¿Un “tercer espacio”? 20 años de lugares arquitectónicos en MUTEK MX
Desde la Sala de Conciertos Tepecuícatl, en el norte de la Ciudad de México, hasta el Museo Anahuacalli, en el [...]
26 febrero, 2024
por Emmanuel Islas Herrera | Instagram: @_emmanuel_islas
El proyecto urbanístico The Line, impulsado por el príncipe Mohammed bin Salman, en Arabia Saudita, y que consiste en un edificio lineal de 170 km de largo, una imagen ilógica de la ciudad de un solo edificio.
La arquitectura, a pesar de lo que pudiera parecer desde afuera (y a veces en su propio interior), tiene una estrecha relación con los libros: como receptáculos de su historia, sus teorías y hasta sus ficciones; pasado, presente y futuro que pueden apreciarse en las dimensiones y volúmenes de la mancha tipográfica. Presentamos ahora, como parte de la producción editorial de Arquine 106 – Libros, este ensayo acerca de la lógica inmobiliaria que está transformando las ciudades como si un Sulkas Perkunas (personaje de Giovanni Papini caracterizado por ser un arquitecto diletante y visionario de la ciudad hecha de un solo edificio) en estado de desquiciamiento añadiera, sin ton ni son, pasajes nuevos a libros como la Ilíada, libretos de Shakespeare o las ensoñaciones de poetas como Jorge Cuesta y Salvador Novo.
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Un edificio más
Hace unos días nos invitaron a conocer un nuevo desarrollo inmobiliario sobre José María Vértiz, a media cuadra de Eugenia, en la Ciudad de México, con el fin de que invirtiéramos en las adecuaciones locativas para abrir un espacio destinado a la venta de alimentos y bebidas. Nos lo ofrecieron por “tan sólo” 30 mil pesos mensuales, más gastos de mantenimiento y, además, con la promesa de recuperar nuestra inversión desde el primer día.
Llegamos al amanecer, antes de las ocho, y nos estacionamos sobre la avenida, que aún era un gran monstruo aletargado en ambas direcciones. Frente al local, comentamos la muerte de las palmeras por cierta plaga. En abril de 2022 desenterraron la que vivió durante un siglo en la glorieta de, precisamente, la Palma. Los viveros de Coyoacán tienen las suyas, hoy amarillas. Qué curioso: a los árboles, cuando mueren, se les desentierra.
Local One es el nombre del desarrollo inmobiliario y antecede, por tanto, a Local Two, Three y los que sigan. La tirada de la empresa es construir conjuntos habitacionales para “personas de diferentes partes del mundo” y ser capaz de ofrecerles “la comodidad de desarrollar sus rutinas sin tener que abandonar el complejo”. ¿El tiraje de esta primera edición?: 45 departamentos “tipo estudio”, amueblados por GAIA.
A Bobi le dolió la cabeza tras ver los murales de arte urbano, según nos confesó después en la cafetería de enfrente; María casi se desmaya sobre el mosaico indefendible de la terraza. Yo no dejaba de pensar en un cuento de Papini, mientras que el promotor nos hablaba de sinergias, de expansión, del mercado creciente en la Narvarte. ¿Por qué, habiendo tantos imperios gastronómicos —como Ojo de Agua o Delirio—, pensaron en nosotros, que ni sabemos cocinar? Más aún: ¿bajo qué criterios asociaron nuestro proyecto al suyo?
Algo, en definitiva, hicimos mal.
Una ciudad en un edificio
Sulkas Perkunas es el protagonista del cuento “Novísimas ciudades”, de Giovanni Papini. Arquitecto diletante, y acaso delirante, diseña proyectos de ciudades enteras. Su poética es inapelable: “¿Imagina usted a un poeta moderno que quiere introducir un verso suyo en medio de un canto de la Ilíada o una escena de su invención a la mitad de un acto de Shakespeare? Y, sin embargo, lo que se pide a los arquitectos modernos, y que éstos bellacamente realizan, es un absurdo de ese género.”
