21 septiembre, 2016
por Arquine
por Naki B. Mendoza
Traducción: Christian Mendoza
Publicado originalmente en Devex.
Agradecimientos de la publicación: Alejandro Echeverri
A los fanáticos de Netflix, el popular servicio de streaming, se les anunció que la nueva temporada de “Narcos” daría inicio. La exitosa serie narra el destructivo juego “gato-persigue-ratón” entre Colombia y las autoridades de Estados Unidos para desmantelar los carteles colombianos, encarnados en su villano más vil, Pablo Escobar. Las décadas que se atravesaron durante la guerra contra las drogas pusieron al país en el borde de ser un estado fallido.
La popularidad del programa se da, en parte, por el cambio radical que Colombia dio desde los 90. Crimen, violencia de pandillas y el narcotráfico continúan siendo temas importantes como en cualquier otra región en vías de desarrollo. Pero el progreso social y económico de los últimos 20 años ha puesto a Colombia en mejores condiciones.
Medellín, la segunda ciudad más grande de Colombia, a menudo funciona como el foco de este renacimiento. La que fuera la casa de Escobar y la base de sus operaciones –la zona cero para la guerra de Colombia-, actualmente experimenta una continua reconstrucción.
La ciudad ha construido un mejor sistema legislativo, desarrollando sus tecnologías, a la par de garantizar mayores seguridades domésticas. Con esto, se han ido diluyendo de una manera más eficaz los carteles, las pandillas y los guerrilleros. El homicidio en Medellín ha decrecido 20 veces desde 1991 y los asesinatos van en un 95 por ciento menos per capita de lo que estaban hace 25 años. Un factor importante para estos logros ha sido la planeación urbana dirigida a empoderar a los ciudadanos. Los alcaldes han puesto en marcha varios proyectos municipales que promueven una mayor inclusión social a través de diseño urbanístico y planeación arquitectónica –un proceso que ahora describimos como “urbanismo social”.
Medellín es la casa de las mundialmente famosas escaleras eléctricas y teleféricos que conectan barrios de bajos recursos con los nodos centrales de la ciudad, empoderando al ciudadano ampliando sus posibilidades de movilidad. Parques, bibliotecas y zócalos han sido reformados para proveer arraigo e inclusión en los espacios públicos urbanos.
Este conjunto de iniciativas han hecho que Medellín reciba reconocimiento internacional. En 2009, Medellín ganó el Curry Stone Desing Prize –un premio anual para la excelencia e innovación en el diseño humanitario. En 2012, Urban Land Institute, una organización internacional sin fines de lucro, nombró a Medellín “Ciudad Innovadora del Año”. Y antes, ese mismo año, también recibió el prestigioso Lee Kuan Yew World City Prize, nombrado así por el primer ministro de Singapur, quien promovió el diseño urbano sustentable.
El “Modelo Medellín” obtendrá igualmente mucha atención en la tercera edición del congreso Habitat, organizado por la ONU, en el que líderes mundiales trazarán una “Nueva Agenda Urbana”, sostenida en políticas y estrategias para el desarrollo urbano sustentable. Uno de los temas principales de este congreso será las sociedades incluyentes. Con más de la mitad de la población urbana habitando regiones urbanas por su vitalidad económica, las ciudades también han provocado el ascenso de rígidas desigualdades. Muchos representantes municipales desarrollarán su acercamiento a Medellín para reducir la violencia y promover la inclusión.
“Pero no usen el término para describir Medellín”, dice uno de los principales catalizadores del renacimiento de Medellín, para después plantear que no puede existir un plan maestro que pueda replicarse en distintos puntos, simplificando el diálogo y los procesos multifacéticos que son únicos para cada ciudad, y que además, durante su aplicación, experimentaron diversas intervenciones municipales. Llamar a una ciudad “modelo” puede ser un poco prematuro ya que los mismos problemas continúan afectando a Medellín.
Aunque hay mucho que aprender de Medellín y sus iniciativas para promover la inclusión a través del desarrollo urbano.
