición de la crítica arquitectónica y su capacidad de lidiar con esta condición cambiante.
Una tercera razón es que las redes sociales están tomando progresivamente a los sitios en la red como acceso principal al internet. Gracias al hecho de que su contenido llega directamente a los lectores mediante la información que alimenta sus redes, en vez de requerir que se le busque, la relación tradicional entre sujeto y objeto de información ha divergido, si no es que se ha invertido por completo.[8] Esto marca un punto de quiebra en la historia de la producción de contenido y su consumo: no sólo porque, como escribe Emily Bell, “las redes sociales no sólo se comieron al periodismo, se comieron todo”,[9] sino porque “estamos empezando a explorar los medios de la arquitectura aventurándose en territorios poco familiares”,[10] como dice Jeff Jarvis.
Una última razón es que publicar en redes sociales le da a los críticos de arquitectura la oportunidad de comunicarse no sólo con académicos, estudiantes y arquitectos practicantes —algo de suyo ya significativo, dado el supuesto rechazo de éstos últimos a leer[11]— sino también a gente extraña a la disciplina. Debido a la habilidad de las redes sociales de hacer que su contenido viaje por redes de usuarios relacionados mediante likes y shares, hay un campo, hasta ahora desconocido, de posibilidades que se abren y facilitan la polinización cruzada de imaginarios y discursos. Después de todo, ¿qué se supone que debe hacer la crítica si no establecer un diálogo con la sociedad en general?
Si es cierto que las plataformas sociales se han convertido en el principal entorno de comunicación, entonces pienso que plantean un reto urgente a los críticos de arquitectura. Los críticos debieran tratar de entender su potencial para ser capaces de sacar ventaja de él —no sólo porque de otra manera su audiencia está condenada a reducirse, sino también porque las redes sociales funcionan de acuerdo a reglas específicas, que hace que no puedan acoger muchos de los productos tradicionales de la crítica arquitectónica, como un ensayo largo. El hecho de que aun debemos descubrir lo que se puede hacer con estas herramientas, y lo que no, sugiere que vivimos en un periodo en el que los métodos de producción y diseminación de la crítica arquitectónica pueden redefinirse desde cero, lo que de hecho es muy excitante.
¿Pero cómo pueden eficazmente convertirse las redes sociales en instrumentos para la crítica de arquitectura, dado que están evidentemente diseñadas para propósitos diferentes, como “comunicarse con otra gente y hacer amigos”?[12] Desde el inicio de mi investigación, he experimentado con diversos formatos y procesos en mis propias cuentas, que me han permitido identificar un primer conjunto de estrategias que ofrecen una respuesta temporal y parcial a esta pregunta. Estas son:
Evita el uso personal
Puede parecer paradójico, dada la naturaleza de estos medios, pero en mis cuentas de redes sociales publico exclusivamente contenido relacionado con la arquitectura. No vacaciones, no selfies, no chistes, no gatos… nada ligado a mi vida fuera de la arquitectura llega a ellas. Esto se debe a dos razones muy simples: primero, no caer en la trampa del narcisismo y la indulgencia, que distancia al crítico de su tarea real; segundo, no proveer datos sensibles que puedan analizarse, procesarse y eventualmente venderse a compañías privadas, que es como Zuckerberg y compañía hacen dinero con sus usuarios.[13]
Piensa en términos de un proyecto editorial
La comunicación común en las redes sociales es fragmentada, inconsistente y con firma. Generalmente no logra durar más que el instante en el que ocurre. Lo que hago, al contrario, es desarrollar proyectos editoriales en esos medios, controlando todos los aspectos de producción y distribución de mis contenidos, comportándome como escritor, editor y editorial al mismo tiempo. Para conseguirlo, me he dado un protocolo detallado del uso de cada plataforma, estableciendo rutinas en términos del número de entradas por semana, la organización del texto y de la imagen para cada entrada, las relaciones temáticas entre ellas, etc. [14] Esto con el objetivo de darle orden y un carácter reconocible en la manera en que subo cosas a las redes. En otras palabras, he inventado un estilo editorial definiendo los límites de mis redes sociales.
Sintetiza
La crítica de arquitectura en las redes sociales no tiene otra opción que ser rápida y efectiva dado que, de acuerdo a una encuesta del 2012, Imagining the internet, [15] los teléfonos inteligentes nos han catapultado a un mundo de “gratificación instantánea y arreglos rápidos [que nos llevan a] la pérdida de la paciencia y la falta de pensamiento profundo”.[16] Sólo textos breves pueden sobrevivir a una audiencia cuyo promedio de atención es más corto que el de un pez dorado. Si es cierto que la longitud ideal de una entrada en Facebook es de menos de 40 caracteres,[17] no se puede evitar preguntarse si la posibilidad de producir crítica arquitectónica en estas plataformas de consumo rápido siquiera existe.
