1 noviembre, 2017
por V. Mitch McEwen
Este ensayo fue originalmente publicado por e-flux architecture como parte de Positions, el 5 de octubre de 2017. Se transcribe aquí con permiso de e-flux architecture. Lee el original aquí.
En resumen, cuando el lodo vuelve a subir a las aceras, la memoria vuelve a fluir, un pasado histórico largamente enterrado que vuelve repentinamente al presente en forma de un trapo, un trozo, un remanente.
–Georges Didi-Huberman (1)¿Qué hacemos cuando las preguntas son demasiado grandes para todos y especialmente cuando son demasiado grandes para el escritor, es decir, para mí mismo?
–Bruno Latour (2)
Este artículo no trata sobre el daño del terremoto del centro de México en el 2017, sino sobre el terreno que sacudió. Se trata de cómo la imaginación de una ciudad sobre la tierra puede viajar de un lugar a otro y cómo ese viaje puede conducir a una exigencia larga de siglos por remodelar el territorio. Como morfología urbana específica, la Ciudad de México puede definirse tanto por estructuras construidas y masas de tierra como por procesos de gobierno democrático e historias de desarrollo. La extensa remodelación de lo que yace debajo de nuestros pies —aceras, calles y cimientos de edificios—, y que la modernidad exige del urbanismo, se relacionan no sólo con la ingeniería racional sino también con la especulación, la imagen, el colapso de grandes distancias y la supresión —el enterramiento literal— del mantenimiento. En la Ciudad de México uno no necesita “descubrir” nada, ya que incluso antes del terremoto el suelo de la ciudad se abrió, mucho más lento que a causa de un sismo, pero mucho más rápido de lo que es debido a la geología.
Es mucho lo amenazado en la Ciudad de México y este texto no puede comenzar a abordar incluso sólo lo más importante. La ciudad se está hundiendo; el agua se seca y se mezcla con desechos humanos y productos farmacéuticos; la vivienda escasea y está esparcida; la contaminación del aire amenaza la salud. Sin embargo, la ciudad también alberga una escena de galerías de arte mundialmente reconocida y alguna de la comida más deliciosa del mundo. Se están construyendo enormes proyectos de infraestructura: un nuevo aeropuerto y múltiples museos de arte contemporáneo. La Ciudad de México presenta una intensa mezcla del cosmopolitismo más seductor y los fracasos del modernismo urbano. Como tal, la ciudad se convierte en un sitio para alejarse y acercarse de inmediato a las diversas modernidades en la urbanización a largo plazo de un lugar. Pero para hablar de la Ciudad de México como un sitio de modernidad, uno debe detenerse en el camino, como suele ocurrir cuando se habla de ciudades, en París. Es algo que tiene que ver con la conjunción y la superposición, al menos para una investigación como esta que busca trazarse a lo largo de las pistas de lo que también podría considerarse moderno.
Se supone que las ciudades y la tecnología trazan un mapa del tiempo. Quizás esto tiene que ver con la arqueología o con la facilidad del darwinismo para transformarse de un paradigma biológico a uno social. Sea lo que sea, leemos las ciudades de manera muy diferente a, por ejemplo, el cabello o la ropa. Especialmente con los peinados, marcamos el tiempo pero no su progreso. Hay ciertos estilos de peinados o ropa que no esperamos ver ocupar el mismo espacio y menos el mismo tiempo. Un polisón y unos pantalones deportivos, por ejemplo. ¿Las ciudades no consisten en una materia como ésta? Tal vez los objetos y materiales que componen los sistemas de una ciudad no tienen por qué ser coherentes y contenidos, sino que pueden ser dispersos y relacionales, de la misma manera que los pantalones deportivos participan en la proliferación no solo de una cultura del atletismo sino también de comodidad y situaciones casuales. O en la forma en que el peinado no se vende como una mercancía, como se venden vestidos o trajes —crece de un cuerpo— y, sin embargo, su estilo participa en un paquete que constituye la moda. Después de décadas de la arquitectura saltando de escalas para participar en la elaboración de las ciudades más jóvenes y nuevas del mundo (especialmente en el Golfo), así como para borrar algunas de las ciudades más antiguas (en China, especialmente), ¿cómo podríamos teorizar activamente la temporalidad de las ciudades de una manera material?