Al multimillonario excéntrico Gog, protagonista de los cuentos de Papini, se le ofrecen varias opciones. Destaca una: la ciudad constituida por un solo edificio. Dice Perkunas: “Me di cuenta de que las viejas ciudades, creadas lentamente por culturas y épocas heterogéneas, eran ridículamente polítonas y, por mucho que se haga, irremediables. Ha llegado, según mi opinión, la era de la creación total y la ciudad diferenciada”.
Imagino a Sulkas Perkunas como un Antonio Averlino o un Francesc Eiximenis de nuestros tiempos, al que se le caen los pergaminos de su maletín, los tachonea, traza nuevos planos de una ciudad mágica. Averlino describió en 25 volúmenes la imaginaria Sforzinda (Trattato d’Architettura, 1464). Eiximenis también aportó el diseño de una ciudad ideal (Dotzè del Crestià, 1392) que resonaría, décadas después, en la utopía de Tomás Moro.
Sulkas Perkunas también podría ser el barón Haussmann, Le Corbusier, Frank Lloyd Wright. Su consigna es la misma: construir novísimas ciudades. Habría que desenterrar los cimientos, erigir la ciudad definitiva como se compone, desde cero, una sinfonía. Eso diría Perkunas. Qué curioso (parte 2): a los edificios, cuando mueren, también se les desentierra.
Parafraseando a Percy
“La poesía no es ningún poder que se ejerce de acuerdo con los designios de la voluntad. Ningún hombre puede decir: voy a componer una poesía”, decía Percy B. Shelley en su Defensa de la poesía.
Entonces, tal vez, ningún hombre puede decir que va a construir una ciudad. [1]
Otra de poetas… y campesinos
En la república de Platón los poetas no tienen cabida; en la ciudad de Eiximenis, los campesinos tampoco. Alguna vez escribió Rimbaud: “la mano en la pluma equivale a la mano en el arado”. ¿Coincidencia? Uno de los dos filósofos dijo de ellos: “Son bestiales y rústicos y orates y sin razón, y bestias fuertes maliciosas”.
En el centro de la Ciudad de México abundaban de esos a inicios del siglo XX: Villaurrutia, Novo, Gorostiza, Pellicer, y, antes de ellos, un tal López Velarde que, adelantado a su tiempo, trajo a cuestas su propia campiña sagrada: “Me contó el campanero esta mañana / que el año viene mal para los trigos. / Que Juan es novio de una prima hermana / rica y hermosa. Que murió Susana.” [“El campanero”]
Después de él, comenzó a llegar al naciente espacio urbano el campesinado mexiquense, poblano, tlaxcalteca, hidalguense. El lugar propio de las relaciones dejó de ser el orbe rural, la vida agrícola de donde el hombre robó el fuego y la técnica ancestral a sus antiguos dioses. La ciudad fue sitio del naciente progreso.
Entonces ocuparon las viviendas más accesibles: casonas, casitas, casuchas y hasta claustros transformados en vecindades. A muchos ya no les alcanzó para vivir en el centro y se asentaron en las periferias. Campesinos, maestros de historia y geografía, tahúres, pulidores de lápidas, colocadores de alfombras, electricistas: sospecho que ninguno contrató los servicios especializados de un arquitecto.
En aquel México de los 40, cada quien desarrolló y estabilizó su casa. Tal vez los agricultores, al salir de sus provincias, llevaron consigo la simple ciencia del centeno, la rosa primitiva, su tosca poética del mundo que desde siempre les dictó en secreto las claves de la argamasa, el amasijo y los adobes. Anónimos campesinos auto construyeron colonias enteras. (Quizá por eso Eiximenis sonó la alerta para excluirlos.)
Años después, durante la industrialización del México moderno, el antiguo campesinado trabajaba ya en las inmediaciones del ferrocarril de Cuernavaca, donde los empresarios asentaron algunas de las primeras fábricas: General Motors, Chrysler, General Tire. En tan sólo unas décadas (1940-1980), la población había crecido como en ningún otro momento de la historia nacional. En ese entonces, quizá la ciudad perteneció en uso a la clase trabajadora, que trazó, al andar, su propia geografía, su historia de clase.
