Amoxtli in tlaquetilistli. Un libro sobre dos piedras y dos volúmenes sobre arquitectura
La arquitectura, a pesar de lo que pudiera parecer desde afuera (y a veces en su propio interior), tiene una [...]
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¡Felices fiestas!
4 mayo, 2021
por León Villegas
José María Velasco, Tezcotzinco.
La arquitectura de los pueblos originarios de América[1] pareciera no existir en los libros de historia de la arquitectura. Si acaso se le incluye como apéndice, se le suele tomar por curiosidad antropológica o se le caricaturiza presentándola como “arquitectura primitiva”. Las conquistas bélicas de las civilizaciones indígenas no sólo supusieron la destrucción física de sus sociedades y de su patrimonio material, implicaron también sus conquistas espirituales e intelectuales; lo que significó la invalidación de sus culturas y tecnologías, sus saberes y cosmovisiones, relegándolas a la categoría de pseudociencias. El legado del colonialismo pervive en la legitimación del conocimiento y la técnica únicamente desde lo occidental, negando inclusive la agencia constructora de los pueblos indígenas en sus propios territorios. Esta práctica, sistemática e insidiosa, resulta en la invisibilización no solo del conjunto de la obra colectiva, sino de los actores e ideólogos particulares que la instrumentaron. ¿Cómo es posible construir una cultura arquitectónica auténtica sin contar con referentes ideológicos nativos?
Los referentes históricos más citados en la gran mayoría de los discursos arquitectónicos —desde la academia[2] a la práctica teórica e investigativa— redundan en la reivindicación o negación de la tradición grecolatina con la figura de Marco Vitrubio Polión como piedra fundacional, repensada por los renacentistas Andrea Palladio y León Batista Alberti. Esta obra intelectual se presenta como el origen unívoco del pensamiento arquitectónico, formando parte de una narrativa mayor que promueve un progreso histórico lineal gestado desde occidente. En tiempos en los que este tipo de narrativas se encuentran en crisis debido a la confrontación de sus prácticas explotativas con la finitud de los recursos y territorios del planeta, es indispensable revisar los modelos autóctonos de gestión territorial, urbana y ambiental, en completa contraposición con el extractivismo occidental, y reconocer su relevancia y vigencia, tanto de su tradición urbano-arquitectónica colectiva como de las figuras que impulsaron su realización. En el caso de la civilización nahua, Nezahualcóyotl es el referente intelectual a destacar.
La historia del afamado rey poeta de Tezcoco: Acolmiztli Nezahualcóyotl (1402-1472), llega a nuestros tiempos con tintes de una épica Alejandrina, llena de peligros, intrigas, romance y hazañas militares que contribuyeron a la creación de su leyenda. Sus obras más célebres son una colección de cantares filosóficos —rescatados por la tradición oral— que versan, entre varios temas, sobre la fragilidad de la existencia humana y la angustia de vivir. Su obra material —arquitectónica y urbanística—, fue mayormente destruida durante la guerra de conquista y, posteriormente, fue presa de la ignominia del gobierno colonial que la condenó a la destrucción desde su instauración. En el siglo XVI, el obispo Juan de Zumárraga ejecutó un Damnatio Memoriae[3] sobre el mayor conjunto de la literatura y cultura nahuas, resguardadas principalmente en la arquitectura de la ciudad de Tezcoco y del señorío de Acolhuacan. Si alguna vez existió algún tratado de arquitectura nahua, seguramente pereció ahí.[4]
Las fuentes documentales atribuyen a Nezahualcóyotl la ordenanza de la construcción de palacios, jardines botánicos, templos, bibliotecas y universidades.[5] Estas obras, cuyos cimientos permanecen aún sepultados bajo el palimpsesto de la ciudad moderna y cuya piedra fue usada como cantera para la construcción de la arquitectura virreinal, significaron la materialización y puesta en vigor de una política que promovía la construcción de una cultura plural, con apertura a la diversidad de conocimiento y al intercambio. Si bien el señorío de Acolhuacan formaba parte de una entidad política mayor —La Triple Alianza— y compartía las prácticas culturales de los pueblos nahuas, la realización de estas obras civiles distinguió el carácter reformador del gobierno autónomo que encabezó Nezahualcóyotl durante 41 años y que tuvo continuidad ideológica en su sucesor: Nezahualpilli.
