Casa Duraznos es el desenlace natural de conexiones orgánicas y fortuitas. Para comenzar, y considerando que es un contexto de ciudad, el terreno presenta una forma muy particular, permitiéndonos pensar y visualizar un proyecto sin fachada principal. El ingreso se convierte, así, en una experiencia de recorrido, que va degradando el ruido de la ciudad al silencio del hogar, un evento fenomenológico donde el primer contacto que el usuario tiene con la casa es a través de muros que lo guían y rodean para después sorprenderlo con un jardín.
En el terreno existe un Guamúchil. Desde el inicio, el diseño siempre se enfocó en mantener al árbol como actor principal dentro del proyecto. Se ideó un espacio abierto y permeable que permitiera al árbol seguir creciendo como si fuese una ruina contemporánea. Meses después, cuando los propietarios cambiaron, la casa debió alterarse, para adaptarse a nuevas necesidades. La encomienda ahora fue crecer el espacio, cuidando siempre que el árbol se conservara. El esquema de volúmenes fragmentados acomodó con facilidad el crecimiento, enriqueciendo la experiencia de la parte intervenida.
Siempre el sitio y el programa van a determinar el resultado del proyecto. En este caso, los clientes fueron otra parte esencial para el desarrollo del diseño, ya que tenían una intención de explorar los elementos de las haciendas de Yucatán, buscando lograr un lenguaje atemporal: una casa que, a modo de hacienda, se empieza a desfragmentar, con espacios a alturas distintas que permiten que cada área tenga su propia atmósfera. Con el proyecto, se recuerda cómo se estructuran estas haciendas utilizando el arco, la fuerza que tiene a nivel estructural y el peso que tiene la imagen del arco dentro de la memoria colectiva como vínculo inmediato con el pasado, reinterpretándolo con un material contemporáneo, como lo es el concreto. Los muros a su vez se visten de un estuco que remite al chukum, un tipo a base de resina de árbol utilizado en las haciendas yucatecas.
Todos estos elementos convergen en Casa Duraznos, donde la planta baja resulta en un juego de volúmenes que generan encuentros inesperados con el paisaje, mientras que la planta alta genera una experiencia más íntima y privada, dotando de luz indirecta y buscando sorprender con la vegetación. Encuentros similares a los que ocurren en Chiapas o en la Huasteca Potosina, distintas regiones tropicales del país, donde la humedad logra que aparezca vegetación en cualquier hueco disponible.