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¡Felices fiestas!
La obra de Shigeru Ban (Tokio, 1957) ha estado fuertemente asociada por su compromiso y ayuda en labores humanitarias en lugares afectados por el conflicto tales como Haití, Ruanda, Turquía o India; por la reivindicación del gusto por lo artesano y un original uso de materiales cotidianos pero poco usados en construcción. El cartón en forma de cilindro o los contenedores de carga portuarios, materiales generalmente destinados más a un aspecto de embalaje o transporte que a la construcción de espacios. En su primera incursión española, su trabajo llega en forma de un pabellón, pero lo recibe un país en crisis y cuya época de bonanza económica estuvo marcada por el ladrillo como material de construcción. Con este material se ejecutaron miles de viviendas a lo largo de la geografía española, en gran parte realizadas sin estimar las necesidades reales del mercado. Sin embargo, como durante muchos años, la demanda –y con esta la producción– de edificación no paraba de crecer y el ladrillo acabó por convertirse en una de las mayores formas de ingreso de capital del país y de muchas empresas en particular. El estallido de la burbuja no sólo afecto de manera directa a arquitectos y constructoras, sino que también lo hizo con múltiples empresas de materiales que, de repente, se encontraron con un enorme paro en la producción.
Curiosamente, el pabellón de Shigeru Ban, erigido en el jardín de la escuela de negocios Instituto de Empresa (IE), se encuentra financiado y promocionado desde aquellas mismas empresas de la construcción, mostrando un deseo de vincular las ideas y el discurso sobre sustentabilidad de la empresa con las del propio arquitecto. Una posible búsqueda de renovar la imagen de un sector como el de la construcción, tan mal parado con la crisis y que necesita alejarse de la imagen de especulación a la que ha acabado por asociarse con la crisis. A las empresas constructoras no parece quedarles otra necesidad que apostar por otras formas de producción alejadas del ladrillazo, asociándose a nuevas maneras de hacer, que reivindiquen un mejor e innovador uso de los materiales, de los tiempos de producción y de la calidad de la obra. Algo que en estos tiempos es más que digno de celebrar.
Este pabellón multiusos y temporal cuenta con una estructura de 173 tubos de papel unidos por juntas de madera que descansan sobre columnas de papel. Sin un claro uso definido, más que una propuesta exclusiva y necesaria para la institución educativa que la financia, parece buscar reivindicarse como una mirada hacia otras formas de hacer. Pese a su rápida ejecución –tardó 12 semanas en realizarse– reclama el aspecto artesanal a través de la utilización de mano de obra local, que ha ejecutado los tubos de cartón y las piezas de madera. Los encuentros entre ambos materiales muestran un gusto por la ejecución precisa del detalle. Al mismo tiempo, en la construcción y ejecución han participado estudiantes de arquitectura. Toda una lección a las nuevas generaciones.
El pabellón parece entonces mostrar una nueva forma de hacer las cosas: del ladrillo da paso al cartón, de la empresa a lo artesano. La velocidad en la construcción en la época pre-crisis, y que implicaba una mala ejecución, se sustituye ahora por el gusto de un tiempo lento y artesanal, donde se establece la necesidad de un trabajo bien hecho. Sólo es de esperar que las empresas participantes en su desarrollo no sólo busquen una promoción puntual de ‘arquitectura de marca-empresarial’ sino que adquieran la lección que supone esta obra para el futuro.
© Mar Agra
© Fernando Guerra