Hugo González Jiménez (1957–2021)
Hugo González Jiménez nació en Guadalajara en 1957. Se inscribió en la Escuela de Arquitectura del Iteso hacia 1975 y [...]
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¡Felices fiestas!
30 marzo, 2020
por Juan Palomar Verea
El coche es una pandemia desde hace décadas. Ha contaminado el planeta, ha atropellado o matado a miles, ha engañado a millones de gentes haciéndoles creer que ellas son el coche: brilloso, carísimo, pretensioso, potentote y velozote. Y esos millones se han visto defraudados por el mismo coche: apesta, apachurra peatones y todo lo que encuentra a su paso, es muy caro de mantener, es desechable y por lo tanto su huella de carbono es estratosférica. Y ha destruido y sigue destruyendo pueblos y ciudades en todo el mundo.
Entre ellas a Guadalajara. Bien mirado, el coche es un virus, es la expresión inmediata del consumismo estúpido y rapaz. Podríamos perfectamente pasar de los coches. Simplemente, que se queden, de manera eléctrica, todos los vehículos indispensables. Dice indispensables. Si esto sucediera podríamos hacer con todos los coches una inmensa creación de land art en el lugar más apropiado. Y el monumento se vería desde la luna, como se dice falsamente que se ve la muralla china.
La muestra está, por estos días aciagos y agridulces, en las calles de nuestra ciudad. De repente recuperaron la prestancia, la belleza, la serenidad y la frescura de 1962. ¿Qué quiere decir que no haya coches en las calles? Que sus dueños se quedaron en su casa, y que podrían perfectamente ir a sus quehaceres en camión, tren ligero, bicicleta, taxi o uber. O mejor: caminando. ¿Por qué no pasa esto? Porque estamos infectados, intoxicados y atarantados por el virus automovilístico. El coche nos hace creer que somos los amos y señores de la ciudad, de sus banquetas y del menor resquicio donde quepa. Los tapatíos, si quisieran por casualidad ir a misa a catedral, tratarían de meterse con todo y coche por la nave central y estacionar su estramancia contra el altar mayor.
Evidentemente no es así de fácil. Pero Curitiba le demostró desde hace treinta años al mundo de que sí se puede, claro que se puede. Todavía vive el arquitecto Jaime Lerner quien fue el autor de esa pasmosa y muy esperanzadora transformación. Hay que volver a traerlo y volver a pedirle consejo. Pero ya. (Lo trajo entonces el arquitecto José Manuel Gómez Vázquez Aldana).
Este triste momento puede redimirse: cancelemos los coches, dejémoslos para ir al campo y cosas parecidas. Y serían de rigurosa renta. Recuperemos Guadalajara. Ojalá el gobierno del Estado, aparte del problemón que tiene enfrente, aproveche esta oportunidad irrepetible para echar a andar estas ideas. Así como el gobierno pasado se animó a cerrar dos kilómetros y medio de la principal calle de la ciudad —hasta entonces asquerosa e irrespetuosa hasta con catedral— y logró hacer el Paseo Alcalde.
Y por lo pronto vamos cerrando Vallarta y haciendo allí el Paseo Vallarta. Desde la Calzada hasta la Minerva. No pasaría gran cosa, como tampoco pasó con el Paseo Alcalde (independientemente del túnel de abajo y todo eso). Ya está la valiosísima experiencia norte- sur. Ahora hay que hacer la oriente-poniente.
Animémonos: nomás se vive esta vez. Nomás podemos trascender y dejar una ciudad mejor para los hijos y los nietos de sus hijos esta precisa vez. Que el Paseo Vallarta sea un homenaje a la ciudad más bonita posible (la de 1962 y la del 2050), y una recuperación de nuestra dignidad y nuestro oxígeno y nuestro clima y nuestra sombra, de nuestra belleza y nuestra dignidad. Ojalá algún gobernador con arrestos se animara. Hay excelentes urbanistas aquí que le podrían ayudar y decir cómo hacerle. Vamos viendo.
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