Se trata de resucitar una vivienda entre medianeras con más de 100 años de antigüedad y en estado de abandono.
La casa se sitúa en el barrio del Cabanyal de Valencia. Un barrio histórico de pescadores, que desde la orilla del mar se extiende tierra adentro en forma de retícula ordenada. La parcela es la unidad mínima en dicho orden, de forma rectangular, estrecha y profunda. Y la casa se pega a la calle, dejando un patio espléndido en su fondo.
La casa es única. Conserva sus muros de ladrillo macizo y sus vigas y viguetas de madera en buen estado. Esto nos hace pensar en su valor. El valor de lo ejecutado de esa manera artesana y de la calidad de los materiales bien seleccionados y manufacturados.
De modo que la acción principal es consolidar la envolvente, y la estructura horizontal y las cubiertas. Desnudar, desmontar, reforzar son las acciones básicas. Y en ese proceso se vacía el continente y se reduce todo a un esqueleto con el interior diáfano.
La casa es para una pareja joven con dos gemelos. Ya son vecinos del barrio, y saben de la necesidad de mantener aspectos intrínsecos del propio edificio. Saben que necesitamos resolver las humedades, potenciar las ventilaciones cruzadas, que necesitamos el sol de invierno y que huiremos del sol de poniente.
Entonces, el proyecto se concentra en dar diafanidad en planta baja, mientras que se retuerce en planta primera para incluir todo el programa solicitado.
En planta baja se busca conectar dos fachadas opuestas, desde la calle al patio interior, desplazando todo el programa compartimentador al lado de la escalera existente. De este modo se construye un único espacio interior que conecta los espacios exteriores, generando un recorrido visual lógico desde el acceso hasta el patio.
En planta primera se aprovecha la gran altura libre existente para distribuir los espacios en vertical. Se crea un altillo para aumentar la superficie del dormitorio de los gemelos y la de almacenaje del dormitorio principal. Junto a este, como puesto vigía, se reconstruye una terraza que domina nuestro patio y el vacío que forma la unión de nuestro patio con todos los demás de la manzana.
La comunión entre clientes y arquitecto permite elegir la imperfección y aparente fragilidad del barro y la madera. En un momento en que se cuestiona al material imperfecto, al que precisa concentración en su fabricación y colocación en obra, al que va a pedir conservación a largo plazo; se decide seleccionarlo como respuesta humilde pero sincera con el lugar, con la propia casa.
La arcilla para la estructura mural, y para el tablero y las tejas curvas de la cubierta. Y para los pavimentos, que se extienden al exterior impasibles a las fronteras. La madera para las carpinterías, los muebles interiores y los muebles exteriores y mallorquinas. Y para los peldaños de la escalera y la formación de altillos.
Con todo esto, la intervención es capaz de concentrar las fuerzas en la manipulación de la casa y de lo existente, aliándose a su memoria y a su manera de ser, a sus texturas y su relación con la luz mediterránea que la acecha y envuelve. Y esta manipulación trata de transformar la casa en una versión mejorada de sí misma, llevada más lejos de lo previsto, para que perdure otro largo tiempo, esperando que el resto del barrio también lo haga con esos mismos valores que lo definen.