París en el caño
Para Georges Didi-Huberman, una tela en las cunetas de París, a diferencia de un pantalón deportivo enrollado, conduce a un enigma particular en torno a la modernidad y lo arcaico. Estas telas, de aproximadamente un metro de ancho, están enrolladas y se encuentran junto a rejillas a lo largo de las calles de París, o lo hicieron extensamente, hasta alrededor del cambio de milenio.
Son una especie de cortinas. Se encuentran solamente, creo, en París. En todo París. Se trata de una pieza de mezclilla, una prenda vieja o restos de una alfombra, que los barrenderos colocan al lado de la acera para canalizar el flujo del “caño” hacia coladeras del drenaje. (3)
Tomando algo de Walter Benjamin, especialmente de la parte P del Libro de los pasajes, “Las calles de París”, para Didi-Huberman ese trapo se convierte en un artefacto que imbuye memoria a la ciudad al relacionar los velos del cuerpo representado con el barro de la ciudad. Las tensiones viscerales entre la “arqueología” y la “modernidad” se desarrollan a través de este “objeto arcaico” que es el trapo enrollado de la alcantarilla. Didi-Huberman relaciona lo arcaico no con la historia, sino con la apariencia del ahora, el presente, como un origen de la realidad. Lo arcaico marca un anacronismo antes de marcar un tiempo específico. Didi-Huberman llama a esto “la suposición de tiempo artístico”. “Es desde dentro de la reminiscencia del ahora que aparece el origen, en conformidad con un anacronismo fundamental que la crítica modernista no ha sido capaz de asumir”.
En la lectura de Benjamin y de las telas de alcantarillado de París que hace Didi-Huberman, la ciudad se convierte en una serie de artefactos y órganos; “órganos sin cuerpo”. A pesar de los bulevares haussmanianos del siglo XIX y el sistema de alcantarillado del París moderno, los arcaicos trapos mugrientos permanecen. Para Didi-Huberman, estos trapos son potentes objetos de estudio, tanto por cómo “regresan” como por objetos arcaicos a la temporalidad del modernismo y por cómo habitan en las imágenes.
El artista [Alain Fleischer] a veces regresaba para volver a fotografiar un “tapete” después de dejar pasar algunas semanas o unos pocos meses. Lo que Walter Benjamin llamó tan acertadamente el “intenso trabajo dentro de las cosas” se hizo visible de una imagen a otra.
Las fotografías de estas telas, en la lectura de Didi-Huberman, reproducen un enigma del retorno arcaico de los harapos a lo moderno. Resulta, sin embargo, con alguna investigación en el sistema de alcantarillado de París, que el trapo y el sistema subterráneo son sintomáticos el uno del otro, nacidos en el mismo período. Eugène Belgrand, Director de Agua y Alcantarillas de París bajo el mando del Barón Haussmann, diseñó un sistema de agua dos en uno para los nuevos anchos bulevares, con tubos de acero que transportan agua potable elevada sobre un flujo de agua no tratada del río Ourcq. Estos extensos túneles subterráneos son lo suficientemente altos en sección para albergar el espacio para los carros de los trabajadores y una habitación para estar de pie. Para limpiar las canaletas, la llave que controla el flujo de agua no potable sin tratar puede cerrarse (o abrirse) bloque por bloque, después de lo cual se vertería jabón de las canaletas a nivel de suelo. La tela enrollada se coloca en frente de las canaletas para dirigir esa agua jabonosa cuesta abajo o paralela al borde de la acera, de modo que cuando fluya el agua no rebose y se salga por el mismo drenaje en que se originó (6). (Para cualquiera que haya visto los derrames de petróleo televisados sorprendido de que la contención del petróleo pueda lograrse con algo que parece toallas de papel gigantes enrolladas, puede imaginarse la sorpresa a fines del siglo XX con telas viejas en las calles de París. Operan de manera similar a las que dirigen derrames de petróleo, pero en este caso, dirigiendo el flujo de agua que sale de una rejilla al lado de una banqueta).
