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Nada es gratis en esta vida, dicen

Nada es gratis en esta vida, dicen

20 agosto, 2017
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog

El tema de la muestra de arquitectura de la Bienal de Venecia del 2018 —dirigida por las irlandesas Yvonne Farrell y Shelley McNamara, socias fundadoras de Grafton Architects— es Freespace que, según se puede leer en el sitio de la Bienal, “describe una generosidad de espíritu y un sentido de humanidad en el corazón de los objetivos de la arquitectura, enfocándose en la cualidad del espacio mismo.” El tema de una bienal nunca es de a gratis, dicen.

Free se puede traducir como gratuito, pero también como libre, suelto, generoso, desocupado. La raíz germánica de free es frija y significa amado, querido, amigo. Se aplicaba a los miembros libres del clan, aquellos que no eran esclavos. En el siglo XIII se empezó a usar para aquello que gozaba de libre movimiento, sin obstrucciones, como los animales salvajes. Free love, amor libre, se empezó a usar en inglés desde 1822. Además de generosidad de espíritu, Farrell y McNamara hablan de “la habilidad de la arquitectura para proveer dones (gifts) espaciales gratuitos (free) y adicionales a quienes la usan y de atender (address) los deseos (wishes) tácitos (unspoken) de los extraños.” Cada palabra valdría detenerse en sus sentidos e implicaciones, como el don, que según explicó Marcel Mauss, siempre conlleva una deuda, y lo que es gratis, palabra que viene de gracia, que tiene la misma raíz de agradecer y agradar. Así como el don nos pone en deuda, lo gratuito exige agradecimiento. Nada es gratis, pues.

Freespace, dicen Farrell y McNamara, “celebra la capacidad de la arquitectura para encontrar generosidad adicional e inesperada en cada proyecto —incluso en las condiciones más privadas, defensivas, exclusivas o comerciales.” Parece una respuesta optimista y acaso ingenua al Junkspace: los restos, las sobras, el residuo, “lo que queda después de que la modernización haya seguido su curso o, mas concretamente, lo que se coagula mientras la modernización está en marcha: su secuela,” según explicó Rem Koolhaas. El freespace, escriben Farrell y McNamara, “promueve nuevas maneras de ver el mundo, de inventar soluciones en las que la arquitectura aporta al bienestar y la dignidad de cada ciudadano en este frágil planeta.” El freespace “puede ser un espacio para la oportunidad, democrático, sin programa, libre para usos no concebidos.” Sucede, agregan, cuando “los edificios mismos encuentran maneras de compartir e involucrarse con la gente a lo largo del tiempo, incluso mucho después de que el arquitecto ha salido de escena.” No queda claro si el freespace es el poco, escaso espacio que queda libre de la presión del mercado, de normas de seguridad cada vez mayores en espacios públicos, de la vigilancia de sistemas de circuito cerrado y cuerpos de seguridad, o si implica maneras activas de cuestionar y subvertir esas condiciones. Es de suponer que varios de los participantes en la Bienal, sea en la muestra curada por Farrell y McNamara  o en las paralelas en diversos pabellones, cuestionarán los posibles sentidos que puede tener la idea de freespace. Aunque, por ahora, no en el caso del pabellón mexicano.

En el 2013 el INBA y el CNCA —hoy Secretaría de Cultura– convocaron —bajo presión pública, me parece— a un concurso para seleccionar quién estaría a cargo de la curaduría del pabellón en la Bienal del año siguiente. Para el 2016, decidieron no intentar mejorar las fallas de la primera e improvisada convocatoria y volver a la tradición: designar a los encargados. Un comité técnico repitió, sin mayor mediación, las ideas que planteaba Alejandro Aravena para su Bienal, Reportando desde el frente, y abrió una convocatoria para que se presentaran obras que se relacionaran con el tema. La lectura que hizo Pablo Landa, curador en esa ocasión, fue, por suerte, consistente. Ahora, para Freespace, el INBA y Cultura lo hacen de nuevo. En la “convocatoria a participar en la selección de trabajos,” para el 2018, las cerca de 800 palabras de la propuesta de Farrell y McNamara se reducen a menos de 80:

“Freespace se refiere a la generosidad, centrándose en la calidad del espacio mismo; a la aportación o regalo de un espacio libre adicional a los habitantes; a lo inesperado en cada proyecto independiente de las diversas restricciones. Al aprovechamiento de las virtudes de la naturaleza, la generación de una nueva forma de pensar, donde la arquitectura brinda bienestar y dignidad. A la posibilidad de imaginar el espacio libre de la memoria y el tiempo, uniendo pasado, presente y futuro.”

