Hugo González Jiménez (1957–2021)
Hugo González Jiménez nació en Guadalajara en 1957. Se inscribió en la Escuela de Arquitectura del Iteso hacia 1975 y [...]
6 octubre, 2019
por Juan Palomar Verea
El movimiento moderno, en sus principales matrices, condujo a una acentuada objetualización de la arquitectura. Esto es, cada problema concebido como un objeto más menos ideal para “resolver” el problema del cliente, sustentado en un limitado predio y sujeto a unas cuantas regulaciones oficiales. De allí a las fotos canónicas de las obras de los grandes maestros, posadas sobre su emplazamiento como un jarrón en una repisa. A la larga, esta mentalidad que sigue siendo moneda corriente, amenaza dejar a la enorme mayoría de los arquitectos sin trabajo.
El territorio debiera ser enfocado en términos amplios. No simplemente como una ubicación geográfica y física, sino como el ámbito en el que múltiples factores se entrecruzan a distintos niveles y con diversos significados. Territorio humano, natural, económico y social, simbólico, poético… Solamente a través de la integración de todos estos factores sobre un plano tridimensional y complejo se podrá establecer el territorio sobre el que una arquitectura pertinente puede ser materializada.
¿Qué ha pasado y pasa con la gran mayoría de los emprendimientos arquitectónicos? Que lo que se busca, sobre todo, es el proceso más fácil para terminar teniendo otro jarrón en la repisa. Tres, cinco fotos, dos publicaciones en internet, tal vez una en ciertas revistas a la moda. Y es todo. Hay que seguir con el siguiente jarrón. Queda en el camino toda la complejidad de la vida, la carga significante que puede llegar a hacer de la arquitectura un arte. Pero, sobre todo, se va agostando cada vez más el campo de lo que se suele conocer como “arquitectura”.
Se sabe que nueve de cada diez edificaciones no son hechas por los arquitectos (si esto es una ventaja o no queda para otra discusión). El gremio es cada vez más prescindible, sus productos más banales e intercambiables, sujetos a modas y frivolidades. Sigue siendo una arquitectura objetual, jarrones para repisas. ¿Hay otra alternativa?
Una arquitectura que se haga cargo, plenamente, de su territorio en el sentido que arriba se apuntaba. Que sepa extraer sus claves y significaciones a través de una ardua, apasionante indagatoria sobre cómo es pertinente dar corporeidad a una solución integral. De lo más obvio a lo más etéreo y refinado: la arquitectura de a de veras no admite concesiones. El territorio, bien transitado, entendido, asumido, es el irreemplazable humus capaz de generar un organismo vivo y necesario: la nueva arquitectura.
Debería ser obligatorio, para todos los ejercicios escolares y profesionales, comenzar por establecer su territorio. Para ponernos básicos: en vez de dibujar un lote con sus colindancias dibujar —y después conocer a conciencia— un radio de tres manzanas a la redonda: casas, comercios, servicios, infraestructuras, historias y sucedidos, tradiciones y asuntos pendientes…y, sobre todo, extraer con lealtad la íntima y potente poesía de ese territorio que será la única clave válida para levantar algo que sirva, que valga la pena.
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