La piedra arenisca de marés se funde con el paisaje de la costa mallorquina, entre pinos y encinas, para fundar cinco pabellones conectados a través de patios. Estos pabellones conforman Can Lis, una casa de descanso que Jorn Utzon proyectó en 1972 muy cerca de Caló de Sa Torre, una pequeña cala de aguas cristalinas al sureste de Mallorca.
Planta de Can Lis. © 2011 Utzon Fonden.
Los cinco pabellones se vuelcan al Mediterráneo. Can Lis –nombrada así en honor a la mujer de Utzon- es un homenaje al sol y al mar. Un complejo juego de orientaciones da forma a la casa, teniendo como hilo articulador las vistas al mar y el recorrido que marca el sol: el paso del tiempo. Los pabellones, que separan y albergan las actividades domésticas, están dispuestos de tal manera que se adaptan al terreno, y generan una serie de intersticios a modo de patios en los que se descompone la casa. Cada pabellón tiene su negativo, a su espacio cerrado se corresponde un espacio abierto, al cielo o al mar.
Can Lis al borde del Mediterráneo. Carlos Lanuza.
De la misma manera que cada pabellón tiene una orientación propia, cada ventana en los cinco pabellones tiene autonomía con respecto a las demás y en ella el paisaje se separa y enmarca. En contraposición a lo esperado del cliché de la arquitectura moderna: la pared acristalada; aquí Utzon segmenta el horizonte y selecciona aquello que será observado en lugar de intentar abarcarlo todo. Los homenajes y referencias son constantes. Nada más entrar a la casa nos encontramos una luna horadada en la pared que nos recibe al cruzar la puerta, a través de la cual podemos ver el mar, el horizonte. A partir de este momento la casa se desgaja en los patios y jardines que conectan sus rincones. La media luna también servirá para dar forma en planta al asiento en el pabellón de estar, orientado hacia las ventanas/marcos, así como al banco ubicado en el pabellón más alejado al norte.
Luna y horizonte, pared de recibimiento. Carlos Lanuza.
Patio contiguo al primer pabellón y acceso con luna al fondo. Carlos Lanuza.
Can Lis no es una casa típica, es una casa que nos replantea la manera cómo se vive la domesticidad, que nos obliga a “salir” –literalmente- de cada zona para entrar a otra. El corredor que comunica todos los usos es completamente exterior, está a la intemperie, y la casa nos arroja ahí cada vez que hacemos algo diferente: a la lluvia, al sol y al frío. Nos muestra el cielo y los árboles a cada paso, pero también se cierra en sí misma para la contemplación en cada pabellón. La piedra nos recuerda la isla, y el horizonte el infinito.
Pabellón/estar con vistas enmarcadas al Mediterráneo. Carlos Lanuza.
Esta casa mallorquina de Utzon se diferencia de todas sus predecesoras. Lejos queda la casa prefabricada proyectada en los inicios de su carrera, así como las casas pareadas en forma de L y sus generosos patios; por no hablar del gran proyecto de la Opera de Sidney. La utilización de materiales locales la liga a la costa mediterránea y sobre todo a Mallorca, la configuración de las estancias a través de patios, aulas y recintos nos evoca a la arquitectura clásica, y la utilización de un lenguaje atemporal en la conjugación de los elementos antes mencionados genera una obra arquitectónica que nos habla de la tradición a través de la modernidad.
Ventana/marco vista desde fuera. Carlos Lanuza.
Patio exterior y porche. Carlos Lanuza.
Agradecimientos especiales la Fundación Utzon y a Ryosuke Kita por permitirnos visitar Can Lis.