Los tubos de acero del agua potable de París funcionan en conjunto con agua no potable y alfombras enrolladas. Ésta es una red de aguas grises del siglo XIX que depende parcialmente de la orquestación de la tela. El acero, esa aleación de hierro y carbono, es un factor tan importante de la tecnología del siglo XIX que casi es sinónimo de la revolución industrial. Sin embargo, mientras que el tubo de acero, como el marco de un rascacielos, se convirtió en el símbolo y sistema de modernidad, el tejido enrollado, un material doméstico común prácticamente indiferenciado de una alfombra de sala de estar, no lo hizo. En cambio, vuelve como una demostración de lo arcaico. Por lo tanto, surge un cisma entre la modernidad de los sistemas y la modernidad de las imágenes. En el primero, debemos entender los objetos como grandes, monolíticos y calculados: la línea de alcantarillado hecha de un tubo de acero con entradas y salidas, líneas optimizadas entre los puntos clave. En el segundo, debemos entenderla como el trabajo intenso entre las cosas —no sólo el tejido, sino las relaciones de la tela con la acera, con el espectador, la topografía de la ciudad y consigo misma— en un momento anterior, que falta en una fotografía.
La modernidad por el caño
La Ciudad de México existe en estos cismas de la modernidad, tanto entre el sistema y la imagen como entre el mantenimiento y el desarrollo. Está construida sobre el lecho lacustre de Texcoco, un lago salino, y el sitio de Tenochtitlan, un asentamiento azteca fundado en el siglo XIV. Después de siglos de desarrollo colonial con canales y plazas de inspiración española, la Ciudad de México sufrió transformaciones dramáticas durante el siglo XX. Hoy abundan los grandes proyectos de infraestructura que anuncian el tubo de acero y borran los trapos enrollados. Estos proyectos de infraestructura reproducen crisis extensas, a la vez que las median o las mantienen, incluida la expansión de suburbios de la ciudad, viviendas de bajos ingresos dependientes del automóvil, el agotamiento del agua de los acuíferos y la recolección y procesamiento de agua y el alcantarillado.
Si hubiera un proyecto en la Ciudad de México que pudiera considerarse como descendiente de la bulevarización haussmanniana, en su extensión, poder destructivo, racionalidad de la ingeniería y militarismo al acecho, sería el Drenaje Profundo. El Drenaje Profundo es una red subterránea de 200 kilómetros de túneles, interceptores, emisores y miles de kilómetros de tuberías que limpian las aguas residuales y el agua de lluvia de la Ciudad de México. Los habitantes de la Ciudad de México atribuyen coloquialmente el drenaje de lagos, ríos y canales de la Ciudad de México a las prácticas coloniales españolas, incluidos los canales del siglo XVIII o incluso los planes coloniales de drenaje de 1555. (8) Pero fue solo durante el siglo XX con la finalización oficial de Drenaje Profundo en 1973 (aunque los planes se remontan a por lo menos 1940) que la Ciudad de México llevó a cabo la culminación de un proyecto de drenaje a gran escala. El Drenaje Profundo reformó el Lago de Texcoco al servicio de una cierta idea del suelo. Su objetivo era preparar a la ciudad para su completa territorialización mediante automóviles y edificios altos, ambos imaginados como existentes sobre cimientos de tierra firme y seca.
