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No quedarse con las ganas o caminar por Buenos Aires es como ir de cacería.

No quedarse con las ganas o caminar por Buenos Aires es como ir de cacería.

10 febrero, 2025
por Liana Vázquez

Maria Gainza es una escritora argentina que escribe sobre arte y sobre ella misma, que al final termina siendo lo mismo, si lo piensas a profundidad. María escribe hermoso y sin miedo (como debería escribir todo el mundo) y habla de la neblina y de su infancia, y de un pintor francés y de su abuela, y de un paraguayo que pintaba escenas de guerra y de Buenos Aires y del frío y de falsificadores de arte y de museos silenciosos y de un japonés que pintaba gatos.

El nervio óptico es un libro de cuentos, o de anécdotas según como se mire, en el que María habla de un ciervo pintado por Alfred de Dreux, ese pintor francés que en el siglo XIX pintaba escenas de caza e imponentes caballos; y de lo increíble que resulta que un cuadro así pueda representar con tanta exactitud la zozobra del abandono, la cercanía de la muerte, el dolor de saber que llega el final. Porque todo eso está en los ojos de ese ciervo del que María habla; ese ciervo que está expuesto en un museo en Buenos Aires y que permanece a mitad del olvido en una sala semioscura.

adhesivo contemporary es una galería ubicada en la colonia San Miguel Chapultepec acá en la Ciudad de México donde ayer, por una casualidad inevitable, me tropecé con Aurora, una exposición de Ángela Ferrari cuyos cuadros bien pudieran haber sido pintados en el siglo XVII o, como en efecto ha sido, en pleno siglo XXI (esta exposición terminó a finales de enero 2025). Al entrar a ese pequeño espacio me trasladé de inmediato al justo momento en que vi la pieza del ciervo De Dreux por primera vez. En estas pinturas volví a encontrarme con lienzos llenos de muerte y de miedo y la paradójica angustia de no poder dejar de mirarlos. Ferrari es poseedora de una técnica hermosa que sirve para camuflajear, al menos en una mirada rápida, lo que en esencia muestran sus cuadros. Los coloridos de las aves y de las flores ocultan, ¿realmente lo hacen?, la naturaleza cierta de lo que sucede en esos lienzos: estamos siendo testigos de una violenta cacería.

Me atrevería a suponer que la inspiración de Ferrari son las pinturas del siglo XVII europeo que representaban escenas de caza. Esas pinturas que buscaban ensalzar la masculinidad de los cazadores, hombres que se envalentonaban cabalgando mientras sus perros buscaban presas a las que luego disparaban como muestra de su arrojo y su superioridad frente a la naturaleza. Una batalla sin sentido, si me preguntan a mí. Pero qué sé yo de batallas o de miradas masculinas.

El hecho cierto es que las pinturas de Ferrari, grandes, medianas, pequeñas, llenas de animales en movimiento, de vegetación furiosa, de cielos rotos y tierras revueltas; aunque partieran de esa temática, no parecen ensalzar nada, al menos nada humano, creo más bien que son fruto de la búsqueda caprichosa de lo barroco. Porque si algo hay de sobra en esas pinturas es barroquismo. Las figuras parecen estar todas juntas en el espacio de la tela, como si no hubiera suficiente. Y en zonas puntuales del lienzo unas superficies de color que son cielos o que son aguas. Allí conviven pájaros, jabalíes, perros, flores, algún fruto, hojas, árboles, más aves. Pareciera la representación de algún absurdo bellísimo y ajeno a la mirada humana que podría corromperlo. Las piezas pequeñas, parecen salirse de la tela y en efecto lo hacen. Ferrari pinta hasta los bordes, las alas del pájaro o las frutas rojas que parecieran querer escapar. Estos lienzos están llenos de vida aunque podamos entender que forman parte de una instalación que habla de todo lo contrario. Y es que en esta exposición casi todo es paradójico.

En las pinturas de Ferrari hay mucho más que la representación de una muerte barroca o de un barroquismo mortal. Hay mucho más que un derroche de calidad académica a la hora de pintar. Hay denuncia a la violencia y hay burla a lo establecido, hay una forma de pintar otra, que también habla del ser mujer a pesar de la mirada masculina que intenta colocarnos en una manera establecida de ser. Y hay referencias a la vulnerabilidad de quien mira a otros ser cazados y no puede hacer nada más que voltear la mirada hacia un perro o una flor. Y hay una belleza delicada en esos lienzos, he ahí otra paradoja, porque qué delicadeza puede haber en escenas llenas de muerte y miedo.

María Gainza desde su nervio óptico me hizo volver a mirar (me). Yo ya no tenía ganas de escribir sobre arte, ni sobre exposiciones, ni sobre museos, y leyéndola esas ganas regresaron. Porque una escribe, de arte o de una, que al final termina siendo lo mismo, y otros quizás lean y de pronto, sin pensarlo les regresen las ganas de mirar.

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