Durante su gobierno, Nezahualcóyotl colaboró con sus homólogos de la Triple Alianza en la planificación y realización de las obras de infraestructura hidráulica que permitieron el abastecimiento continuo de agua a la antigua Tenochtitlan, así como la regulación y gestión de los niveles de los lagos para proteger a la ciudad del latente peligro de inundación. La primera de estas obras, el dique o albarradón, realizada hacia 1449, constaba de un muro de piedra y mortero de 12 kilómetros de largo, que separaba las aguas dulces del poniente de las salobres del oriente, evitaba las inundaciones cuando el nivel del lago subía y mantenía los niveles del poniente en tiempos de seca al abrir las compuertas.[6] La segunda obra, finalizada en 1466,[7] fue el acueducto que encauzó las aguas del manantial de Chapultepec hacia Tenochtitlan, asegurando así el bienestar y desarrollo de la gran ciudad. La destrucción de ambas obras por los conquistadores jugó un papel fundamental en la caída de la ciudad mexica, facilitando el asalto de los bergantines por el oriente, como en la contaminación y cercenamiento del suministro de agua por el poniente.
Su mayor obra, pese a su abandono y saqueo, aún sobrevive. Se trata del conjunto monumental de Tetzcotzinco, un complejo arquitectónico enclavado en la roca de un cerro cónico al oriente de la cuenca, cerca de la antigua ciudad de Tezcoco. Su lenguaje arquitectónico se funde con la materialidad de la montaña y abreva de la tradición nahua de arquitectura labrada en piedra, de la que Malinalco es un notable ejemplo. Piscinas cilíndricas excavadas en la roca, escalinatas monolíticas, salones, plataformas y plazas componen un conjunto palaciego que se disuelve en el paisaje y desde donde se aprecia una de las mejores vistas hacia el antiguo lago y la ciudad. Su clara intención en la construcción de infraestructura se manifiesta en la edificación de un sistema de acueductos que recorre más de 6 kilómetros para abastecer no solamente a sus jardines privados, sino a las comunidades aledañas. Cabe destacar, además de la administración del trabajo comunitario que requirieron las obras de los acueductos de Tetzcotzinco y Chapultepec, los trabajos de ingeniería que requirieron de cálculo, trazo y nivelación del territorio para su ejecución, como lo ilustran los estudios del arqueólogo —recientemente fallecido Jeffrey R. Parsons.[8] Igualmente notable es la visión de Nezahualcóyotl respecto a la modificación del medio natural, desde la incorporación de especies para convertir de matorral a bosque el ecosistema primigenio de Chapultepec a la colección y cuidado de especies tropicales para la creación de los jardínes botánicos de Tetzcotzinco, acciones que en lugar de vulnerar y explotar los ecosistemas para su productividad, los diversifican y embellecen para el disfrute y aprovechamiento común.
Quizás nunca podremos conocer las ideas específicas que Nezahualcóyotl tenía sobre la arquitectura y la ciudad pero sus obras nos hablan de una visión más amplia de habitar en el mundo. El “esplendor compartido”, como lo llama Jose Luis Martínez,[9] es la base de esta ideología arquitectónica, que propone una existencia en simbiosis, situando a la humanidad dentro de un tiempo cíclico que comparte con el mundo natural. La revisión histórica de la figura de Nezahualcóyotl así como el cuestionamiento de sus acciones morales es necesaria y pertinente. De igual manera es pertinente la valoración de los saberes y tecnologías de los pueblos indígenas, sus tradiciones vivas, sus lenguas y, sobretodo, su gente, las personas que desde tiempos antiguos continúan imaginando alternativas de subsistencia y que ahora nos son tan necesarias para imaginar cómo sobrevivir. Al final, si a este mundo sólo hemos venido a morir, dejemos al menos flores, al menos cantos.[10]
Notas:
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La pérdida del paisaje y el entorno natural del Valle de México difícilmente pueden ser compensadas dados los fenómenos que [...]