No se dan los nombres de ningún miembro del Comité técnico ni, por supuesto, del curador* y no sabemos si los “criterios de selección de las propuestas,” que el punto 7 de la convocatoria afirma se “determinarán” en algún momento, seguirán una lectura crítica desde o de los planteamientos de Farrell y McNamara. El segundo punto plantea esa visión propagandística de la que parece no puede escapar la cultura oficial en México:

“Las obras deberán celebrar la calidad y generosidad espacial en la arquitectura mexicana, sin importar su escala ni su condición pública, privada, exclusiva o restringida. Se busca revelar la diversidad, especificidad y continuidad en la arquitectura para conectar con el tiempo, la historia, el lugar y la gente.”

Habrá que suponer que el Comité técnico y el curador dan por hecho eso que hay que revelar. El primer punto de la convocatoria dice que “podrán inscribirse todos los arquitectos u oficinas de arquitectura que radiquen en México y hayan participado en proyectos de obras públicas o privadas realizadas en los últimos diez años y que respondan a los objetivos de la convocatoria realizada por la Dirección Artística de la Bienal de Venecia.” Así, además de no asumir ninguna responsabilidad en la interpretación de lo que pueda entenderse, desde México, hoy, como freespace —es decir: además de la ausencia total de curaduría— y de la confusa redacción del párrafo —¿para inscribirse hay que haber participado en el proyecto de obras realizadas o son las obras mismas las que se presentan?— el interés por “conectar” con el tiempo y la historia manifestado en el segundo punto se limita a diez años. ¿Por qué diez y no los 16 que lleva el siglo o los 107 desde el inicio de la Revolución o cinco o treinta y tres? En el último punto de la convocatoria se dice que “el material de las obras seleccionadas formará parte del material que se expondrá en el Pabellón de México en Venecia.” ¿A qué tipo de material se refiere la convocatoria? ¿Se está pensando ya en formatos, en dibujos o en fotografías, en videos o en modelos o en qué? Sí, en un punto se aclara que “las bases de participación se deberán solicitar al (anónimo) Secretario del Comité técnico” por correo electrónico, pero ¿por qué en una convocatoria pública no se publican las bases completas de participación?

Una Bienal como la de Venecia no es un concurso, aunque haya premios. Es un espacio en el que la exhibición de propuestas es consecuencia de planteamientos críticos. Un pabellón nacional, en una Bienal como la de Venecia, no es desde hace mucho un salón decimonónico donde se exhiben novedades u obras patrimoniales si no representan la manifestación de una serie de ideas. Una Bienal como la de Venecia no se trata ni de exhibicionismo ni de propaganda de estado, sino de la problematización de aquello que se piensa y se hace, en este caso en arquitectura, en el país y en el mundo. Por eso en varios países se convocan concursos para seleccionar a quienes proponen las ideas que estructuran la muestra —revisar, por ejemplo, cómo se hace en Chile, no le haría daño a los encargados del INBA en México. Y por eso no tiene sentido convocar para que se envíen obras y material sin tener claro qué se quiere contar y cómo. Sin profundizar e improvisando, los buenos resultados en Bienales como la de Venecia, cuando los haya, serán cuestión de suerte, no de estrategia. Un buen pabellón requiere de ideas y procesos claros y se beneficia de una participación abierta y razonada. Eso, sí, implica mucho trabajo. Pero ni modo, nada es gratis en esta vida, dicen.

*Tras la publicación de este texto el INBA dio a conocer los nombres de los miembros del Comité técnico, la curadora y el museógrafo y otra información que, finalmente, no ayuda en mucho ni a aclarar lo que se pide en la convocatoria ni, mucho menos, el procedimiento de selección.

 

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