Sería imposible resumir los efectos en cascada del Drenaje Profundo, entre los cuales posiblemente se incluyan los efectos del gran terremoto de 1985 y, más ciertamente, el hundimiento dramático de casi diez metros de la ciudad. (9) El sistema drena el lecho del lago, pero ningún sistema complementario recarga el acuífero. El Drenaje Profundo está diseñado para descargar su agua hacia el Golfo de México a través de túneles de cientos de metros por debajo del nivel del suelo. Esto hunde la ciudad y seca el acuífero un poco más cada año, lo que a su vez requiere que los pozos que bombean desde el acuífero aumenten la presión o la profundidad, hundiendo aún más a la ciudad. Su contenido se mezcla a lo largo del camino, por lo que incluso si pudieras llegar al agua de lluvia que queda atrapada, una fuente potencialmente valiosa de agua potable, ya estaría contaminada con aguas residuales. Además, los emisores y similares nunca son lo suficientemente rápidos como para descargar el agua de lluvia en las peores tormentas, que son cada vez más frecuentes, debido al cambio climático. La ciudad todavía se inunda.
Una corto documental titulado Construcción del Drenaje Profundo Ciudad de México, 1973 muestra un mundo poblado solo por hombres: científicos, ingenieros y trabajadores que despliegan tecnologías de guerra (dinamita) y de viajes espaciales (cámaras de presión). Estos esfuerzos coordinados, editados en 30 minutos, culminan en un proyecto de infraestructura que, incluso en las animaciones a lápiz y en acuarela del documental, se parece notablemente a una versión mucho más grande de la infraestructura colonial que le precedió (10). Además, una serie de televisión con el nombre Drenaje Profundo, un thriller que se emitió durante dos temporadas a partir de 2010, recogió el drama y la escala sublime de la red de drenaje, con personajes importantes que incluyen tanto a un científico malvado que secuestró a miles de hombres jóvenes en los años sesenta como a una niña quien vive en el desagüe. (11)
La ciudad que se mueve (y se hunde, se parte e inunda)
El mantenimiento es un lastre; toma todo el maldito tiempo…
–Mierle Laderman Ukeles (12)
¿Dónde terminamos en la Ciudad de México cuando nos guiamos no por las imágenes o las narrativas del progreso, sino por lo real visceral, el sustrato de la ciudad? Después de Benjamin, Didi-Huberman dice que los trapos de la calle son evidencia de una “ciudad que se mueve”; un objeto o imagen que se convierte en un “motivo de sensualidad táctil de la calle, una calle que es orgánica hasta el punto de revelar, cuando se desarrolla, su realidad última —una realidad visceral” .(13) La realidad de las calles y aceras en La Ciudad de México se agita tan visceralmente que se abren. Es difícil describir la ubicuidad de la construcción de aceras y el reemplazo de caminos en toda la ciudad. Incluso calles que no están en construcción pueden estar abiertas, simplemente por el efecto del hundimiento.
Durante décadas, los ecologistas han estudiado el hundimiento de la Ciudad de México como un efecto de su drenaje. La ciudad se hunde aproximadamente un metro cada tres años. Un ecólogo acuático resumió los efectos como nefastos: “De particular interés han sido las actividades de cuencas de drenaje, desvío de afluencias, contaminación y sobreexplotación de aguas subterráneas y recursos biológicos (especialmente peces y aves acuáticas). Los principales efectos de estas actividades son la escasez de agua, la erosión del suelo, la salinización, las tormentas de polvo, el hundimiento del suelo, la mala calidad del agua y la disminución de los recursos biológicos …” (14)
El Drenaje Profundo ha drenado tan minuciosamente a la ciudad que, incluso cuando las calles y las aceras se abren, el agua del lecho del lago aún no entrega suficiente agua potable a los residentes de la Ciudad de México. En cambio, el agua potable se envía por camiones que llegan desde más allá de las fronteras de la ciudad a muchos residentes e incluso a hospitales. También hay suplementos para el drenaje profundo: pozos adicionales, desagües adicionales y canales más largos. El Drenaje Profundo —tanto en su estado incompleto (aún no ha borrado completamente el Lago) como en sus excesos (drenando tan profundamente que el acuífero se seca horas extra)— exige un tipo de mantenimiento que no distingue entre los fallos del sistema y sus suplementos.
