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16 febrero, 2018
por Pedro Hernández Martínez | Twitter: laperiferia | Instagram: laperiferia
Estados Unidos anunció el comienzo de los trabajos de su nueva casa en México. El futuro edificio de la Embajada estará ubicado en Polanco —en los terrenos que una vez alojaron la fábrica de Colgate, en una zona que, por otro lado y desde hace unos años, ha tenido una fuerte expansión inmobiliaria—; la construcción tendrá una extensión de más de tres campos de fútbol y buscará reforzar las relaciones diplomáticas, así como adaptar los espacios a nuevas necesidades.
Nada de lo dicho es sorpresa, EEUU ya llevaba años anunciando sus intenciones de traslado, lo que implicaba, también, abandonar su actual sede, localizada en el Paseo de la Reforma, muy cerca de otras, como las de Londres o la de Japón.
Construido en los años 60 del siglo pasado, el viejo edificio fue, en su momento, la segunda sede diplomática estadounidense más grande del mundo, con un diseño realizado por Southwestern Architects, con la colaboración del ingeniero Leonardo Zeevaert, quien, como hiciera en la Torre Latino, se encargó de realizar una innovadora cimentación flotante que debía permitir la resistencia del edificio ante la acción telúrica de la zona.
Ejecutado con mano de obra local —la constructora fue la mexicana Marhnos—, el edificio formó parte de un programa lanzado por aquel país de construcción de nuevas embajadas y consulados que, en su simbolismo, representaran ciertos valores. Uno de los más importantes era la abertura: los inmuebles debían ser accesibles. Arcadas en planta baja, plazas, patios interiores y otros elementos similares tuvieron presencia en muchos de los proyectos que, por aquella misma época, EEUU comenzó a construir por todo el mundo. En ese entonces, el gobierno federal solicitó distintos diseños a arquitectos como Walter Gropius, José Luis Sert, Marcel Breuer, Eero Saarinen, SOM, Minoru Yamasaki o The Architects Collaborative, cuyos trabajos debían afianzar la imagen de EEUU después de la Segunda Guerra Mundial.
Siguiendo aquel programa, el Departamento de Estado lanzó hace pocos años el proyecto Design Excellence (Excelencia en el diseño) —rebautizado después como Excellence in Diplomatic Facilities (Excelencia en infraestructuras diplomáticas)— bajo el cual se han anunciado el desarrollo de nuevos edificios realizados por importantes estudios de arquitectura de ese país: Thom Mayne, Studio Gang, Tod Williams y Billie Tsien o Brad Cloepfil, entre otros. La diferencia, ahora, y al revisar los proyectos, es que parece una apuesta menos urbana —las propuestas no están tanto en la ciudad sino que crean su propio espacio, con varios servicios en una zona delimitada y cerrada—, así como un mejor control de acceso —edificios más cerrados, por tanto— y una imagen nueva —que establecen una nueva comunicación al entorno y al país donde se ubique.
La primera en ver la luz —que si bien es previa al programa de expansión se enmarca en él— ha sido la de Londres, que sustituye a un proyecto de Saarinen —uno de sus diseños más famosos—, y se traslada a un cubo de cristal afilado —¿será una especie mensaje de la política hoy?— apoyado, parcialmente, sobre un lago, como si de una construcción medieval se tratara.
Son nuevos tiempos, marcados desde hace décadas por ataques terroristas a esos edificios —recordemos los atentados de Beirut, Kenia o Tanzania—, que han puesto de relieve como aquella visión de accesibilidad y transparencia hace tiempo que ha fracasado. Ello obligó a replantear los proyectos originales. Una muestra de ello lo da el viejo edificio de la Ciudad de México: completamente cerrado con una valla, ejecutada posteriormente, y con la presencia de distintos elementos de seguridad colocados de forma improvisada tanto sobre calles adyacentes como sobre los jardines cercanos del Paseo de la Reforma, que intentan corregir las previas intenciones del diseño para adaptar la burocracia, quizá, a un mundo más hostil.
El programa de los 60 debía adaptarse, al tiempo que tenía que dar respuesta a otro programa surgido en 2002 —post-11S, pues—, realizado de forma improvisada y que respondía al nombre de Diseño de Embajadas Estándar: un modelo arquitectónico replicable —en realidad tres: pequeño, mediano y grande— que se podía construir en cualquier en cualquier lugar y de forma rápida. Ausentes de identidad propia, esta propuesta acabaría pronto por ser cuestionada por los propios diplomáticos: dificultaba los procesos como la integración —torpemente famoso en el caso de Bagdad: un edificio rodeado con una fuerte estructura blindada que relegaba el bello diseño de Sert a una ruina casi olvidada.
Ese aspecto frío es sustituido hoy por “una representación de lo mejor de la cultura estadounidense” en arquitectura, al tiempo que se integran, suponemos, nuevos valores sociales. Por ello, la Embajada de EEUU en la Ciudad de México disfrutará de una nueva sede, con un proyecto realizado por Tod Williams Billie Tsien Architects y Davis Brody Bond Joint Venture, arquitectos de Nueva York, y cuya construcción, que durará hasta 2022, estará a cargo Caddell Construction. El edificio, aseguran desde la oficina diplomática, tendrá en su prioridad la seguridad y la eficiencia energética (reciclaje de agua, orientación, consumo), con una arquitectura pretende aunar la tradición mexicana con la modernidad; contará con un gran patio central cubierto que “responde al estilo del vecindario residencial”. Se podrá disfrutar, también, de una colección permanente de artistas mexicanos y estadounidenses. Desde fuera, una serie de volúmenes, de aspecto claro, duro y hermético, recibirá al visitante.
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