Casa Açucena es un lugar inmerso en la exuberante naturaleza de la Selva Atlántica, que incluye grandes árboles frondosos, follaje, arbustos, aves y animales salvajes. La Casa Açucena se inserta en una topografía desafiante, con una fuerte pendiente, característica de la región de Nova Lima, en Minas Gerais.
El proyecto responde a una lectura sensible del terreno, donde el primer contacto dictó la necesidad de mantener sus características naturales. El acto de mirar hacia arriba, desde el suelo hasta la copa de quince metros de los árboles fue decisivo para la creación de un concepto que abordase el reto de construir en un lugar con una topografía tan escarpada, manteniendo al mismo tiempo su entorno natural y proporcionando a los residentes la experiencia diaria de mirar hacia arriba y ver el cielo a través de las copas de los árboles.
La idea inicial era que la arquitectura debía amoldarse al terreno, y no al revés. La casa se eleva por encima del suelo, mientras que la vida animal y vegetal se desarrolla por debajo. El programa se configura como un equilibrio armonioso de arte y naturaleza, ocupando los espacios vacíos entre los árboles, sin eliminar ninguno ni alterar la topografía. Desde ese punto de partida, todas las decisiones de diseño se toman como respuestas para reforzar ese concepto.
La casa, de color blanco, sorprende a los que llegan, con sus pilares negros colocados al azar que se confunden con los troncos de los árboles. La casa parece flotar, con una planta fluida dictada por la ocupación del programa entre los árboles, y sus aberturas y pliegues en la losa, alcanzando la vista de las copas de los árboles y generando volumetría. La arquitectura se inserta armoniosamente junto a la vegetación natural, pero mantiene su presencia. La sorpresa y la novedad son valores inherentes al arte, y la Casa Açucena se presenta como una flor blanca en medio de la naturaleza.