Gobierno situado: habitar
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17 junio, 2016
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog
Empecemos con una piedra. Quizá no sea el elemento originario. Ni siquiera en los mitos que más bien ponen al principio fuerzas como el fuego o el océano, el cielo o la tierra, que se mueven y transforman. Al contrario de cambios constantes pero cíclicos —la noche que sigue al día, las estaciones, las mareas— o de otros que parecen irreversibles —la descomposición de la materia viva—, la piedra ha de haberse presentado a los ojos de los primeros hombres como algo que resiste. La piedra es. Y ser, no el cotidiano pero misterioso hecho que desvela a los filósofos sino el verbo, es el primer acto aunque tal vez aun no una acción: la piedra es aunque nadie —al menos nadie de este lado del mundo— la haya hecho: existe.
Así inicia la exposición Neo prehistoria: 100 verbos, presentada dentro de la XXI Trienal de Diseño de Milan, que regresa bajo el título Siglo XXI, el diseño después del diseño. Al cuidado de Andrea Branzi, fundador de Archizoom en los años 60, y Kenya Hara, director artístico de Muji, la exposición, en palabras del primero, “no sólo ilustra invenciones tecnológicas, de los pedernales prehistóricos a las más recientes tecnologías, sino también la eterna incertidumbre de nuestro trabajo, que sucede poco a poco, sin una consciencia clara de lo que será el futuro.” Para Hara, la evolución de nuestros instrumentos es la evolución de nuestros deseos, así como la extensión de nuestras capacidades resulta de la extensión de esos mismos deseos.
Entre el primer verbo, existir —que definen como creer que las cosas son, que el universo es, que la gente es— y el segundo, agarrar —sostener algo con los cinco dedos. La mano encuentra la piedra, la piedra encuentra la mano— pasa, tal vez, todo lo que nos hace humanos. La piedra que es se convierte, mediante modificaciones tan simples como complejos sus efectos, en hacha. Los primeros verbos están acompañados por piedras cada vez más trabajadas. El décimo es un dolmen, temer, y le sigue también una piedra, adorar, pero que representa una figura humana: otro salto incalculable. El decimocuarto verbo es cocer y el objeto que lo acompaña ya no es de piedra: es una vasija de terracota. Aparece el uso del fuego y se cocina no sólo la comida, también la tierra. Continúan, sin mencionar todos los verbos que siguen, con cultivar, almacenar y compartir, navegar y medir, contar y comprender, moverse, trabajar y contaminar. El verbo número 62 es aniquilar y el objeto que lo acompaña una máscara anti-gas. El 65 es desesperación, que va a la par con Little Boy, la bomba atómica que se lanzó sobre Hiroshima. Número 66: rendirse. 68: fascinar y un frasco de Chanel Nº 5. El 76, miles de años después que la piedra manipulada, consolidar: combinar muchas cosas en una; consolidar muchas cosas complicadas en una simple. El objeto que sugiere el verbo consolidar quizás ya no sea eso, un simple objeto más: la Macintosh producida hace poquísimo tiempo, en 1984 —ayer, en comparación no ya a la piedra sino a la Enciclopedia de Diderot, publicada en 1770 y que aparece con el número 50, justo a la mitad de la lista, con el verbo aprender. Es probable, sin embargo, que entre la enciclopedia de Diderot y la computadora de Jobs haya menos distancia, menos diferencias que entre la piedra tal cual existe y la primera que fue transformada para poderse manipular mejor. El lugar 83, comunicar, es para el Nokia 3210 y el 96, depender, para el iPhone 3GS. Entre ambos teléfonos se abre también una gran distancia, tanta que llamarle teléfono al segundo es impreciso. Sin embargo, tal vez el cambio de uno a otro no haya exigido menos sofisticación que el de la piedra al hacha.
La exposición de Branzi y Hara no quiere constituirse en una antropología ni propone un sistema de los objetos. Es, más bien, una especie de poema concreto hecha mediante una lista de verbos —como aquella de Richard Serra— que juegan con una serie de objetos que ilustran, según dice el catálogo de la muestra, la capacidad humana para evolucionar no sólo mediante la inteligencia sino también mediante la estupidez. Aunque aclaremos que se trata de la estupidez de los fines y no, tal vez, de los medios: tanta inteligencia se invirtió en la espada como en el arado, en la ametralladora como en la bicicleta. Será que, como anotó Walter Benjamin, no hay documento de civilización que no sea, al mismo tiempo, un documento de barbarie y viceversa.
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