Esta situación del drenaje profundo de la Ciudad de México se vuelve instructiva con respecto a la modernidad de las redes, especialmente la relación entre los sistemas y sus propios efectos viscerales. En las democracias quizás resulta más fácil desarrollar que mantener. O, tal vez, el desarrollo beneficia al capital mientras que el mantenimiento valora el trabajo. Los historiadores estadounidenses Andrew Russel y Lee Vinsel publicaron recientemente un artículo de opinión en el New York Times culpando a la falta de mantenimiento del transporte público en la ciudad más poblada de Estados Unidos por un fetiche de la tecnología. (15) Aquí hay un problema de mantenimiento contra control. En la modernidad, cuando las soluciones se enmarcan en términos de tecnologías autoconsistentes y temporalidades lineales que empujan hacia un mayor control, los participantes repetitivos y con mano de obra intensiva se borran fácilmente. Los trapos callejeros de París son instrumentos no de control, sino de corazonadas y gestos. ¿A dónde debería ir el agua? De esa manera. Abajo. Empuja el rollo de tela con tu pie. Mira qué pasa. Regrese y verifique en unos días. Esto es mantenimiento. Esto es lo que el Drenaje Profundo ha estado drenando de la Ciudad de México.
El arte feminista de los años sesenta y setenta aborda el cisma que Didi-Huberman interpreta como una ruptura en el tiempo —un retorno de lo arcaic— como un cisma en los procesos. Donde Didi-Huberman lee las telas de las alcantarillas de París como un objeto diferenciado por el tiempo, el arte orientado al trabajo ofrece la lente del mantenimiento. La modernidad requiere, en esta lectura, tanto desarrollo como mantenimiento. La artista Mierle Laderman Ukeles escribió el MANIFIESTO FOR MAINTENANCE ART, 1969!, como una “Propuesta para la exposición Care en Filadelfia en 1969.
Desarrollo: creación individual pura, lo nuevo, cambio,
progreso, avance, emoción, lucha o huida
Mantenimiento: mantener el polvo de la creación individual pura,
preservar lo nuevo, sostener el cambio,
proteger el progreso, defender y prolongar el avance,
renueva la emoción, repite la pelea (16)
Ukeles redactó el Manifiesto de Arte de Mantenimiento en parte como un desafío de las prácticas minimalistas de la década de 1960. “Sentí que ellos [Richard Serra y Donald Judd] estaban cayendo en la misma trampa que el resto de esta maldita cultura que no podía ver todas las estructuras o culturas de los trabajadores que hicieron el tipo de trabajo que inventó esos procesos y los refinó.”(17) Ella incluso preparó un espectáculo en 1973 titulado Washing, Tracks, Maintenance: Outside que documentaba los pasos del lavado al aire libre con un cubo de agua y trapos.
Para regresar, por un momento, a París. Éste podría ser un momento oportuno para señalar que las técnicas y la experiencia colonial creadas en el drenaje español de la Ciudad de México se exportaron de regreso a Europa. Según el historiador de la ciencia Antonio Barrera-Osorio, la Ciudad de México sirvió como un laboratorio temprano de la innovación europea, no sólo en los cálculos, sino, lo que es más importante, en las formas de prácticas colaborativas y la colectivización del conocimiento.
Lo que surgió en la Ciudad de México desde la década de 1550 hasta la década de 1610 fue un conjunto de procedimientos que validaron prácticas empíricas y de colaboración, gremios y círculos de expertos, para la producción de conocimiento que benefició a la comunidad en general, en este caso, la Ciudad de México. (18)
Tal vez el trabajo matizado de las telas en las calles de París se remonta a este conocimiento colonial en la Ciudad de México, un conocimiento que Barrera-Osorio argumenta fue llevado específicamente de una colaboración a través de las diferencias raciales y de clase, colaboraciones cruzadas que aún no ocurren en Europa.