Ciudad en blanco
Como pensaría Sulkas Perkunas, el crecimiento y la expansión de una ciudad ideal supone arrasar con lo existente. Los pobres primero.
A finales de los 50, el alcalde de la ciudad, Ernesto Uruchurtu, mandó a construir la prolongación Paseo de la Reforma, casi que influido por los grandes bulevares de Haussmann en París. Ah, los árboles escuetos, las grandes vidrieras iluminadas, “la foule que se agita bajo la luz caliente de los mecheros”. [2] ¡Y la nieve, claro, la nieve que cae como arrojada por un arpa telúrica!
El funcionario desarticuló con dicha obra una de las colonias más populares y típicas del centro, la Guerrero, que tan importante había sido para la reproducción de la identidad urbana en ciernes. Desde ese momento, algunos dicen que se acentuó un proceso de deterioro y abandono que luego se hizo evidente en otros barrios del centro. Con el paso del tiempo, la ciudad se volvió obsoleta.
Interesante la opinión de Bolívar Echeverría: en esos mismos años 50, la Ciudad de México recibió otro agravio mayor cuando sus gobernantes decidieron extirpar al centro su nervio intelectual y cultural, para congregarlo en un lugar retirado, que fue la Ciudad Universitaria. “Esa conexión íntima”, escribió Echeverría en uno de sus ensayos de Modernidad y blanquitud: que existía entre la vida intelectual y la del conjunto de la sociedad en el centro de la ciudad de México sufre un golpe definitivo cuando, cortada como con bisturí, la primera es trasladada y concentrada en el campus de la Ciudad Universitaria mientras la segunda queda abandonada culturalmente a la manipulación televisiva. Aparece una ruptura entre la ciudad y su alta cultura, su “intelectualidad”. [“El 68 mexicano y su ciudad”, 2010]
No sorprende que los años 70 fueran, en respuesta, un período de intensa actividad y protesta laboral, de organización de sindicatos estudiantiles, de un creciente despertar democrático tanto en áreas urbanas como en organizaciones campesinas. La Unión de Vecinos de la Colonia Guerrero tal vez reclamaba su derecho a una ciudad —una geografía, una historia de la clase obrera— que les había sido arrancada en aras del progreso.
En las décadas siguientes, debido al alto costo del suelo y las rentas, más de un millón de habitantes emigraron hacia Chimalhuacán, Ciudad Nezahualcóyotl, Valle de Chalco, Ixtapaluca. Aumentó, por supuesto, el tráfico. La desindustrialización causada por un nuevo modelo económico trajo consigo el cierre de General Motors, Chrysler, General Tire. Y solos, como las fábricas, también los edificios de uso habitacional.
La ciudad, de noche, quedaba vacía cuando los trabajadores regresaban a su casa GEO, o ARA, ciudad-dormitorio, Ciudad de la Igualdad Perfecta, que, dicho sea de paso, también aparece en el Gog de Papini: “Está formada por millares de casas absolutamente iguales: de la misma altura, del mismo estilo, del mismo color, con el mismo número de ventanas y cuartos.”
En fin. Cuando se es de imaginación corta, una ciudad en blanco es ideal para los ejercicios de baldía especulación.
La última de campesinos
No dejo de pensar en la casa de López Velarde y en el grupo de campesinos que quizá la construyó.
A Efraín Huerta un verso de Borges se la recordaba: “el patio de tierra y la parra, el zaguán y el aljibe”; y este, a su vez, lo llevaba a un verso de Discépolo: “Pobre mina que nació en un conventillo, / con los pisos de ladrillo, el aljibe y el parral”. Yo quisiera imaginarla con los ojos de Salvador Novo cuando describe la que habitó, de niño, en Jiménez (Chihuahua):
Nuestra casa era una de las más grandes. Tan holgada, en realidad, para los tres que la habitábamos que no estaba toda amueblada, ni visitábamos todos sus amplios cuartos sino cuando, por la noche, mi padre los recorría con una luz en la mano para cerciorarse de que estuvieran cerradas todas las ventanas y todas las puertas […] El patio central de la parte principal de la casa, al que daban todas las habitaciones, tenía un brocal de pozo cerca del comedor, y un jardincillo rústico, que prosperaba sin cuidado en aquel clima agradable y fecundo.
