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¡Felices fiestas!
Proyecto ganador del 1er. lugar en la categoría de Edificación del Premio Obra CEMEX 2017, para más información del premio ingresa aquí.
Si uno tuviera que dar un repaso a lo más sobresaliente de los últimos 20 años en la arquitectura de los rascacielos no podría destacarse únicamente la construcción de un proyecto en particular. Habría que atender, más bien, a la destrucción de dos torres que, juntas, se habían convertido en un icono mediático y mundial. El 11 de septiembre de 2001, un grupo de terroristas produjo el horror (y el terror) usando dos enormes Boeing 767 y a sus ocupantes como arma contra uno de los mayores símbolos del capitalismo financiero: las Torres Gemelas. El impacto no sólo sacudió (y destruyó) las construcciones y trajo consigo una serie de consecuencias que aún se sienten en el mundo, dando inicio oficial al siglo XXI. Mientras, la arquitectura —inoportuno personaje central de esta historia— tuvo que reflexionar sobre sí misma: ¿acaso construir demasiado alto no era una osadía más propia de Ícaro o de los constructores de la Torre de Babel? ¿Pondría fin este hecho a los rascacielos?
No. El capital supo ver pronto la oportunidad que un terreno tan jugoso como el del WTC ofrecía. En 2003, la Lower Manhattan Development Corporation lanzó un concurso para encontrar un estudio capaz de responder a la demanda pública de planes creativos e inspiradores para la Zona Cero. El concurso salió mal casi desde el principio y lo que debía ser un memorial acabó bajo la sombra de la especulación. Una oportunidad perdida. Rem Koolhaas, siempre retroactivo, pareció intuirlo: renunció a participar y se centró en otro concurso, el del futuro CCTV de Beijing. Koolhaas ganó y su proyecto sentó un nuevo imaginario para el rascacielos. Mientras tanto, Adrian Smith con Skidmore, Owings and Merrill (SOM) proyectaba y construía en Dubái el que sigue siendo el edificio más alto del mundo, con 829.8 metros de altura: el Burj Khalifa.
Algo hizo temer a la voluntad por alcanzar el cielo: la crisis inmobiliaria de 2008. Pero China, Estados Unidos y Oriente Medio siguieron al frente de la carrera proyectando más y más edificios, en pugna por construir el más alto. Europa, por su lado, actuó con más timidez, con ejemplos que cabe destacar: la Torre Generali en Milán, de Zaha Hadid; el Hotel Catalonia, en Barcelona, de Jean Nouvel, o el Leadenhall Building de Londres, de Rogers Stirk Harbour + Partners. Pero, de todos, será The Shard, diseñado por Renzo Piano, el que dejó un diseño innovador en el skyline de su ciudad, Londres, ofreciendo una de las propuestas urbanas más atrevidas, con sólo 48 cajones de estacionamiento para las 12,000 personas que trabajan y viven en sus 87 pisos y 310 metros de altura.
Si este edificio funciona como un manifiesto sobre un modelo de ciudad centrado en la reducción del transporte privado, la Ciudad de México, que vive una revolución urbana en el Paseo de la Reforma y ha visto en pocos años cómo se multiplica el número de rascacielos, desoye su consejo y sigue apostando por la movilidad individual, obligando a los proyectos a construir enormes superficies para estacionamiento. Benjamín Romano afirma que “el 50% de la superficie de un edificio de oficinas es estacionamiento. Si ese porcentaje está en sótanos, resulta un espacio inhabitable. Si algún día desaparece el coche de la ciudad o deja de utilizarse, ¿qué le hacemos a esos espacios? Es una contaminación de espacios”. Romano es autor de la Torre Reforma, una de las más destacadas de las nuevas torres de la Ciudad de México. Ubicada en un terreno de 2,800 metros cuadrados y con 57 pisos, se distingue por su forma triangular, que deriva del partido arquitectónico estructural: dos muros de concreto aparente de 246 metros de altura y 60 metros empotrados bajo el nivel de banqueta para dar cabida a nueve sótanos de estacionamiento y servir como cimentación. Unas aberturas de triple altura en los muros de concreto ayudan a disipar energía en caso de sismo, al tiempo que proporcionan luz natural a los jardines interiores. El sistema integrado de conservación de energía hace que los elevadores puedan utilizarse durante un incendio, pues los fosos están presurizados al igual que las escaleras de emergencia y las zonas de refugio en cada piso. La tercera fachada, abierta a la principal avenida de la ciudad, está recubierta con vidrio y tensores metálicos, que permite tener espacio libre sin columnas en el interior. Esta fachada gira 45° y se desploma 14 metros hacia afuera, configurando un frente único que saca especial partido a lo reducido de la parcela.
Es así que la torre es una apuesta por la ciudad. Varios son los motivos. Primero, la fachada de vidrio sin columnas es un balcón hacia la ciudad. Segundo, a nivel de calle, el proyecto amplió las banquetas de la zona, dando prioridad a los peatones. Tercero, una casona catalogada de principios del siglo XX, ubicada en el mismo predio, se integró al edificio como parte del vestíbulo. Fue necesario moverla temporalmente de lugar durante la construcción, reforzando su estructura. Por último, gran parte de los estacionamientos se ubican sobre nivel del suelo, en dos edificios en la parte posterior de la torre, evitando el uso de rampas gracias a la utilización de un núcleo robotizado y pensando además poder transformarlos y dar cabida a otros usos. Al no tener rampas o espacio de circulación, el impacto sobre el medio ambiente es bajo, pues no se emiten humos tóxicos y el espacio no necesita ser iluminado ni ventilado.