La imagen profunda
Si el Drenaje Profundo es más efectivo como máquina de imágenes —la imagen de una ciudad seca, estable y moderna, que despliega capital, tecnología y maquinaria pesada— la gente de la ciudad de México está empezando a protestar notablemente por sus imágenes. Un ejemplo de esto es el Corredor Cultural Chapultepec (CCC), un proyecto para una vía peatonal elevada en un bulevar importante. Diseñado por FR-EE, la propuesta se apropió de la forma urbana de Highline y su financiamiento mediante asociaciones público-privadas remedaba los efectos inmobiliarios de Highline. El CCC propuso un paseo peatonal elevado a lo largo de un tramo de 1.3 kilómetros de la Avenida Chapultepec, una importante avenida entre dos de los barrios más conocidos de Ciudad de México, Juárez y La Roma. (19) El proyecto amplía la lógica de imagen del Drenaje Profundo: si es el suelo firme y seco no es lo suficientemente moderno, el Corredor Cultural ofreció uno elevado. Al mismo tiempo, la propuesta depende de los síntomas del Drenaje Profundo —la constante destrucción y reparación de las aceras de la Ciudad de México— para escenificar su razonable rechazo del paso peatonal existente.
Mezclando ventas minoristas comerciales y la privatización del espacio público, el Corredor Cultural Chapultepec fue apodado #shopultepec por sus críticos. Una petición contra el CCC que se puede encontrar en Change.org señala la privatización tanto de la zona peatonal como de los servicios públicos debajo, así como la falta de compromiso público en el proceso de diseño. (20) Estas preocupaciones parecen dislocadas en cuestiones de geología y ecología —sea el hundimiento de la ciudad o la extinción de especies en lagos que acompañan el drenaje a gran escala de la ciudad. Sin embargo, las ideas de ecología política de Bruno Latour proporcionan una perspectiva para vincular estas preocupaciones sobre el mantenimiento de la ciudad, la agitación de su vida y la defensa del espacio público. Latour señala que “muchas disputas prácticas en ecología son siempre una cuestión de defensa de un territorio particular, un aspecto particular del patrimonio nacional, una tradición particular o un territorio contra el carácter desensibilizado, desterritorializado, apátrida, monstruoso de una economía o empresa técnica “. (21)
Los efectos del desarrollo como drenaje —desde el hundimiento de la ciudad y la contaminación del agua de los pozos hasta la privatización del agua y el desmoronamiento de las calles de la ciudad— se han extendido mucho más allá de los objetivos de ingeniería de Drenaje Profundo. Estos fracasos pueden ser tan grandes que —como Didi-Huberman espera en su consideración estética del retorno arcaico— se conviertan en obras maestras (22). Uno puede buscar aquí qué de la modernidad podría ser digno de convertirse en antigüedad, incluso en una crisis espectacular. Pero tal vez la antigüedad se haya colado donde no le corresponde, al leer las telas de las cunetas de París como restos arcaicos en lugar de objetos para manipular los flujos. Es difícil esperar a que se olvide el sistema para que pueda volverse arcaico cuando el constante re-desarrollo del sistema no se puede separar de su funcionamiento.
La imagen del futuro de la Ciudad de México continúa escenificándose en el (algo) seco terreno del Drenaje Profundo. El nuevo aeropuerto de la Ciudad de México diseñado por Foster + Partners y FR-EE se construirá en 470 kilómetros cuadrados del lago de Texcoco. En palabras de Foster and Partners: “El nuevo aeropuerto está ubicado en la zona del lago de Texcoco, en la Ciudad de México. Esta región, anteriormente el sitio de un lago, comprende un terreno extremadamente blando y húmedo.” (23) Los arquitectos citan el hundimiento como un razonamiento para el techo de acero ligero de gran longitud y alta ingeniería. El futuro aeropuerto está exactamente donde Drenaje Profundo tiene más éxito: el sitio está listo y controlado lo suficiente como para que la imagen y el financiamiento se puedan organizar. El Drenaje Profundo es una máquina de imágenes.