Una estrategia que adopto para resolver este acertijo es escribir textos que se organizan en párrafos de 100 a 200 palabras, que pueden aislarse y subirse por separado como una secuencia de fragmentos en serie de artículos más largos. Esto no sólo garantiza una audiencia mayor para las entradas, dado el tiempo reducido de lectura, sino que estimula la curiosidad y, por tanto, la atención[18] en los fragmentos que faltan de publicarse.
Regresa al lenguaje visual
En el rápido y distraído entorno de las redes sociales, ser capaz de trabajar con imágenes se ha vuelto fundamental, dado que el contenido visual tiende a procesarse más rápido, atrapando la atención del lector de mejor manera, y con el potencial de viajar mucho más lejos que la palabra escrita. Esa condición se ajusta perfectamente con la estructura del conocimiento arquitectónico, que siempre ha estado basado primordialmente en imágenes y, por tanto, es apto para ser comunicado en redes sociales. Además de acompañar sistemáticamente mis textos con dibujos o fotografías, comúnmente adopto la técnica del collage para producir imágenes que buscan expresar el mensaje crítico de manera autónoma o, de menos, en asociación con los textos que las acompañan, para experimentar con el potencial del lenguaje visual. Más recientemente, también he empezado a producir pequeños videos[19] que cruzan la crítica arquitectónica con una corriente que, de acuerdo con Cisco, llegará a ser el 69% de todo el consumo de tráfico en internet para 2017.[20]
Construye tu comunidad
Las plataformas de redes sociales permiten a los críticos de arquitectura la posibilidad de diseñar no sólo la manera como su contenido se produce y distribuye, sino también la gente con la que se comunican. En este sentido, seleccionar cuidadosamente los contactos de mis redes sociales se ha vuelto parte esencial de mi labor crítica, pues define la comunidad científica a la que pertenezco —o, en otras palabras, los pares de mi labor crítica. Al mismo tiempo, asegurándome de que lo que publico en mis redes sociales sólo reciba actualizaciones de usuarios que publican contenido interesante ha transformado mis redes sociales en fuentes de información útil continuamente actualizada: una revista de arquitectura espontánea y colectiva. Sin dejar de mencionar la intrínseca intencionalidad e informalidad de las redes sociales, que en varias ocasiones me ha permitido colaborar con gente interesante que aun no he conocido en la vida real: gente que comparte conmigo más referencias y objetivos que la mayoría de mis amigos o colegas en Turín, Italia. ¡Cuán prometedor es eso!
Para resumir: las personas que hacen crítica de arquitectura deben adoptar las redes sociales como espacios de comunicación[21] que están listos para ser ocupados y secuestrados. No es sólo un asunto de visibilidad y alcance, sino más bien la necesidad de explorar nuevas maneras como el discurso crítico puede construirse en nuestros días. Las plataformas de redes sociales no serán sustitutos de libros, revistas, fanzines o webzines; simplemente no pueden, pues están estructuradas para albergar distintos tipos de formatos y contenidos. Con todo, existen y llegaron para quedarse, por lo que necesitamos incluirlas en el ecosistema de medios que conforma la cultura arquitectónica, asegurándonos de que sean útiles y no un desperdicio. En el 2013, Beatriz Colomina afirmó que “la mayor parte de lo que sucede en los blogs y similares no es muy crítico”[22]: es cierto, pero pienso que el problema tiene que ver con el hecho de que el mensaje no se ha adaptado al medio, aún.
Notas:
Davide Tommaso Ferrando es un crítico de arquitectura, editor, curador y educador interesado particularmente en la intersección entre la arquitectura, la ciudad y los medios. Es editor en jefe de 011+ y editor en Viceversa. También enseña como profesor adjunto en las escuelas de arquitectura de Turín, Ferrara y Madrid, y es conferencista invitado en varias instituciones europeas.
Archifutures combina las posibilidades de la edición crítica, la impresión innovadora y la intervención activa del usuario. La colección hace un mapeo de la práctica arquitectónica y la planeación urbana contemporáneas, presentadas a través de las palabras y las ideas de algunos de sus actores clave y factores del cambio. Desde instituciones, activistas, pensadores, curadores y arquitectos hasta blogueros urbanos, polemistas, críticos y editores, Archifutures presenta a las personas que están dando forma a la arquitectura y las ciudades futuro y, por tanto, también a las sociedades del futuro.
Archifutures es editado por &beyond y publicado por dpr-barcelona, y presentado en español en colaboración con Arquine.