El proyecto de la rehabilitación de las naves de Gamazo proporciona espacios expositivos para la Fundación Enaire en un privilegiado lugar situado en la bahía de Santander, España. El edificio existente era el resultado de una superposición de proyectos: la nave inicial de Jesús Grinda y Forner de 1901, la ampliación de la segunda nave, una transformación estilística realizada en los años 1950 y diversas reformas menores ejecutadas en los años posteriores.
A partir de un concurso realizado en 2018, las naves se encontraban abandonadas y bastante deterioradas. El proyecto consiste tanto en añadir un estrato más a esta superposición de intervenciones como en un ejercicio de limpieza sobre el conjunto ecléctico. Una renovación meticulosa que interpreta las trazas históricas del edificio para transformarlo en una galería de arte. Al mismo tiempo, la intervención busca una cierta abstracción. Un blanqueamiento unifica los diferentes materiales del complejo heterogéneo transformándolo en un edificio neutro junto al estridente Palacio de Festivales de Oiza.
Se recupera el espacio interior de las naves, especialmente el de la nave antigua, conservando sus proporciones, su característica estructura metálica y su luz cenital. Se mantiene la volumetría general, con intervenciones sutiles sobre su fachada que sugieren los cambios programáticos introducidos. De este modo, la galería principal ocupa toda la nave original y el resto de necesidades funcionales (vestíbulo, baños, oficina, aulas, instalaciones, almacén y galería temporal) se colocan en la construcción anexa, que incluye una nueva sección con un espacio polivalente. Esta estrategia permite liberar la nave principal generando un interior ininterrumpido de 40 metros de largo, un espacio continuo preparado para exhibir la magnífica colección de arte de la Fundación Enaire.
Esta silenciosa intervención se reduce casi al mínimo. Se construye una cubierta nueva con un lucernario continuo, se rehabilitan todas las cerchas de acero, se abren dos huecos en el interior y otros cuatro en el exterior: dos puertas y dos ventanas grandes. Esta táctica directa le da a la galería principal toda la atención dejándola brillar con su nueva atmósfera museística. Además, nos permite crear una pequeña plaza que actúa como antesala de la galería. Una gran marquesina define la entrada. Un largo banco de piedra orientado al sur, una plaza de adoquines portugueses, dos parterres herbáceos con esculturas y un jardín vertical, definen el espacio público.
La propuesta genera un exterior abstracto mientras alberga un interior sereno. La imagen blanquecina, y aparentemente sin esfuerzo, se construye mediante una serie de intervenciones espaciales sencillas y se complementa a través una integración exhaustiva de las instalaciones, la iluminación y otros requisitos funcionales y de control climático que transforman los antiguos almacenes en una galería de arte contemporáneo. Estas operaciones puntuales y explícitas convierten el complejo industrial existente en un nuevo contenedor cultural. En este sentido, el edificio ha sido ocupado de manera natural para otro momento de la historia, adaptando su forma, espacio y materiales a las nuevas exigencias funcionales. Originalmente un almacén portuario, posteriormente ampliado con un taller, años más tarde un archivo y oficina, y ahora, una galería de arte. El complejo se ha preparado para lo que vendrá en el futuro. Mientras tanto, las naves se han abierto al público, Santander y su bahía cuentan con un nuevo edificio expositivo.