Hacia una ecología política y el mantenimiento de una especie urbana
El instinto de vida: la unificación, el eterno retorno, la perpetuación y el MANTENIMIENTO de los sistemas y operaciones de supervivencia de las especies: el equilibrio.
…
Eso es lo que es el mantenimiento, tratar de escuchar el zumbido de la vida. Una sensación de estar vivo, aliento.
-Mierle Laderman Ukeles (24)
El aspecto más transformador del París de Haussmann, quizás el más moderno, podría muy bien estar en cómo la infraestructura cambió radicalmente las expectativas olfativas de la ciudad. Las ciudades durante mucho tiempo —desde sus frentes al agua hasta sus calles y la (falta de) recolección de basura— apestaron terriblemente. Olían tan mal que nadie esperaba que no apestaran. Hasta el siglo XVIII, los canales de agua de París y los pozos de contención mal sellados actuaban como una versión mucho más pequeña de los que actualmente se encuentran en la Ciudad de México, donde se recolectan desechos humanos, se degradan los niveles freáticos superficiales y se contamina el agua del pozo. Los sumideros fueron vaciados por los desagües y la materia fecal revendida a los agricultores como fertilizante. Acaso no haya una buena historia del hedor urbano como fenómeno no visual. De hecho, tal vez la estetización moderna de la ciudad —el control pintoresco de los bulevares y los envolventes del edificio— pueda entenderse como un mero efecto secundario, una característica suplementaria de la revolución en el olfato. Cuando la calle no huele a desperdicio, se puede reducir la velocidad y mirar.
Si la invención más moderna del bulevar Haussmann fue, tal vez, no “la luz y el aire” sino la contención del hedor y el mantenimiento humilde de las calles, ¿qué tecnologías arcaicas y modernidades alternativas yacen latentes en las calles hoy en día? ¿Lo que se olvidó, y puede regresar —aunque nunca se fue y puede que ni siquiera sea tan viejo? La Ciudad de México —ya que lucha con procesos que producen contra-efectos a un ritmo acelerado— podría ser un modelo de los límites de la modernidad. Como Latour señala sobre la brecha entre la política local y la ecología global, “tenemos problemas, pero no tenemos los públicos que los acompañan.” (25) En estos conflictos locales sobre el comercio y las calles, podría presenciarse el florecimiento de lo que Bruno Latour ha llamado el séptimo régimen de ecología política, separado del romanticismo de lo natural y liberado del sujeto humanista racional. Esta ciudad está llena de objetos y materia, ya politizada, en medio de sistemas heredados que se mezclaron con el barro.
Latour ofrece una perspectiva sobre la política de la ecología y los objetos que nos permite considerar algo como el Drenaje Profundo en el ámbito de la política sin borrar su papel como máquina de imágenes y plataforma de diseño. Latour argumenta:
La ecología política no puede insertarse en los diversos nichos de la modernidad. Por el contrario, debe entenderse como una alternativa a la modernización. Para hacerlo, uno tiene que abandonar la falsa presunción de que la ecología tiene algo que ver con la naturaleza como tal. Se entiende aquí como una nueva forma de manejar todos los objetos de la vida colectiva humana y no humana.” (26)
La tarea de la ecología política en la Ciudad de México no sería devolver la ciudad a un lago natural que pueda albergar a sus especies locales, que se están extinguiendo rápidamente. Tampoco sería simplemente resistir cualquier privatización del espacio público habilitada tanto por la sequedad del suelo como por su hundimiento. La tarea de la ecología política en la Ciudad de México exige un diseño urbano para un mundo alternativo, en el que los aparatos públicos de los proyectos de drenaje puedan convertirse en otro tipo de entorno capaz de negociar diversas especies de supervivencia incierta, incluida la nuestra. Si alguna ciudad en el siglo XXI debiera establecer una nueva ecología política para el mantenimiento de la especie humana, la Ciudad de México tendría que ser una de ellas. O si fallamos, también estará aquí.