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No hay rasgo alguno que pueda adivinar en ella.

No hay rasgo alguno que pueda adivinar en ella.

24 julio, 2025
por Liana Vázquez

En mi Museo favorito de La Habana hay una mano hecha de papel amate, ramas, espejuelos, cera y arena. Es una escultura de Juan Francisco Elso (Cuba, 1956-1988) que se llama La mano creadora (1988) y me conmueve profundamente como todo lo que rodea a este artista que murió en sus treintas dejando inconclusa la que habría sido, casi con certeza, una de las carreras más brillantes del arte cubano contemporáneo. Estudiar a Elso me hizo adentrarme en una historia profunda y hermosa: la de Cuba siendo parte de un todo latinoafroamericano. Algún ensayo hice sobre su obra mientras estudiaba, algunos dibujos suyos encontré en una colección que estudié unos años antes de irme definitivamente de Cuba y la imagen de su José Martí lleno de tierra caminando descalzo me acompaña inevitablemente en este lado del mar. Sin embargo, no voy a hablar de Cuba, ni de arte cubano, ni de Elso. Hoy voy a hablar de una mujer.

Yo no sabía que el hacedor de La mano creadora había estado casado con una artista mexicana, (lo descubrí en un archivo al sur de la CDMX); y tampoco sabía que esa artista, Magali Lara (México, 1956), pasaría a ser una de mis obsesiones visuales más permanentes en este país. Nunca he escrito sobre ella, ni soy la más conocedora de su obra, pero en sus piezas he encontrado cosas y maneras que son mías aunque parezca paradójico. Quizás porque para ella, como para mí, el comienzo son las libretas, la escritura, el collage. Magali empieza en la superficie del papel escribiendo, dibujando, bocetando lo que va a ser la obra, el lienzo, el textil, la ventana. Tiene cientos de libretas en su estudio en Cuernavaca. Es la forma de organizar sus ideas aún sin saber qué saldrá, cuál será el desenlace.

En los 80s, Lara hablaba de su experiencia como mujer en un mundo donde era necesario visibilizar la identidad femenina (y feminista) a partir de la visión de las mujeres creadoras y no desde el matiz de la mirada masculina. Magali hacia arte desde la experiencia del cuerpo femenino. En Ventanas, por ejemplo, muestra fragmentos de su intimidad. Textos ¿Quién me dejó aquí? ¿Quién me dio estas tijeras? Sueño siempre en salir, una habitación, una cortina, un espejo, un retrato, un beso abandonado. Era la época de hablar con claridad, donde los gestos se tornaban discursos categóricos que ilustraban una postura política transparente, incendiaria, a veces. En esta época, Magali Lara, junto con muchas de las artistas mujeres que le fueron contemporáneas, hicieron un arte claramente político. Y digo claramente, porque no creo que su arte haya perdido el matiz político, sino que ahora su discurso se estructura desde una mirada, quizás más abstracta. O quizás lo abstracto no sea la mirada, sino el lenguaje. Lo que es un hecho es que en la actualidad el arte de Lara es un territorio en sí mismo. Es íntimo y transgrede los límites plásticos del espacio donde se muestra, si es que eso tiene algún sentido.

Sus obras se esparcen en el espacio. Se salen de la pared y ocupan el suelo, las ventanas, las esquinas. Hay colores, y figuras abstractas y líneas negras complejas que se entrelazan unas con otras; y hay texto. Mucho texto. Mi amor por ti es inmensoooooo. Ni siquiera pido que me digas la verdad. Y árboles. Muchos árboles. Y flores. Y muchas ramas. Actualmente en el MUAC una de sus exposiciones más ambiciosas puede visitarse. Cinco décadas en espiral es una retrospectiva donde la museografía te obliga a revisar la obra de la artista desde el presente y mirando al pasado, recorriendo la producción de Lara a través de la obra producida por la artista en las últimas cuatro décadas. Los murales que ‘abren’ la muestra, hechos de grafito, cubren grandes espacios de pared, mezclándose unos con otros, como si fueran manchas grises o ramajes absurdos que reverencian la idea de la repetición como lenguaje.

En alguna entrevista Lara habla de su obsesión con el paisaje. Desde el simple ejercicio de pintar un árbol, hasta vivir rodeada de un jardín que la acompaña. Y eso se nota en sus obras. El paisaje es una constante. Hasta en los interiores que pintaba en los 90s el paisaje aparece, en una esquina, en una ventana, como fragmento de algo que se arma en la memoria de la artista. En sus papeles, en sus lienzos, en sus murales, en sus objetos, en sus tapices o en sus libros de artista hay un interés evidente por ‘lo paisajístico’, pensado así, como concepto. También hay flores y hay hojas y hay árboles que no son árboles, y troncos que son referencias a la experiencia femenina.

Finalmente, hay vacío en lo que Magali pinta (o no pinta). Es extraño encontrar pinturas con tantos espacios en blanco, pero ella lo deja ser. Estar. Como si pintara el silencio pero de adentro hacia afuera. Y yo me pregunto si realmente ese vacío está vacío. O si será el remanente de una ausencia, de ese silencio que pinta. Si no será el espacio para observar (se), como si fuera un espejo. Así como el texto te interpela, también lo hace el vacío, obligándote a cuestionar lo que ves y lo que sientes, que es probablemente el verdadero objetivo.

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