En el punto más alto del valle de Saliencia, en Somiedo, Asturias, se sitúa el alto de la Farrapona, desde el que se puede contemplar uno de los lugares de mayor importancia geológica de la Cordillera Cantábrica. El Ayuntamiento de Somiedo convocó, a través del Plan de Sostenibilidad Turística, un concurso de ideas para la construcción de un mirador geológico en las proximidades de La Farrapona.
No se buscaba un elemento con carácter doméstico o utilitario, se pedía que fuera “algo más”, debía ser “inspirador” y tener capacidad de atracción para quien lo viera por primera vez, provocando el deseo de ir a visitarlo. Tras distintas pruebas, un gesto expresivo, el dibujo de un lazo, acabó dando respuesta a la geometría y funcionamiento del mirador que permite, con ese trazado, acceder desde el camino, visualizar en un desplazamiento de 360 º la totalidad del valle de Saliencia con sus elementos geológicos, y volver a salir nuevamente con una cierta naturalidad.
El material a usar en la construcción también estuvo claro desde el principio: el acero corten, material que se autoprotege cuando se oxida y evita costosos mantenimientos, parecía idóneo para soportar las inclemencias del tiempo en un lugar donde las temperaturas en invierno llegan a 20 grados bajo cero y la nieve acumulada puede superar el metro de espesor. El hecho de que, a poca distancia, se encuentren los restos de la mina de hierro Santa Rita, en explotación desde 1805 hasta 1978, no deja de ser un particular guiño al lugar en la elección del material.
La accesibilidad desde el camino es total, lo que permite a personas con movilidad reducida experimentar la sensación de vacío en la inmensidad del valle, en un entorno natural al que, habitualmente, tienen limitado el acceso. Cómo debía colocarse sobre el terreno fue un punto que generó una cierta preocupación en el equipo de proyecto que intervino en el desarrollo de la propuesta. Buscando un mínimo impacto se optó por realizar una estructura en pirámide invertida formada por cuatro pilares que sustentan el tramo elíptico de la construcción y que sólo se apoyan en un punto en el terreno, lo que minimiza el contacto. Con unos pequeños muros de contención que permiten el apoyo de los tramos rectos y un pilar situado en el cruce central se asegura la estructura del mirador con un impacto mínimo sobre el entorno.
Se pretendía que la factura final de la obra fuera muy buena, por lo que, salvo la cimentación y los muretes de contención, se decidió que el resto del montaje se realizara en un taller metálico especializado en estructuras de una cierta complejidad. Una vez terminado el trabajo de taller se procedió a llevar las piezas a las inmediaciones del futuro mirador, donde se ensambló con la ayuda de un camión grúa de gran capacidad de carga que facilitó la colocación del mirador en unas pocas horas.