Hugo González Jiménez (1957–2021)
Hugo González Jiménez nació en Guadalajara en 1957. Se inscribió en la Escuela de Arquitectura del Iteso hacia 1975 y [...]
27 abril, 2017
por Juan Palomar Verea
Mientras el transporte en auto particular se limita ya severamente en algunas ciudades, y se plantea en ellas con toda claridad lo inviable que resulta continuar la expansión y el mero uso de ese tipo de tráfico automotor, en Guadalajara continúa la inercia exactamente contraria. Cada día se inyectan al llamado “parque vehicular” centenares de nuevos coches.
El resultado es que, como se puede comprobar en decenas y decenas de vialidades y cruceros, el tráfico está ya colapsado, es decir, la capacidad vial se encuentra permanentemente rebasada. Los costos de tal circunstancia son enormes. Pero parte del problema es que las muy graves consecuencias de este hecho ni son contabilizadas ni resultan tangibles para la población. Pérdida de horas/hombre millonarias, contaminación acentuada, merma de la calidad de vida general.
La pregunta es: ¿cuándo se enfrentará con la debida contundencia esta situación? Solamente cuando existan las políticas oficiales, y las acciones concretas, para comenzar a revertir el cotidiano desastre. Y cuando la población, consciente de los daños, exija un cambio radical en su modelo de movilidad, y afronte los ajustes de hábitos necesarios.
La introducción de la Línea 3 del Tren Eléctrico Urbano es una medida que apunta hacia esos cambios. Sin embargo, el esfuerzo –enorme– de esa obra debería aprovecharse para impulsar una transformación mucho más profunda en los modos de transporte de una población lo más amplia posible. Miles y miles de viajes en auto particular, con todas las externalidades consecuentes, podrían ser eliminados si, simplemente, las infraestructuras más importantes de movilidad colectiva fueran plenamente aprovechadas: las tres líneas de Tren ligero que existirán y el Macrobús. Junto con ello, el efectivo reordenamiento de todo el sistema de autobuses urbanos que finalmente establezca un sistema racional y comprensible de este medio de transporte.
Junto con lo anterior, es necesario atraer al uso del transporte en bicicleta a todos los posibles usuarios de este eficiente medio de locomoción. Los importantes esfuerzos que significan la implantación del sistema de Mibici y la ampliación de la red de ciclovías deberán de fructificar con mucha mayor fuerza. Igualmente la simple marcha a pie. Gran cantidad de traslados caminando pueden cubrir, en los días normales, razonables y saludables trayectos que aliviarían las condiciones generales de la movilidad. Para ello se requiere romper, una vez más, la histórica inercia que ha desembocado en la noción de que transporte es igual a uso de vehículos de combustión interna. En París, Londres, Nueva York y muchas otras urbes es usual que muy numerosos ciudadanos destinen el tiempo de sus razonables desplazamientos a pie para ejercitarse sanamente y establecer una relación más cercana con sus ciudades.
La herramienta más poderosa para lograr este cambio en la actitud de la población es una intensa y efectiva comunicación social. Un ejercicio permanente de difusión, en televisión, radio, prensa y redes, de las opciones reales y eficaces de las que la ciudadanía dispone para resolver sus necesidades de movilidad, y de las ventajas tangibles, personales y comunitarias, de un urgente e indispensable cambio de hábitos. Existen muchísimas campañas oficiales de difusión, pero una de las más importantes sería la que en este sentido se haga: es necesario canalizar masivamente los esfuerzos de comunicación oficiales para lograr una movilidad sustentable.
La crisis tapatía en la movilidad ya se ha vuelto permanente. Un dañino futuro, largamente anunciado, ya nos alcanzó. Es hora de actuar, de cambiar la condición de la ciudad.
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