Ubicado a tres horas del centro urbano más cercano, el hotel se diseñó bajo la condición autoimpuesta por los arquitectos de esconderse ante el imponente paisaje, de no interrumpir el majestuoso escenario de las Torres del Paine con la permanencia de un edificio disruptivo.
El proyecto, compuesto por doce habitaciones más áreas comunes, se resuelve con una serie de cabañas palafíticas aisladas y dispersas en el bosque. La estructura es una trama con módulos de un metro de ancho que se deja visible al exterior.
Para los cerramientos se usó madera de lenga, nativa de la zona que con el tiempo adquiririá un tono platinado que se sumará a la cuidadosa elección de la ubicación de cada cabaña y se mimetizará con el paisaje al desmaterializar la construcción. El uso de tecnología y mano de obra local fue una de las premisas básicas de diseño.
Para disminuir el margen de error y la sofisticación constructiva, la mayor parte de las piezas que componen el hotel fue prefabricada y trasladada al sitio. Lo primordial en el diseño de estas piezas aisladas y elevadas para combatir las inclemencias climáticas fue su incorporación al paisaje de manera silente, una serie de objetos pensados para albergar sólo a aquellos que buscan disfrutar de la imponente naturaleza patagónica.