Devex charló con Alejandro Echeverri, el director de proyectos urbanos que trabajó bajo el mando de Sergio Fajardo, el alcalde de Medellín que cubrió el periodo 2004-2007. Se habló sobre las lecciones y las muchas vías que puede tomar una experiencia urbana. La administración de Fajardo está ampliamente reconocida por disparar la transformación urbana de Medellín, reconociéndose a Echeverri como uno de sus principales conductores. Aquí, algunos extractos de aquella conversación:
Describe el urbanismo social y cómo es que juega un papel tan central en el desarrollo de Medellín.
Es importante saber que Medellín tiene una combinación muy compleja de extrema pobreza y violencia. Como resultado, tenemos una tragedia terrible en esta ciudad. Por lo que la cuestión es hacer políticas más inclusivas, o programas y procesos que puedan cerrar la brecha entre las calles y la ciudadanía. También se trata de ver cómo los espacios públicos y la transformación urbana pueden ayudar a resolver ese reto. ¿Cómo escribir una nueva narrativa, una nueva historia de los problemas sociales de la ciudad, y mejorar la calidad de la vida de los ciudadanos?
El urbanismo social busca construir una percepción mucho más holística para desarrollar una transformación física enfocada a los espacios públicos, recuperando la confianza en los espacios públicos y promoviendo la transparencia. Al mismo tiempo, pretende incluir diferentes estrategias educativas, culturales y de participación comunitarias. De ninguna manera hemos resuelto todos los problemas de Medellín, en donde todavía hay problemas estructurales, pero creo que su historia comienza a ser diferente de lo que era.
¿Cuáles son los primeros pasos para conectar la visión del socialismo urbano con acciones concretas del desarrollo urbano? ¿Cómo poner las ruedas a caminar?
Tienes que ser muy estratégico seleccionando dónde y qué quieres trabajar, porque es imposible resolver todos los problemas de una municipalidad. Puedes enfocarte, a lo mucho, en dos de tres asuntos.
La preocupación principal fue con el transporte público y los lugares donde están los teleféricos. En ese entonces, la ciudad estaba construyendo un nuevo sistema de transporte público, y la idea que teníamos era integrar el sistema de los teleféricos con el del metro, primordialmente a través del teleférico del noroeste de la ciudad. Resolvimos que esta era un área de alto impacto, siendo el lugar en el que los narcos y Pablo Escobar alguna vez operaron y que estuvo mermado por la violencia y la economía informal.
Pensamos cómo desarrollar una intervención mucho más holística con los teleféricos, basándonos en el impacto que tienen en la vida común de las personas. ¿Cómo podemos recuperar los espacios públicos, las calles de los vecindarios pequeños y las escaleras para mejorar la vida cotidiana? Por ejemplo, haciendo más fácil el tránsito que hacen las madres con sus hijos camino a la escuela. ¿Cómo podemos optimizar esa condición añadiendo mayores componentes infraestructurales y sistemas de transporte? Las prioridades fueron los barrios. Queríamos enfocarnos pragmáticamente en áreas específicas y aplicar intervenciones holísticas que combinaran transporte público, nuevos espacios públicos, vivienda y nuevos servicios de educación y cultura.
El verdadero objetivo fue reconciliar el sistema con su comunidad, y la infraestructura fue una de las herramientas. ¿Cómo los espacios públicos permiten recuperar la confianza de la gente en términos de usos urbanos? En Medellín, la violencia provoca problemas estructurales. Perdimos la confianza en cómo podemos usar las calles. No podías cruzar de un barrio a otro después de las cinco de la tarde, porque aquellos territorios pertenecían a las milicias. Pero no puedes transformar la ciudad con nuevas intervenciones y acciones simples. Si multiplicas e interconectas aquellas acciones con la vida común de la gente a través de servicios de alta calidad como escuelas, bibliotecas y parques, cambiarás la manera en que la gente transita por sus barrios. La idea fue transformar la relación de la gente, de la sociedad en sí, para recuperar su confianza en su calidad de vida urbana. Para eso, la arquitectura ayuda demasiado.
Los teleféricos de Medellín y las escaleras eléctricas de la ciudad son las representaciones más inmediatas de la transformación. Además de esos sistemas, ¿qué otras cosas deberían observarse?
