Proyecto Arquitectónico: Michael Reynolds, de Earthship Biotecture y Federico Palermo, de Tagma.
Ubicación: Jaureguiberry, Uruguay
Fotografía: Lorena Presno, Diego Roche, Lucas Damiani
Año: 2016
La primera escuela pública sustentable de América Latina, fue levantada con el método constructivo del arquitecto Michael Reynolds en la zona costera uruguaya de Jaureguiberry, departamento de Canelones. Es una escuela de modelo rural destinada a la educación pública. La iniciativa surge desde Tagma, una organización nacional sin fines de lucro y con el apoyo de ANEP – CEIP, Intendencia de Canelones y aportes de empresas públicas y privadas que hicieron posible su ejecución. Buscando conjugar la educación tradicional con el respeto hacia el medio ambiente, el uso responsable de los recursos y el desarrollo de relaciones humanas sustentables. El edificio de 270m2 fue levantado en tan sólo siete semanas. Utiliza en su construcción aproximadamente un 60% de materiales reciclados (cubiertas, botellas de plástico y de vidrio, latas y cartón) y un 40% de materiales tradicionales. Los earthship —navetierra—, según lo denomina el propio Reynolds, buscan obtener el máximo aprovechamiento de la energía del sol, del agua, del viento y de la tierra.
Para ello la envolvente es sensible a las orientaciones, se abre al norte, aprovechando al máximo la luz y la energía solar a través de un ancho corredor vidriado que actúa como organizador de las tres aulas y de las dos baterías de servicio de la escuela y proyecta al exterior una simple y contundente fachada dominada por el vidrio y la madera. El corredor al norte habilita a su vez la producción de alimentos a través de una huerta interior. La generación de energía eléctrica proviene de paneles fotovoltaicos y de un banco de acopio de energía. Al sur, el edificio se cierra con un espeso muro de contención resuelto en base a cubiertas rellenas de arena y pedregullo compactados que contiene el talud de arena y tierra que oficia de espalda de la edificación. Esta estrategia, además de aumentar la inercia térmica, permite cubrir todo el sistema de reserva y recolección de agua de lluvia proveniente del techo. Permite a su vez implantar una secuencia de caños que, a partir de naturales procesos convectivos, provocan en verano la circulación cruzada de aire fresco a través de las aulas. En invierno, los caños pueden cerrarse y el calor provocado por el efecto invernadero del corredor norte permite climatizar las aulas. Además de ser autónomo en su consumo de energía y de impulsar la producción orgánica de alimentos en su interior, Una Escuela Sustentable utiliza el agua de lluvia para consumo humano, lavado de manos, riego de huertas y finalmente para las cisternas, contando con un proceso de tratamiento de aguas negras que incluye un pozo séptico también creado con materiales de reciclado —en este caso cubiertas de tractor— y un humedal en el exterior del edificio.
Al sur, el edificio se cierra con un espeso muro de contención resuelto en base a cubiertas rellenas de arena y pedregullo compactados que contiene el talud de arena y tierra que oficia de espalda de la edificación. Esta estrategia, además de aumentar la inercia térmica, permite cubrir todo el sistema de reserva y recolección de agua de lluvia proveniente del techo. Permite a su vez implantar una secuencia de caños que, a partir de naturales procesos convectivos, provocan en verano la circulación cruzada de aire fresco a través de las aulas. En invierno, los caños pueden cerrarse y el calor provocado por el efecto invernadero del corredor norte permite climatizar las aulas. Además de ser autónomo en su consumo de energía y de impulsar la producción orgánica de alimentos en su interior, Una Escuela Sustentable utiliza el agua de lluvia para consumo humano, lavado de manos, riego de huertas y finalmente para las cisternas, contando con un proceso de tratamiento de aguas negras que incluye un pozo séptico también creado con materiales de reciclado —en este caso cubiertas de tractor— y un humedal en el exterior del edificio.
La estrategia constructiva involucró un mecanismo de participación social, que además de viabilizar la construcción de la escuela en plazos acotados, busca transferir conocimiento de las claves del propio sistema utilizado e involucrar fuertemente a la comunidad local, previa, durante y posteriormente a la finalización de las obras. Participaron en la construcción más de 150 personas, voluntarios y estudiantes de Uruguay y de otros treinta países.