Sea como sea, sigue en pie.
En los altos círculos del poder político y económico se decidió que la ciudad crecería hacia lo alto y aprovecharía los “vacíos ociosos” que dejó el terremoto de 1985. La reconstrucción de la ciudad quedó en las manos, una vez más, del campesinado que, según algunas estimaciones, ascendió a 73 mil hombres. En año y medio construyeron casi 40 mil viviendas del mismo tipo y tamaño; rehabilitaron 7 mil más.
Imagino que uno de los campesinos dice, con la vista al cielo: “el año viene mal para los trigos”. Y otro le responde: “aguántate a las lluvias del verano”.
Sulkianas
—Equipada para albergar a pobres o ricos, la microvivienda incluye dos recámaras, sala, baño, cocina y área de servicio en tan sólo 22 metros.2 La única diferencia será la localización: unas, por supuesto, en exclusivas zonas céntricas de smart cities dotadas de infraestructura y servicios urbanos de punta; las otras, para qué decirlo.
“O la ciudad del novísimo Renacimiento, simétrica, conciliada con la euclidiana geometría, de clásicas proporciones, sin fallas ni fisuras ni pobres: una ‘ciudad compacta’ en una línea recta que se extiende auráticamente a lo largo de 120 kilómetros en el desierto árabe.
“O bien, si lo prefiere, una ciudad fantasma en China, para el sujeto nuevo del mañana…”
La última de poetas
De haber sido mexicano, seguro que a Jorge Cuesta lo hubiese incluido en la Antología de la poesía moderna mexicana (1928), que, por cierto, él y otros poetas discutieron en la calle República de Brasil número 42, en el centro histórico de la Ciudad de México. Sin embargo, nació chileno (y también así murió). Más aún, el poema que transcribo es de 1950, año en que Luis Buñuel presentó Los olvidados; tantito antes, Novo publicó Novísima grandeza mexicana (1946). Aunque no pareciera, hablaban de la misma ciudad. Sin más:
Cuando el hombre dejó las madrigueras
de la turbina, cuando desprendió
los brazos de la hoguera y decayeron
las entrañas del horno, cuando sacó los ojos
de la rueda y la luz vertiginosa
se detuvo en su círculo invisible,
de todos los poderes poderosos,
de los círculos puros de potencia,
de la energía sobrecogedora,
quedó un montón de inútiles aceros
y en las salas sin hombre, el aire viudo
el solitario aroma del aceite.
[Pablo Neruda, Canto general]
Qué curioso (parte 3): a un poeta, cuando muere, tal vez lo entierra un campesino.
Cada época tiene a su poeta. ¡Ah, y el frío ardiente que hacía!
Hace mucho tiempo
Tuve una amiga que, al parecer, buscaba una ciudad en un hombre.
Referencias
[1] Breve lista de hombres, y una mujer, que quizá se dijeron a sí mismos “voy a construir una ciudad”: Hernán Cortés, Rómulo, Antonio Averlino, Francesc Eiximenis, Rodrigo Sánchez de Arévalo, Alonso García Bravo, Georges-Eugène Haussmann, Le Corbusier, Oscar Niemeyer, Bernhard Förster y Elisabeth Förster-Nietzsche, Vitrubio, Ahmed Shah I, Josep Lluís Sert, Frank Lloyd Wright, Mohammed ben Salman, Sulkas Perkunas…
[2] Esta referencia pertenece a una reseña publicada en 1902 en Revista Moderna, citada por José Mariano Leyva en su artículo “Terreno hostil. La ciudad de México a través de los ojos decadentes”. Compilado en Diario de campo, año 3, número 13 (2013), INAH.
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