La clave de Medellín es la intervención integral. Si vas a las escaleras o tomas los teleféricos y experimentas cómo ayudan a la comunidad, podrías ver muy fácilmente que la característica más importante es la relación entre los teleféricos y la escuela, que se encuentra 100 metros más allá de la estación; o el centro de emprendedores, que igualmente se encuentra a 100 metros; o la librería, que está a 150, o la calle que fue completamente transformada con la estación.
El diseño de la ciudad fue hecho bajo la lógica de conectar una intervención sistémica con otra, no solo a nivel físico, pero también programático, y también para que formara parte del bien común de la comunidad. Así que no puedes contar la historia de Medellín únicamente con un edificio o con un teleférico. Es más complejo.
Me gusta usar la palabra proximidad. Desarrollar una conversación mucho más cercana con la comunidad y sus necesidades. No se trata de una renovación urbana. Una renovación significaría borrar todo y construir nuevas cosas. Buscamos comprometer a la comunidad con una infraestructura ya existente y, cuando se necesite, mejorar las cosas con nuevas intervenciones.
¿Cómo puedes desarrollar una sensibilidad especial con la infraestructura por la que transita la vida cotidiana? Una tragedia de la transformación urbana y de las políticas públicas es que los expertos políticos, a menudo, están alejados de las realidades, necesidades y condiciones de la comunidad. Debes combinar nuevos sueños, nuevas visiones estratégicas que conecten con la comunidad. Así que los teleféricos y las nuevas bibliotecas pertenecen a una visión estratégica, que funciona en torno a una agenda bastante densa sobre infraestructura y servicios.
¿Alguna vez se cansa de escuchar las historias de éxito sobre Medellín?
No me gusta la palabra “modelo”. Hablar de modelos es muy peligroso porque simplifica las cosas, usando una imagen por demás simple de los procesos utilizados. Medellín podría enseñar mucho si entiendes cuáles fueron los procesos que se llevaron a cabo: la comunicación y los diálogos que se produjeron para generar acuerdos que después se volvieron proyectos e infraestructura, programas que fueron combinados en la ciudad a diferentes escalas.
El problema que tenemos en nuestras ciudades es la fragilidad de las políticas y la falta de continuidad en las mismas. En Medellín el reto es enorme, y soy optimista porque hemos empezado a resolver esos problemas. Hemos comenzado a hacer las preguntas correctas, pero tenemos un largo camino que recorrer.
La ciudad aún tiene enormes desigualdades. Aún conservamos altos índices de violencia en muchas regiones.
Tenemos un grave problema con la vivienda. ¿Cómo aplicar proyectos de vivienda a larga escala? ¿Cómo podemos incrementar y mejorar al sistema de transporte público en la ciudad? Hay una cantidad enorme de economía informal, asentada en áreas de riesgo. Necesitamos estabilizar y relocalizar a esas familias. Y desarrollar un proyecto de ciudad más sustentable, construyendo corredores verdes y más opciones de transporte.
Actualmente, somos optimistas con que el espíritu de nuestra ciudad es diferente, pero estamos muy lejos de haber resuelto todos los problemas.
¿Cuáles son tus principales expectativas para Habitat III cuando tantas ciudades, probablemente, buscarán a Medellín para un consejo?
El asunto más importante es conectar con la gente. No es un concepto fuera de lo ordinario. Pero el problema es que la mayoría de las políticas públicas y programas urbanos están buscando otros objetivos. Creo que la transformación de las ciudades debe ocurrir con la gente y para la gente. En ese sentido, considero que formar agendas que establezcan acciones pequeñas, que mantengan una relación entre ellas, pueden transformar a las sociedades. No creo en los grandes proyectos como grandes infraestructuras que puedan conectar con realidades comunitarias. Desafortunadamente, muchos gobiernos y la UN-Habitat piensan en grandes políticas y en grandes acciones como la única manera de transformar sociedades. En verdad, espero que se aborde la escala que puede tener la conexión con la gente para así poder desarrollar otras agendas.